PUNTO DE ENCUENTRO 2

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- ¡Bah, papá! No seas "plasta". Estos jugadores llevarán al Barça a la gloria - le respondía picado su hijo.

Cada vez que por televisión retransmitían un partido importante Sergio se iba a verlo a la casa de sus tíos, que éstos sí que lo comprendían y los quería de veras. Por ello padre e hijo se distanciaban entre sí irremeiablemente porque parecía que vivieran en dos círculos opuestos.

Un día en el trabajo, a la hora del descanso un compañero de oficina de Luis llamado Esteban con el que mantenía una cierta amistad, le preguntó:

- ¿Qué tal tu hijo Sergio? ¿Va bien en los Estudios?

- Sí, muy bien - respondió Luis.

- Me alegro. Eso es que lo habéis sabido educar con responsabilidad.

- Ya. Pero por otro lado, mi hijo pasa de mi - confesó él.

- ¿Y eso?

- Somos demasiado diferentes. A Sergio le gusta el fútbol y a mi no. A veces pienso que me desprecia por esto.

- Pues si de veras te importa tu hijo, tienes que ser más flexible y ponerte a su nivel. De lo contrario, si te encierras obstinadamente en contra del fútbol,  es posible que lo pierdas sin remedio - le advirtió el tal Esteban.

-¡Que exagerado eres!

- No. Las cosas tienen para la gente un significado vital. Despreciar lo que a uno le gusta, es tanto como rechazar su razón de ser. Tenéis que dar con un PUNTO DE ENCUENTRO en su afición al fútbol que os vuelva a reconciliar.

- ¿Y si sale mal?

- Es un riesgo que tienes que correr. Si tu hijo sigue ignorándote, mala suerte. Pero al menos lo habrás intentado.

Al sábado siguiente Luís le propuso a su hijo de ir a visitar el Museo del Barça con la excusa de que le habían dicho que era algo extraordinario que valía pena de ver.

- Pero yo ya lo he visto papá - le dijo Sergio.

- Bueno. Así me lo enseñas. Me haces de guía.

Cuando llegaron a dicho lugar, cruzaron un enorme y espacioso vestíbulo en el que pululaban diversos trabajadores para el manteninimiento del mismo; subieron en un ascensor repleto de toda suerte de devotos turistas de aquel sacralizado Club, que los condujo hasta el último piso, desde el que se divisaba la magnífica panorámica del campo de juego. Todo era monumental, grandioso y laberíntico. Y no tardaron en hallar unas empinadas escaleras que al descender por ellas encontraron por fin el famoso museo.

Una vez que se adentraron en su interior, vieron que su contenido estaba dedicado a contar la historia del Club desde sus inicios, a partir de la biografía de su fundador Joan Gamper, ilustrada con históricas fotografías, y amenizadas con viejas canciones de la cupletista Raquel Meller, por lo que a Luis le dio la sensación que viajaba a los años 30.

Entonces los dos visitantes se detuvieron frente a una fotografía que mostraba al rey Alfonso Xlll en compañía del general Primo de Rivera como un mudo testimonio de la represión causada por la dictadura militar que sufrió Cataluña en aquellos tiempos, y por ende el mismo Club de connotaciones separatistas.

- Es que el Barça es más que un Club papá - le dijo Sergio a su progenitor.

- Sí, eso dicen.

También visitaron un rutilante departamento en el que se exhibían todos los trofeos y más documentos gráficos de otros años anteriores, hasta que regresaron al vestíbulo con el ascensor, y se dirigieron a un tramo que era donde estaba la pequeña capilla religiosa con la patrona de Cataluña, y desembocaron en la inmensidad del campo con su verde césped.

- ¿Qué te gusta? - quiso saber Sergio.

- Sí, mucho - respondió Luis a su hijo.

Aquel día sirvió para que padre e hijo volvieran a confraternizar, y a respetarse mutuamente pero de un modo relativo, porque en realidad no dejaban de ser dos almas distintas.

Y es que por lo visto los humanos estamos condenados a convivir en medio de la diversidad y a aceptar a quienes no sean como nosotros.


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