PUNTO DE ENCUENTRO 1

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Un domingo por la tarde a mediados de los años 60 del siglo pasado, Luis Castells que era un adolescente algo introvertido fue con su padre al Campo de fútbol del Barça a ver un partido amistoso entre dicho encumbrado equipo y el Sevilla. Se daba el caso que el padre de Luis quería despertar a éste la afición por el deporte en cuestión porque era una manera iniciártica de encarrilarlo en la dinámica competitividad de la vida. Y para hacerle la experiencia más placentera le compró un perrito caliente que le gustaba mucho, y una Coca-Cola, a la vez que le contaba las grandes gestas de antiguos jugadores de otras épocas.

Sin embargo para el chico aquella experiencia constituyó una penosa decepción incomprensible para todos y en especial para su padre.

En la medida que transcurría el partido de fútbol y ora parecía que iban a ganar unos y ora otros, el público presa de una emoción desbocada como un caballo sin jinete gritaba histéricamente, se desgañitaba con el rostro congestionado; perdía la habitual compostura y se indignaba sea con los jugadores, o con el árbitro, a quienes les insultaba con una grosería insual.

Claro que aquel deporte era asimismo una válvula de escape, un canal para que la gente diera rienda suelta a sus frustaciones familiares, laborales, o políticas.

Pero esto Luis por aquel entonces lo ignoraba, y no tan sólo se aburrió como una ostra viendo el partido ya que no se identificaba en absoluto con los colores del equipo de su región, sino que aquella euforia o disgusto exacerbada que el público mostraba por el solo hecho de que la pelota alcanzara la portería del equipo contrario, se le antojó que era una solemne estupidez. Él sabía que cuando terminara aquel partido todo el mundo regresaría a sus hogares, y sus vidas seguirían siendo tan frustrantes y mediocres como siempre. En realidad todo era una vana ilusión en la que iba implícito un narcisismo colectivo y nada más.

Por tanto Luis no veía ningún sentido al fútbol y durante el partido de aquella tarde sintió una honda tristeza al ver las reacciones decuántos le rodeaban.

Nunca más volvería a ir a ver un partido de fútbol - se dijo-. Y cuando a los amigos del Instituto  les daba por hablar del aquel deporte, Luis se retiraba discretamente del grupo y se dedicaba a otra cosa.

Al cabo del tiempo Luis Castells ya era un hombre de treinta años, el cual trabajaba de contable en una fábrica de muebles, donde conoció a una hermosa administrativa que tenía una vistosa y larga cabellera de color castaño llamada Estrella con la que el joven simpatizó enseguida por lo que estuvo saliendo unas semanas con ella. Y aunque a Estrella le agradaba la compañóa de aquel sujeto y esperaba casarse con él, no por eso dejaba de extrañarle su desdén por el fútbol cuando para sus hermanos aquello era una pasión.

- Que raro que no te interese el fútbol. A todo el mundo le gusta - le dijo la chica en una ocasión a Luis.

- Sí. Ya ves. Quizás yo sea de otro planeta - respondió él son ironía- Pero tiene que haber gente de todo ¿no crees?

- Sí... Claro... - expresó Estrella desconcertada.

"¿Es que este hombre está fuera de órbita?" - se preguntaba Estrella acerca de Luis.

Como era de esperar aquella pareja se casó, y tuvieron un precioso hijo al que le pusieron de nombre Sergio. Cabe decir que Luis se sintió muy feliz con su retoño y se propuso educarle sin imponerle ningúna doctrina de ningún tipo; aunque sí que le quiso enseñar unas normas de convivencia y de respeto hacia sus semejantes. Mas en el fondo de su conciencia albergaba el deseo de que su hijo Sergio se desentendiera del fútbol como había hecho él. ¿Es que acaso Luis se sentía solo en medio de la sociedad? ¿Deseaba tener a alguien próximo con que compartir su íntima manera de ser?

Pero a veces da la sensación de que el destino se ríe de nosotros, porque sucedió que el hijo de Luis tan pronto como empezó a ser autosuficiente, a afianzarse su personalidad dio unas vivaces muestras de que le entusiasmaba el fútbol; y por supuesto a Luis no le hizo ninguna gracia, pero se tuvo que aguantar. Evidentemente el chico no se parcía nada a él, y más bien en aspectos de preferencias había salido con los genes de sus tíos maternos.

En efecto, Sergio tenía a los jugadores extranjeros que contrataban el Club del Barça por unos héroes épicos y anhelaba que su equipo saliese vencedor en todos los campeonatos habidos y por haber .

- ¡Pero Sergio ¿no te das cuenta de que a estos magníficos jugadores lo único que les importa es cobrar grandes sumas de dinero del Club, y a la mínima se irán a un equipo contrario que les pague más?! le decía Luis disgustado a su hijo.

 

 


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