Mi chico tímido 3

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Aquella noche de chocolate, conversando y riendo en la tranquilidad de mi casa, abrigados, recordando cada instante que pasamos en el campamento, sentía que me había acercado mucho a Andrés y ahora ya me había dado cuenta de que me gustaba más de lo que aceptaba.  Al verlo me hacía sentir miles de mariposas en el estómago, a veces hasta me olvidaba de respirar y cuando me acercaba a saludarlo con un beso en el cachete me daban ganas de quedarme pegada a él.  Siempre buscaba la forma de estar junto a él y me gustaba todo lo que me hacía sentir.  Su piel era suave al tacto, sus manos delicadas como para ser un chico y olía tan rico que hasta me daban ganas de morderlo.

 

Toda la noche conversando y riendo, sentados en el mueble a veces y otras en el suelo, cuando ya era más tarde salimos y nos acostamos en la cochera mirando al cielo tratando en vano de buscar estrellas, le conté de mi querida Piura de lo raros que son los días nublados, del olor a algarroba y pasto cuando llueve, Andrés me escuchaba muy atento, esta vez como que lo veía un tanto distraído pero al menos me daba la sensación de que si la pasaba bien conmigo.  Cuando le hablaba se concentraba mucho a veces se le veía como ausente, seguramente su mente volaba tal vez imaginando como era mi Piura o cualquier cosa que le contaba, luego yo me quedaba callada y le sonreía y el volvía al mundo real.  Era adorable verlo así, he de confesar que si algo me llamó la atención la primera vez que me fijé en él era la forma en que siempre se le veía tan concentrado.  

 

Estábamos cansados al final de la noche y al menos yo estaba feliz, casi eufórica, no había parado de tocar a Andrés en toda la noche ni de molestarlo, él solo me sonreía de una manera tímida y eso me daba tanta ternura que hacía que mis ojos se cerraran encantados por aquel hechizo mágico que Andrés me había hecho.

 

Acompañé a Andrés hasta la puerta y puedo jurar que su mano rozó la mía en el camino y la acarició, al instante sentí una corriente eléctrica recorriéndome de arriba abajo, dejando de respirar por un segundo sintiendo mi corazón latir fuerte en mis oídos y garganta sintiendo toda esta vorágine de sensaciones llegamos a la puerta.

 

-Gracias por venir Andresito.  –Las palabras apenas pudieron salir de mi garganta.

-De nada, en eso habíamos quedado.

-Lo sé, pero debes de estar cansado y aún así viniste.

-No te preocupes Vanessita.

Nos quedamos mirando, uno frente al otro, parados en la puerta de mi casa.  El silencio se hacía eterno.  Y mientras los segundos pasaban la sangre me bombeaba en los oídos y el sonido era muy claro.

-Chau Vanessita.  –Dijo al fin.

-Chau Andresito.

Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla, dio unos pasos y después volvió más rojo que nunca.

-¿Vanessa te puedo dar un beso?

 

Era un eco retumbando en mis oídos, lo escuché varias veces sin embargo solo lo dijo una y yo estaba en trance sintiendo un calor que estaba a punto de incinerarme sin embargo me sentí furiosa.

-No.  –Respondí.

Los ojos de Andrés se abrieron como platos y se quedó paralizado, después de un instante se dio la vuelta y se fue, mientras que yo me quedé parada en la puerta de mi casa durante varios minutos sintiéndome extraña y lejos de este mundo.

 

-¿Te puedo dar un beso?  -Recordé lo que dijo cuando cerré de un portazo.

-¿Te puedo dar un beso?  -Recordé cuando me subía por las escaleras a mi cuarto.

-¿Te puedo dar un beso?  -Recordé sus palabras cuando me tiré furiosa en mi cama.

 

¿Cómo se le ocurre preguntarme eso? ¿Es tonto o qué?  Me la he pasado todo este tiempo insinuándome de mil formas, soy yo la que siempre quiere estar cerca a él y me pregunta ¿Si me puede besar? ¿Qué le pasa? ¿A caso no es obvio?  Además, un beso JAMÁS se pide y menos cuando es tan obvio de que es esperado. 

 

No dormí en toda la noche y lloré gran parte de ella primero de cólera, segundo de impotencia y tercero por cojuda porque aún habiendo deseado tanto ese beso le dije que no.  Pudo haber movido un poco la cara cuando se despidió dándome un beso en el cachete, pudo haberme tomado las manos y acercarse lentamente, pudo haberme mirado a los ojos y acercarse pero no hizo ninguna de esas cosas ¿Porqué?  Está bien que sea tímido pero un poquito de malicia no le vendría mal, yo me encargaría de eso lo decidí en ese instante; mañana cuando lo vuelva a ver será diferente así lo tenga que besar yo.

 

Todo el día me la he pasado con el corazón en la boca, con una sensación rara entre miedo y angustia, pasando la saliva con dolor y recordando a cada instante la escena de la noche anterior ya no quería ni parpadear porque su rostro aparecía y me daban ganas de llorar, pero estaba segura que a pesar de todo lo que había pasado él iría a verme y ni bien lo viera sería yo quien me lanzaría a sus brazos lo besaría y después le diría: Los besos saben mejor si son robados.  Pero esperaría en vano porque Andrés no se apareció y al final de la noche me fui a dormir más triste que nunca.  Con un poco menos de esperanza lo esperé la siguiente noche y tampoco apareció.  Ya eran dos días sin saber de él y estaba realmente triste, no sabía que hacer.

 

-Pues no sé nada de él, no lo he visto para nada.  –Me confirmó después de haber contado mi dilema.

-¿Y ahora qué hago?

-No sé.  –La veía distraída así que necesitaba que se comprometiera en ayudarme y le tuve que contar toda la historia, una vez satisfecha y después de haberme fastidiado por un buen tiempo empezaron la lluvia de ideas.

 

La primera idea era ir a su casa y preguntar por él.

Segundo fue esperar a que una de sus hermanas salieran y les preguntaríamos.

Tercero preguntaríamos por el barrio.

 

Quedamos en que le preguntaría a su hermana menor, quien desde siempre le había gustado Andrés y estaba muy bien enterada de sus movimientos

 

Tenía ganas de gritar con todas mis fuerzas así que corrí hasta mi casa con todas mis fuerzas, lo más rápido que pude.  Respirando con dificultad y agitada me paré al lado de mi cama abracé la almohada y grité acallando el ruido, hasta quedarme sin fuerzas pero ya sin reprocharme nada ya estaba cansada de eso, ya no quería pensar más, la tortura ya no era un escape.

 

-Se ha ido a la Selva.

-¿Qué? ¿Cuándo?

-Hace dos días.   –La misma cantidad de días que habían pasado desde que lo vi.

-¿A qué se ha ido a la Selva?

-No sé.

Sentí que el mundo se vino a mis pies


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