Ahí le dí (1)

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Enviado el , clasificado en Adultos / eróticos
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Al correr se le mueven con contoneo hermoso las nalgas redondas y le saltan al compás las tetas. Podrías preguntarme cómo lo sé si ambas están en posición contraria, pero es que la he visto pasar y antes le vi unas y luego otras y ahora las veo o las presumo a la vez. Lleva un bikini minúsculo que le cubre lo justo, el resto lo imagino con facilidad. Tiene, el chochito de muñeca (de los depilado) y los pezones como garbanzos en agua, inflados y redondos (fruto de muchos mordisquitos). La tira de abajo del bañador se le mete en la raja del culo mostrando una zona más oscura por donde ha debido recibir de lo bueno. Es lo que tiene llevar vistos muchos en pompa, sabes si se inicia o lo tiene explotado de tanto pedirlo. Las tías son así o te lo prohíben con autoridad o te piden que las encules a la primera. Yo en eso soy enfermizo, antes de conocerlas ya estoy haciendo hipótesis de lo que me va a permitir, de ahí que cuando la tengo a tiro le pase el dedo por el ojete y compruebe si da un respingo o simplemente se sorprende. El saltito inesperado me advierte que no le pasa desapercibido, tanto porque le gusta o porque lo tiene herido en mil batallas. Me miro el hombrón y está en clara predisposición, le advierto que debe cumplir con las normas de cortesía al uso. Lo recomendable es, que esté presumido y guapo, debe mostrar también buen talante y gallardía. De mal gusto sería, hinchar músculo como si compitiera (sobre todo para quién no va dirigido el saludo y, menos aún, para los acompañantes de turno). Me pongo a correr, la alcanzo y ya a su altura me acompaso y cojo su ritmo. Luzco sonrisa de amistad y a la vez del saludo, intento que el hombrón se haga notar y salte a la par de sus tetas. Ella que ha debido vivir esta situación o parecida en muchas otras ocasiones, valora el género, se lo piensa, sonríe y ya sé que le voy a comer el coño (más antes que después) y hablamos, por tanto, lo justo y necesario. Me dice que es de Madrid, que está unos días para tomar el sol, que le encanta el marisco a ser posible gratis y que tiene prisa por vivir a tope, es suficiente. A modo de réplica le digo, que subo y bajo montañas con facilidad, que el marisco y la carne los tiene garantizado porque lo uno lo puedo pagar y la otra se me queda sin espacio en los slips. La invito a comer, ella acepta y de varios que le indico, elige un merendero que tiene tumbonas con cabina para hacer siesta y quedamos a las dos. Vuelvo, sacudo las toallas, cojo el móvil con indolencia como si me costara un esfuerzo, lo hago para advertir a unas chicas guapas cercanas que soy algo pusilánime. Marco el número de Erika y le digo sin más, antes de que empiece a despotricar por no haberle advertido que me iba, que tengo compromiso con unos clientes. Me voy haciendo el recorrido hacia la moto arrastrando la toalla para dejar rastro de gilipolla, me encanta hacerles pensar que lo soy, arranco y me disparo dando otra muestra de lo mismo. Voy donde los amigos para que sepan dónde voy luego y a qué, me tomo con ellos una cerveza y les hago un detalle al por menor de la pieza. Llego al merendero cinco minutos tarde, los que manda la buena educación, nos está y la espero veinte minutos. Cuando estoy a punto de marchar llega, trae la melena al viento y una falda corta para que le siga admirando los muslos. Nos sentamos a pie de playa, casi tocando el agua, pedimos mariscos, pescado a la brasa y sangría blanca de cava y refresco de limón y frutas, comemos y nos chupamos los dedos para ir tomando tierra. Me giro y veo a los amigos que ya están haciendo espacio en la barra con la atención puesta en mí, les guiño con disimulo y malicia y prosigo con los prolegómenos. No quiero pagar delante de ella es una ordinariez, le digo simplemente al camarero, - Apúntamelo. Luego, la invito y acepta hacer una siesta en la hamaca última (que ya he apalabrado con Jacinto, el hamaquero amigo), me hago el remolón, como es preceptivo, los observadores tienen que valorar la gesta. Al final cogemos carrerilla como para despistar a quien nos mira y nos vamos directamente al picadero. 


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