La sobrina

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Me había quedado viudo de mi segunda esposa hacía seis meses. Buscando un poco de tranquilidad había venido a la cabaña. Los árboles ya habían perdido las hojas y solo los pinos salpicaban de verde el paisaje. Era el fin del otoño y próximamente tendríamos nieve. El frío no se había hecho esperar y afuera la temperatura estaba bajo cero. Adentro, entre la calefacción y el fuego del hogar la mayor parte del día, estaba suficientemente cálido. Como no había tenido hijos en este segundo matrimonio y los del primero tenían sus propias ocupaciones, estaba disfrutando de algunos días de soledad. No me di cuenta de que alguien había llegado hasta que golpearon a la puerta. Cuando abrí me sorprendí totalmente.

- Hola tííííooo.

- Hola Graciela, ¡qué sorpresa!

- Me imagino – dijo la recién llegada entrando a la cabaña. Me abrazó brevemente al tiempo que me daba un beso en la mejilla. Solo un poco más baja que yo, se había cubierto la cabeza con un gorro de lana pero los cabellos rubios le caían por la espalda, algo enrulados. La ropa de invierno ocultaba su físico exquisito que había admirado varias veces. No tenía tetas grandes pero el culo era asombroso y apenas se sacó la campera pude observarlo. Las veces que había vestido calzas era difícil sacarle los ojos del trasero. Ahora tenía 30 años si recordaba correctamente y los novios habían sido varios pero seguía soltera.

- ¿Qué te trae por acá? – le pregunté.

- Bueno, sabía que estabas solo – yo le había contado a su padre, mi cuñado, hermano de mi segunda esposa, que pasaría unos días en la cabaña – así que decidí visitarte. ¿Está bien si me quedo dos días?

- Por supuesto, y más también.

Después de la cena nos sentamos en el living. Graciela se sentó a leer un libro frente al hogar y yo aproveché la calma para avanzar en la búsqueda de información para mi nuevo proyecto de libro. A las diez de la noche le dije que me iba a dar una ducha y luego a dormir.

- No te preocupes por el fuego del hogar, se apagará solo.

Apenas me había mojado cuando vi a través de la puerta de vidrio que Graciela se aproximaba a la ducha, completamente desnuda. Abrió la puerta y con ojos picarescos dijo:

- ¿Te molesta si yo también me ducho? – Acto seguido se pegó a mi cuerpo y me besó, al tiempo que su mano derecha me agarraba la pija que ya había comenzado a engordarse de tan solo verla.

Respondí a su beso abriendo mi boca y lancé mi lengua dentro de la suya tan pronto respondió a mi jugada. Mis manos ya estaban en sus nalgas apretando aún más su cuerpo contra el mío. Sus caricias a mi pija y mis bolas continuaban. Bajé mi cabeza hasta sus tetas y le chupé los pezones. Mi erección estaba alcanzando un nivel excelente. Ella lo tenía claro, ya que su mano masajeaba mi miembro con movimientos lentos pero firmes. Finalmente se separó y mientras se sentaba en el banco de la ducha y atrayéndome hacia ella me dijo, mirándome a los ojos:

- Siempre envidié a mi tía. Desde que cumplí veinte imaginaba cómo cogerte cada vez que te veía.

- En eso estamos iguales, porque yo también fantaseaba con cogerte.

- Nuestras fantasías van a ser realidad – dijo, y se metió mi verga en la boca mientras me masturbaba con la mano izquierda. Con la derecha comenzó a jugar con su clítoris. Yo hice planes para mi próximo movimiento. Después de unas cuantas chupadas le dije:

- Cambiemos posiciones.

Cuando se paró la besé nuevamente apoyándola contra la pared mientras le metía un dedo mayor en la vagina. Después puse el dedo entre su boca y la mía y los dos nos deleitamos con sus jugos. Introduje mi dedo nuevamente en su vulva y empecé a descender por su cuerpo con besos y mordiscos hasta que llegué a su clítoris. Mi boca se ocupó de él y agregué otro dedo a mis penetraciones manuales. Ella ondulaba su cuerpo para seguir mi ritmo. Sus gemidos aumentaban de volumen y sus manos me apretaban la cabeza contra su sexo. Me incorporé, nos besamos otra vez a boca abierta y luego la hice girar manteniendo mis manos en su cintura. Graciela anticipó la  penetración de mi pija y apartó sus redondeadas nalgas de la pared para facilitarla.

Me agaché levemente y busqué su orificio con la cabeza de mi verga. Comencé a penetrarle la concha con todo éxito. Los gemidos que emitía me excitaron aún más si ello era posible: se la mandé adentro totalmente y su gemido fue largo.

- ¡Tío! – exclamó.

- ¡Sobrinita! – contesté. Graciela se ocupó de su clítoris y yo de sus pezones. Estábamos gozando el vaivén de mi verga dentro de su concha. Poco a poco aceleré el ritmo.

- Así, así, ya estoy por acabar – dijo, y noté que el placer le había cambiado el tono de voz. Dicho y hecho: cuatro bombeadas más y aulló y su cuerpo se estremeció. Dos bombeadas más y yo mismo terminé. Mi leche salía de mi poronga cada vez que la movía y ella me la apretaba con las paredes de su vagina para sentirla mejor.

Graciela se dio vuelta, se arrodilló delante de mí y me succionó la pija para apropiarse de todo lo que la misma podía darle. Terminamos de bañarnos haciéndonos bromas sobre la situación y nos fuimos a dormir. En el medio de la noche me desperté con una erección que no podía desperdiciarse. Graciela estaba de costado. Me acerqué y comencé a acariciarle la vagina. Me puso una mano sobre la pierna, lo que interpreté como una bienvenida. Mis dedos acariciaban los alrededores de su orificio y rozaban éste último. Pude sentir que ya estaba mojada así que le puse saliva a la cabeza de mi pene y busqué el ángulo perfecto para mandárselo adentro.

- Éntrame – dijo Graciela y así lo hice con suaves empujones, centímetro a centímetro. Ella tomó la iniciativa de mover su delicioso culito. Yo le acariciaba la espalda con una mano y le masajeaba las tetas con la otra. De repente sentí que alejaba su cuerpo hasta que mi verga estuvo a afuera.

- Ahora te voy a montar – me dijo. Me acosté boca arriba y ella se montó a horcajadas, me agarró la pija y fue bajando hasta tenerla adentro. Comenzó a mover sus caderas hacia adelante y hacia atrás, cogiéndome, literalmente. Yo me ocupaba de sus tetas y presionaba sus pezones con mis dedos. En un momento se agachó para besarme. Fue entonces que los movimientos de su cadera si hicieron verticales. Arriba y abajo, sin apuro, disfrutando de toda la extensión de mi verga.

Se sentó erecta nuevamente pero no cambió la dirección de sus embates sino que los hizo más rápidos. Comenzó a acariciarse el clítoris.

- Estoy por acabar – me informó.

- Te sigo – le contesté, sintiendo que mi pija estaba cerca del clímax. Cuando gritó al comenzar sus orgasmos me dejé ir. Sentía mi leche derramándose con fuerza dentro de su vagina.

¡Qué buena sobrina!

 


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