Renata y sus calenturas (2)

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Cuando vuelve Juan, el marido, la italiana tiene cara de madonna, está guapa por demás, es de culo y tetas más que generosos y ahora, con cuarenta y pico de años, en plenitud y regada casi a diario está como flor en primavera. 

Él, que en casi cinco meses el único agujero en el que liberó tensiones fue el del culito blanco del joven mexicano (que además de cocinero se presta como amante complaciente a toda la tripulación), ni que decir tiene que solo verla le invade la lujuria, y el deseo de desahogo le pone mástil marinero a su bragueta. 

La coge de primera y en volandas la lleva hasta la cama grande que se resiente con su ímpetu. No entra y sale de ella, la invade con su trompa de elefante y la lleva más allá de la locura. Ella grita, tenía olvidado lo que era esto, la siente más arriba de los riñones. Él está insaciable y la lleva una y otra vez a otra dimensión, allí donde se pierde el concepto. Sólo cuando siente como se derrama en ella y percibe los últimos estertores de su orgasmo le llega la calma. 

Durante varios días él la monta como a una jaca jerezana, ella está entre orgasmos múltiples y dolores, le gustaría incluso poner algún freno. A todo esto anda con mil cuidados hasta advertir al joven Carlitos que es tiempo de cambiar parte de su ruta, que su presencia ahora no es la más preciada. Vamos, que se olvide de ella por una temporada. Pero ¿Quién hace entender a un joven enamorado que su amada no está disponible?, pues eso, que él se resiste a no volver. Una y otra vez se pone frente a su ventana esperando un aviso de que ya puede subir, pero éste no llega nunca.

A las dos semanas el chico desespera, tiene tan roto el corazón como la bragueta, la intenta olvidar en la distancia y compensa con masajes a su lagarto, pero mientras a éste consigue dormirle, en su mente siguen sus fijaciones en ella y le pega puñetazos a las paredes como si éstas tuvieran la culpa de todo.

Juan se marcha como tantas otras veces y deja a su italiana bien servida. A ésta le dura eso un par de semanas, cuando éstas transcurren y lo hacen de forma acelerada, no sólo le viene a la memoria los empujones de Carlitos, sino que su botoncito también le pide ciertos aleteos. Es capaz de aguantar toda una semana más, mientras, en solitario se baja las tensiones. Al mes ya está sumida en el desamparo. Una mañana se levanta decidida a darle cura a sus males y sabe dónde ir, a mediodía se arregla lo necesario para no dar el cante y espera paciente en la puerta del instituto a verle salir. Cuando aparece Carlitos se le rizan los bucles inferiores alentándola, se pone valiente y le sale al paso haciéndose la encontradiza, a él casi le da un patatús al verla, 

- Que haceees aquí, le dice con tartamudeo incluido,  -  Tenía que verte, le responde ella asumiendo su papel dominante,  -  Pero es que yo estoy muy enfadado contigo, le responde él de corrido,  - ¿Crees que podía haber hecho otra cosa?, le pregunta ella, dándole respuesta a modo de justificación, a la que acompaña con una suave, disimulada y cálida caricia, ambos saben que no caben allí muchas mas palabras, así que ella sólo añade  - ¿Vendrás a verme?, no recibe confirmación pero sabe que ha prendido la mecha y que ahora sólo cabe esperar.

Hasta tres días es capaz de resistirse Carlitos, lo hace de forma estoica, rompiéndose por dentro en cada uno de ellos. Al cuarto, ya esta de nuevo delante de la puerta blanca sin mirilla y al igual que ocurrió la primera vez, pulsa el timbre y de inmediato se vuelve a encontrar frente a frente con ella, que lleva bata y parece esperarle.

Están los dos electrizados, hubieran saltado chispas si se tocan, por eso quizás empiezan a hablar 

- Por qué no me dijiste más que - A vuelto mi marido, no podemos vernos ahora, le dice él con resquemor,  -  No pude hacer otra cosa, ya te lo dije, le responde ella, y prosigue  -  Corrí mucho riesgo, sabes?,  -  Ya, es lo único que se le ocurre decir a él, la tensión parece suavizarse y ella la aprovecha para abrazarle, el contacto de ella semi desnuda surte un efecto inmediato en él y ambos saben como bajarlo, así que Renata le coge de la mano y Carlitos se deja llevar. - Esto es otra cosa, se dice ella cuando Carlitos se baja y encaja la cabeza entre sus muslos. Luego, cuando éste coge el ritmo del aleteo, suelta un espontáneo -  Huuuuuuy.

Renata no era consciente del riesgo que corría con Carlitos, ya que sus aventuras anteriores con otros no pasaban de un polvo rápido en cualquier sitio y con cualquiera. Lo de ahora tiene un cariz distinto, el joven ha tomado su casa como segundo domicilio y se pasa buena parte de la tarde dando vueltas a su alrededor, busca sus agujeritos a diario, algo que a ella no parece molestarle dada la complacencia con que atiende sus demandas. La cuestión es, que si no le ve aparecer a su hora le echa en falta y en su ausencia no piensa en otra cosa que en tenerle persiguiéndola con el lagarto por delante.

Cuando le llama Juan para darle la buena nueva de que hacen una parada de paso de un sólo día y que la va a subir a los cielos, a ella se le encoge el ombligo pensando que va a decirle a Carlitos, parece que es a él a quien engaña con su marido. Luego, cuando éste la vuelve a coger en volandas y en plan verraco le da arriba y abajo con ímpetu se le olvida que el joven existe, 

- Esto es otra cosa, dice ahora, pero a la inversa.

Al día siguiente, sin embargo, cuando se presenta Carlitos con todo su ingenio y dispuesto a cumplir con el arsenal de ideas nuevas que ella lleva en la cabeza, se dice encantada 

- Estos dos me van a volver loca… De gusto, eso sí.   


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