Tela de araña

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De súbito, cuando voy caminando por el centro, comienza a llover a cántaros, cada goterón me empapa, me resguardo en un portal grande. A pesar de todo me siento bien, el agua forma una cortina intensa frente a mí. La gente pasa de prisa, en su mayoría con paraguas y me asombra lo prevenida que es, sonrió como un niño satisfecho. Una señora de mediana edad y un paraguas enorme de colores se queda mirándome, se mete después en el portal y se trastabilla ya dentro. El paraguas es tan grande que le cuesta cerrarlo y le ayudo, nos quedamos muy pegaditos, me aclara que se estaba poniendo perdida a pesar de ir cubierta, me muestra las piernas y efectivamente tiene húmeda la falta por abajo y hace un movimiento con los pies y sale agua de sus zapatos. Me muestro comprensivo, pero no dejo de mirarla con curiosidad, a ella le hace gracia mi expresión porque también sonríe. Le cuento que he salido a dar una vuelta y me ha sorprendido la lluvia, le aclaro que no es la primera vez, que soy muy despistado. A continuación, le cuento que en las raras ocasiones que cojo un paraguas, me lo dejo luego en cualquier sitio, y no sé qué es peor, le aclaro. Ella, aprovecha para ponerlo apoyado en un lado y se frota una mano con otra y, como la temperatura es buena, la miro sorprendido, - Es un problema de circulación, me aclara y luego me pone unos dedos en el brazo para que me cerciore de que es cierto. Efectivamente tiene la mano fría, estamos ambos comunicativos y no me corto, le cojo ambas manos y le doy calor, su mirada se torna entre sorprendida y condescendiente. Como leo en ellos una especie de advertencia de no rebases los límites, enseguida se las suelto. Estoy en estado de gracia, no sé por qué, pero estoy feliz, me muestro tan espontáneo y sonriente que ella se siente igualmente bien. Me cuenta que salió del trabajo para no sufrir a un cliente pesado, pero ya bajo la lluvia se dejó ir calle abajo. Justo al verme tan a cubierto, tomó conciencia de la humedad en los pies y busco igual resguardo. Ahora sonreímos los dos a la par. Debo resultarle de confianza porque pone su mano más próxima a mi alcance, se la vuelvo a tomar y le doy calor. Se me ocurre y le pregunto de improviso, - ¿Has sentido el placer del calorcito de las castañas recién asadas?, - Por supuesto, me suelta con viveza. Sin pensar nos volvemos parlanchines, me cuenta sus anécdotas y yo las mías, nos hemos igualados en edad, ahora es más joven y menos encorsetada en la prudencia. - ¿No deberías volver?, me intereso por ella pensando en su trabajo. - Es tan persistente que seguirá estando allí, me dice entre firme y resignada. Deduzco que el cliente, al que se refirió antes, es algo más que pesado. Sin esperarlo entra en confidencias, es algo a lo que estoy acostumbrado cuando se me adueña el ángel bueno y doy una apariencia que las desarma. La historia viene de largo, él la rondaba cuando aún estaba casada, ahora, separada, no ceja y se ha vuelto insufrible. El calor de las manos, ahora tengo las dos suyas entre las mías, la lleva a otras confidencias más íntimas, me habla de soledad y paso a darle cobijo entre mis brazos, no debe sobrepasar los cincuenta y es hermosa. El ángel bueno deja su puesto al diablillo que habitualmente me acompaña y a mi protección se le suma un cortejo de signos en los que ella se mece en fantasía. Creo que no aún se ha percatado de que mi calor la envuelve y como sus sensores como finas hebras de una tela de araña singular la van sometiendo al deseo. Ha escampado, pero no se ha dado ni cuenta, sigue con sus confidencias. La beso, se queda quieta un instante, no se aparta y la vuelvo a besar, espero su respuesta, después se entrega, persisto y se abandona por completo. No es consciente de a dónde pueden llevarle mis besos.   


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