Ojos que no ven...

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La playa se extendía a ambos lados de la casa casi indefinidamente. Mi novio Francisco y su hermana Patricia se fueron haciendo cada vez más pequeños a medida que se alejaban en su caminata de media mañana. En 200 metros a la redonda solo estábamos Sebastián y yo, ya que las casas vecinas estaban deshabitadas. Sebastián era el nuevo novio de Patricia. Había sabido elegir la desgraciada, era muy guapo.

- ¡Qué buenos músculos! – le dije la primera vez que observé su cuerpo mientras los cuatro íbamos al mar.

- Sí, es que voy al gimnasio tres veces por semana. – me respondió.

Mi novio era tan atractivo como Sebastián pero no pude evitar tener ideas de lo que podría hacer con él.

Yo estaba leyendo un libro mientras tomaba sol cuando él se acostó en la reposera vecina pero no mirando hacia el mar sino hacia donde yo estaba. Mis ojos estaban ocultos por los anteojos de sol así que mirando por sobre el libro me deleité observando sus pectorales, su estómago, el bulto entre sus piernas que su traje de baño evidenciaba, sus piernas. Empecé a temer que mis observaciones iban a resultar en humedecer mi tanga con mis jugos vaginales.

- Tú también tienes un cuerpo muy lindo. – escuché decir a Sebastián. Estaba tan absorta observándolo en secreto que su voz me sobresaltó un poco.

– Gracias. - alcancé a decir a pesar de todo y nos quedamos mirando mutuamente.

Tenía que hacer algo para romper el silencio.

- ¿Quieres una gaseosa? – le pregunté, al tiempo que me incorporaba.

- Buena idea. – dijo – Te acompaño.

Mientras caminaba hacia el refrigerador de la terraza podía sentir su presencia caminando detrás de mí, casi con seguridad observando mis nalgas. Decididamente, ya tenía la concha húmeda. No alcancé a abrir el refrigerador porque Sebastián tomó mis pechos en sus manos, apoyó todo su cuerpo contra mi espalda haciéndome sentir su verga en mi trasero y comenzó a besar y mordisquear mi cuello.

- ¡Caramba! – exclamé – ¿te parece bien esto? ¿Y nuestros novios?

Mientras me daba vuelta para tenerme frente a frente repitió un viejo proverbio español:

- Ojos que no ven, corazón que no siente.

No aguanté más tenerlo tan cerca y lo besé apasionadamente mientras mi mano derecha comenzaba a acariciar su miembro. Aún con el traje de baño me fue posible advertir la expansión y el endurecimiento de su pene. Comprendí que iba a gozar de este encuentro furtivo.

- Estaba convencido de que llegaríamos a esto. – dijo, mientras se separaba un poco de mi cuerpo y sus dedos comenzaban a trabajar sobre mi vulva. No pude evitar un suspiro y un empellón contra su mano.

Hábilmente desplazó mi tanga para que sus dedos tuvieran acceso directo a mi concha, humedeció los mismos en mis jugos y después de lamerlos los depositó en mi boca.

- Me va a encantar chuparte la concha. – dijo.

Me tomó de la mano y me llevó hasta el sofá frente al ventanal con vista a la playa y el mar. Apenas me senté se apoderó de los costados de mi tanga y la deslizó a lo largo de mis piernas. Reciproqué liberándolo de su traje de baño, lo que me permitió apreciar el tamaño y la dureza de su verga, porque apenas verla la puse inmediatamente en mi boca.

- Espera, - dijo Sebastián – ya tendrás tiempo. Muéstrame tus tetas.

Así lo hice y entonces se hincó frente a mí y comenzó a chupar y pellizcar mis pezones. Su lengua describía círculos alrededor de los mismos y mis ganas de tener su verga dentro de mí aumentaban exponencialmente. Comenzó a bajar por mi cuerpo distribuyendo besos por el mismo mientras suavemente me introducía dos dedos en mi vulva ya chorreante y me masajeaba el clítoris con su pulgar. Atrás quedó el monte de Venus y su lengua reemplazó a su pulgar mientras sus dedos en mi vagina continuaban entrando y saliendo, subiendo y bajando, aumentando mi gozo.

Sacó sus dedos sólo para trabajarme la concha entera con su lengua, lamiéndome y penetrándome deliciosamente. Cuando me besó, pude degustar el sabor de mis jugos en su boca.

- Ahora es tu turno. – dijo y se arrodilló delante de mí cara sobre el sofá.

Mis ojos se maravillaron al ver su enhiesta verga de cabeza enrojecida. Lentamente descendí con mi lengua por la misma y luego comencé a lamerle las bolas afeitadas mientras masturbaba su pene. Cuando estuve satisfecha, introduje su verga en mi boca y esta vez me dejó hacer. La sentía dura, pulsante.

Sebastián se movió hacia abajo masturbando su miembro para mantenerlo erecto.

- Te voy a penetrar. – me dijo ayudándome a acostarme sobre el sofá.

- Sí, entiérrame esa pija de una vez. – le respondí.

Sebastián puso uno de mis tobillos sobre su hombro, puse a un costado la otra pierna y mi vulva expuesta no tuvo que esperar para sentir su verga internándose en su cavidad. Me arrancó un gemido de satisfacción. “¡Por fin está adentro!”, pensé. Sebastián comenzó a entrar y salir de mi vagina mientras yo me hacía cargo de mis pezones. Me parecía que la cabeza de su pija continuaba engordando y podía sentir sus bolas golpeando en el espacio entre mi concha y mi culo con cada penetración.

- Ponte en cuatro patas. – me dijo en un momento, después de sacar su verga totalmente. – Ahora te toca por atrás.

- Por atrás sí, pero deja mi culo para otro día. – le dije – mientras cambiaba de posición.

- Sí así lo quieres. – respondió.

Antes de estar totalmente en posición de perrita, aproveché para chuparle la verga nuevamente y acariciarle los testículos. Apenas me había puesto en la posición pedida cuando sentí su pija taladrándome. Su endurecida barra carnosa continuó penetrándome hasta que estuvo toda adentro. Sebastián me la sacaba casi totalmente y luego me la enterraba otra vez. Me hacía gozar terriblemente. Después de varios vaivenes sentí que estaba por tener un orgasmo.

- Cambié de idea, - le dije – perfórame el culo y llénamelo con tu leche.

Me penetró primero con un dedo, luego con dos y finalmente su dura verga comenzó a penetrarme centímetro a centímetro. Una vez adentro comenzó otro regocijante vaivén. Me masajeé el clítoris vigorosamente y el orgasmo no demoró en llegar. Fue tan violento que casi me hice sangrar el labio inferior de mi boca cuando lo mordí. Sebastián me dio cinco bombeadas más que me hicieron experimentar más orgasmos y luego sentí el disparo de su leche dentro de mí. Gimió de placer y, aunque más lentas, sus penetraciones fueron bien profundas.

Sacó su pija de mi agujero estriado y derramó algo de semen sobre mis nalgas. Me volteé con rapidez, puse su verga en mi boca y, al estrujársela, las últimas gotas de semen se derramaron dentro de mí.

- Me gusta tu leche. – le dije.

- Me gustó hacerte el amor. – respondió.

- A mí también, pero mejor nos preparamos para recibir a nuestras parejas.

- Espero que repitamos esto pronto.

- Mmmm, tal vez los hermanos salgan mañana a caminar nuevamente, – le dije mientras caminaba hacia mi dormitorio meneando mi culo provocativamente – y tendremos oportunidad de repetir.

 


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