El final de Idelia I

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Idelia era un pequeño pueblo perdido en medio de un valle situado en algún lugar remoto.

En él habitaban los “niños nobles”, que eran unos niños que tenían una extraña mutación genética que hacía que fueran gente honesta, bondadosa y generosa, es decir, como se supone que se tendría que ser.

Estos niños, cansados de ver y sufrir la violencia, el egoísmo y, en resumidas cuentas, la maldad de sus semejantes, se habían unido y habían decidido huir del mundo y crear su propia sociedad. Así pues, con sus pocos ahorros infantiles, habían comprado semillas y animales de granja y se habían instalado en un pueblecito abandonado que habían localizado gracias a imágenes de drones colgadas en internet.

El viaje había sido largo, puesto que el lugar elegido estaba lo más lejos posible de cualquier núcleo habitado, e incluso unos pocos habían desistido en un principio del proyecto y habían vuelto con sus familias, aunque no tardaban demasiado en regresar cuando vivían de nuevo la misma realidad de antes. Pero el esfuerzo había valido la pena, ya que en relativamente poco tiempo empezaron a prosperar gracias al sacrificio y esfuerzo de todos, y habían creado una sociedad justa en la que nadie tenía más que nadie y todos se ayudaban sin esperar nada a cambio.

No necesitaban leyes ni castigos, puesto que no conocían la maldad y siempre actuaban de forma correcta. Para ellos era lo lógico y ni se les pasaba por la cabeza obrar de otro modo.

Como sabían que cada año nacían niños con el “síndrome de la persona noble”, como les había ocurrido a ellos, y al ser conocedores del enorme sufrimiento que sentirían esos niños en el mundo de los “no nobles”, y al considerarlos como hermanos y parte de su sociedad, mantuvieron una vía de comunicación con el mundo exterior creando una web en la que hablaban de su pueblo y tenían una dirección de correo electrónico para que se pudieran comunicar con ellos.

Así pues, cada 15 días, 2 de estos niños viajaban de su pequeño país a una ciudad distinta cada vez, en la que entraban a un locutorio y consultaban los posibles correos que les habían llegado, y si veían que eran personas como ellos, les indicaban el camino para llegar a Idelia. De esta manera el pueblo había ido creciendo y ya era una pequeña ciudad que vivía en harmonía con la naturaleza.

Pero mientras tanto, en el mundo que seguía fuera de Idelia continuaban los conflictos, la pobreza, la desigualdad, etc… Las miserias de siempre.

Idelia se mantenía escondida y era sólo una especie de leyenda para la mayoría de gente, y los niños desaparecidos que iban a Idelia eran rápidamente olvidados, puesto que suponían un problema menos por sus “dificultades de adaptación” a la sociedad.

Pero un día apareció un dron que había sido enviado por una empresa eólica que buscaba nuevos territorios para sus molinos de viento, y captó las imágenes de Idelia en todo su esplendor, dando a conocer al mundo el lugar idílico y próspero que era.

Aquellas imágenes se viralizaron rápidamente por internet y empezaron a aparecer curiosos que querían saber qué ciudad era aquella.

Por suerte no relacionaron su web para captar a “niños nobles” con las imágenes de esa ciudad, por lo que pudieron continuar recibiendo correos de los futuros nuevos habitantes de Idelia.

Pero la desgracia llegó a Idelia cuando las imágenes de su ciudad llegaron a los ojos de Miguel, un antiguo aficionado a la caza, que recordaba haber visto aquellos paisajes en su juventud, cuando a veces se pasaba semanas enteras recorriendo los montes en busca de presas.

Miguel llevaba tiempo en el paro y estaba muy desesperado por sus deudas, pues pronto los desahuciarían a él, a su mujer y a sus dos hijas. Había oído hablar alguna vez de una “ciudad de los niños”, pero parecía más un cuento de hadas que otra cosa. Y las desapariciones de “niños nobles” apenas se anunciaban en los periódicos, pareciendo más arrebatos de preadolescentes que huían de sus casas a causa de su inadaptación.

Miguel se obsesionó con aquellas imágenes, hasta que un día se decidió a buscar aquel lugar, por lo que cogió su mochila y su rifle de caza como hacía cuando era joven y salió en busca de esa ciudad.

Estuvo dos semanas caminando por los montes y como las provisiones ya se le estaban acabando, empezó a buscar presas, pero había perdido bastante habilidad, por lo que los animales se le escabullían sin darle casi tiempo a disparar. El hambre y el agotamiento también hacían mella en él, ya que empezaba a desorientarse y a dar vueltas en círculo por la misma zona.

Los disparos de Miguel pusieron en sobre aviso a los habitantes de Idelia, de manera que un grupo formado por los chicos más mayores salieron en busca del causante de aquellos disparos. Entre ellos estaban David y Gabriel, que habían sido de los primeros fundadores de Idelia cuando eran unos niños.

Cuando encontraron a Miguel, éste yacía medio desvanecido de hambre y de sed bajo un árbol.

¿Qué hacemos? Si lo llevamos al pueblo nos descubrirá. – dijo Gabriel -. No lo podemos dejar aquí o se morirá de hambre y sed. – le replicó David -.

Así pues, aún a sabiendas de que llevaban a alguien “no noble” a su pueblo, y el peligro que eso suponía, cogieron a Miguel y se lo llevaron a Idelia.

Miguel se recuperó rápidamente y se sintió encantado con aquella gente tan amable. Le sorprendió la paz y prosperidad que se respiraba en aquel lugar y pensó en su familia, en lo bien que vivirían allí todos juntos.

Cuando estuvo recuperado les dio las gracias y les prometió que no revelaría a nadie dónde estaba su ciudad ni lo que allí había y cómo vivían, y regresó de vuelta con su familia.

Pero como era de esperar en un “no noble”, contó a su familia y a sus allegados lo que allí había visto. Como su situación era desesperada, puesto que los iban a echar de su casa en una semana, cogió a su mujer y a sus hijas junto a cuatro cosas imprescindibles, y se fueron en busca de Idelia.

Esta vez no se perdió y encontró el pueblo, a pesar de que llegaron agotados, especialmente las niñas.


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