Paula

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Mi hija Carolina me avisó que vendría a pasar el fin de semana conmigo en compañía de su amiga Paula. Al finalizar mi divorcio conservé la casa en la que vivía porque mi ex prefirió el departamento en la ciudad… donde me había sido infiel. La casa estaba ubicada frente a una bahía de aguas calmas. Ya había caído la primera nevada. Aunque la nieve se había derretido, el frío persistía.

Carolina y Paula llegaron en el auto de Carolina a media mañana del viernes. Apenas se acomodaron en las habitaciones del lado de la casa opuesto a mi dormitorio, salieron a recorrer la pequeña población cercana a la casa y algunos puntos de interés a lo largo de la costa. Aunque me invitaron, preferí quedarme en casa haciendo algo de mantenimiento.

Al atardecer encendí el fuego en el hogar. El calor que emanaba del mismo contribuía al sistema de calefacción, por lo que la casa estaba bien cálida. Paula salió de su habitación cuando yo terminaba de preparar la ensalada para la cena. Casi me corto un dedo. Tenía puesto un short de jean bien corto y apretado que luego vi que exponía parte de los redondos glúteos que formaban su trasero. Arriba llevaba una simple camiseta roja con un escote bajo. Su corpiño contenía dos hermosas tetas, como hacía rato no veía, que apenas se insinuaban en el escote de la camiseta. Tenía el cabello castaño claro recogido en una cola de caballo. Instantáneamente me imaginé haciéndole el amor.

Cuando mi hija se nos unió minutos después le agradecí mentalmente que no me hubiera dejado un solo minuto más a solas con tremenda mujer.

Devoramos la cena con todo gusto y bebimos un par de botellas de vino tinto que ellas habían traído. El fuego en el hogar arrojaba su calor y su luz sobre todo el living-comedor. Después de un licor para acompañar la agradable conversación de sobremesa, decidimos irnos a dormir.

A la mañana siguiente, después del desayuno, tal cual lo planeado durante la cena, nos abrigamos y salimos a remar en los kayaks que descansaban en la terraza que enfrentaba la playa. Alcanzamos la costa de un parque nacional después de media hora de remar. Dejamos las embarcaciones en la playa y caminamos durante dos horas por un sendero que nos llevó al tope del cerro que dominaba la zona.

Yo tenía en mi mochila tres emparedados que había preparado antes de desayunar. Nos sentamos a almorzar con una fabulosa vista por delante. Cada vez que miraba a Paula volvían a mi mente imágenes de la noche anterior, tanto reales como imaginadas.

Regresamos a las 3:00 de la tarde y después de las consabidas duchas y siesta las mujeres se fueron nuevamente a la ciudad y yo me quedé a preparar la cena y leer un poco si quedaba tiempo. Tuvimos otra agradable cena hablando de mil temas diferentes. A las 11:00 de la noche la casa quedó en silencio y a oscuras excepto por las pequeñas lámparas de noche en lugares clave. No me podía dormir, así que me puse un suéter sobre el pijama, salí del dormitorio a la terraza sin encender luces y me senté a contemplar la luna y el mar. Quince minutos más tarde regresé al dormitorio. La luz de noche me permitió ver que mi cama no estaba vacía.

- Estaba por ir a buscarte afuera. – dijo Paula, sentada con su espalda apoyada contra la cabecera de la cama. Me percaté inmediatamente de que su cuerpo estaba cubierto con una camisa de dormir blanca que resaltaba sus curvas.

- ¿Cómo sabías que estaba allí? – pregunté, más que nada para ganar tiempo y recuperar la respiración después de la sorpresa.

- Te vi sentado afuera cuando entré, pero preferí darte una sorpresa cuando regresaras.

- ¡Y vaya que lo has hecho! – dije mientras me sentaba en la cama a su lado, enfrentándola, de forma que mi mano estaba a la altura de sus rodillas. Al mismo tiempo pusimos nuestras manos sobre la pierna del otro. Ella actuó con decisión y su mano llegó a mi entrepierna. Comenzó a acariciarme la verga que ya estaba camino a la erección. No pude esperar más para introducir mi lengua entre sus carnosos labios entreabiertos. Mi mano voló de su rodilla a su teta izquierda. Después le tocó el turno a la otra. Ya podía apreciar el endurecimiento de sus pezones.

- Desnúdate. – le pedí mientras yo me sacaba mi ropa. Paula se arrodilló y se sacó la camisa. Verla allí desnuda, tan cerca de mí terminó el proceso de endurecer mi verga, que Paula tomó en sus manos mientras continuaban los besos profundos.

- Quédate así. – me dijo. Luego se extendió en la cama y comenzó a lamer la cabeza de mi verga con su lengua. Después de unos momentos, lenta, deliberadamente, se la metió en la boca. Me lamía, mordisqueaba y chupaba mi verga alternativamente sin olvidarse de acariciarme los testículos con sus largas uñas pintadas de rojo.

- Date vuelta. – le dije. Me arrodillé sobre ella, la besé profundamente y luego comencé a bajar deleitándome en lamer, chupar y pellizcar sus tetas y pezones, meter mi lengua en su ombligo y lamer su pubis sin vello. Para este momento mi mano derecha ya exploraba su clítoris, los labios de su concha y el orificio que era la fuente de sus fluidos. No demoré en poner mi boca donde habían estado mis dedos pero giré casi 180 grados para que mi verga quedara en las manos de Paula. Inmediatamente comenzó a masturbarme mientras yo continuaba con el cunnilingus. Podía escuchar los gemidos de la amiga de mi hija.

- Espera, Mario. – dijo – quiero estar arriba tuyo. Dicho eso me empujó las caderas e inmediatamente se arrodilló arriba de mí, una pierna a cada lado. Me agarró la verga, la mojó con los jugos que vertía su apertura anterior y se la metió adentro bajando lentamente. Luego se sentó sobre mi cadera y comenzó a moverse acompasadamente haciéndome entrar y salir de ella mientras se masajeaba las tetas. Me ocupé de su clítoris con mi pulgar izquierdo.

- ¡Cómo me hace gozar tu pija! Estoy próxima a terminar.

- ¿Quieres acabar dónde estás?

- Sí, ni sueñes con sacármela. Ahh, ahhh, ahhhh – dijo, y se estremeció de pies a cabeza. Cuatro bombeadas más y le pedí que se acostara boca abajo para penetrarla desde atrás. Pronto estuve sobre ella.

Apretaba con mis dedos su hermoso culo mientras metía mi verga en su empapada concha. Cada vez que bombeaba hacia afuera me detenía por un instante, casi afuera de su orificio, antes de penetrarla a fondo nuevamente.

Tuvo varios orgasmos más y sentí que llegaba el mío. ¡Qué intensidad! Sentía mi semen derramándose dentro de Paula con cada embestida. Jadeando nos pusimos de costado abrazados y con nuestras piernas entrelazadas para mantener su concha cobijando mi verga. Mi mano derecha acariciaba sus tetas.

- Te gocé una barbaridad. – dijo después de unos momentos.

- Y yo a ti. – le respondí.

- Lamento tener que dejarte solo en la cama pero no quiero que Carolina sepa que seduje a su padre.

- Regresa a tu dormitorio y… visítame cuando quieras.

- ¡Volveré!

Me besó con ardor y salió de la habitación silenciosamente.


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