La gloria de un héroe

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Comenzó a lo grande, siguió como un titán, y se ha despedido como una divinidad. Lo bueno de los trayectos brillantes es que uno no pierda la esencia. Es el caso. Su mirada limpia, atrevida, presto a sonreír y a plantar cara a la adversidad con firmeza le ha hecho crecer como mitad niño y mitad hombre, cogiendo los regalos de las dos dimensiones. Sus inicios fueron, como buen aspirante, de abajo arriba, sin prisa, pero sin pausa, con la calma de quien sabe dónde quiere ir, pero fundamentalmente del que conoce que indudablemente llegará.

Vuelvo a su mirada. Es complaciente y férrea a la hora de asirse a lo que le merece la pena. Ha sido un relámpago y un trueno, con las mismas características de esos fenómenos meteorológicos, en este caso en el planeta tierra, a ras de albero.

Ha conocido, como todos los héroes, días extraordinarios, óptimos, normales, y, asimismo, amargos. Si no estuviéramos de vez en cuando abajo no podríamos valorar cuando vamos a velocidad de la luz y con su ideal resplandor.

Dicen que el tiempo no perdona. No sé. La verdad es que sí coloca a cada cual en su sitio. Y en este caso lo ha ubicado en un paraíso donde solo unos pocos llegan. Y no es tanto (me refiero a mi ponderación) por el hecho de haber tocado lo más hermoso: lo que deseo destacar es que ha sido capaz de ser tan humilde, sacrificado y trabajador como el primer día. Eso, para mí, es lo que cimenta, o debe, la existencia.

En su última faena en un coso (digamos mejor la penúltima) se ha ido cargado de triunfos, de orejas, de un rabo, de un indulto incluso a un toro emblemático, en un encuentro que mi amigo Pepe Castillo ha calificado de “alto voltaje”. Lo fue. La guinda a esto que les digo es que estuvo rodeado de ingentes y queridos amigos. Hay que estar en los malos instantes con los nuestros, pero también hemos de ser generosos y aparecer en los estimulantes.

Ahora toca, tras el oro olímpico de una tarde para la historia, experimentar la gloria de otro modo. Sus enseñanzas son necesarias, y me consta que siguen en forma de escuela y de alumnos, de fervientes aficionados que no le abandonan. La vida continúa, por fortuna, con una bella persona con la que compartir gratificantes horas, que, con él, según cuentan sus más íntimos, pasan de otra guisa.

Pongamos que el nombre que firma todas estas circunstancias vitales es Pepín Liria.

Juan TOMÁS FRUTOS.


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