TESTIGO DEL AMOR

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TESTIGO DEL AMOR

Aquella era una labor casi cotidiana en Carol.
Ayudar a los ancianos solitarios que encontraba en el parque cada vez que salía a hacer ejercicio.
Aquella mañana prefirió caminar, también era un mejor modo de prestar más atención a todo lo que veía a su paso.
Al ir y venir por aquellas calles del interior del parque, siempre alguien estaba solo y ella se sentaba a charlar y a entablar una amistad que duraba, aquella corta conversación, casi siempre distraida y sin fundamento. Esta vez paseando sin prisa, se percató de que en dicho banco, que estaba a unos cien pasos de la puerta principal y a la derecha. Coincidía que siempre estaban dos personas.
Dos hombres, uno octogenario y otro mucho más joven, poco más o menos de su edad.
Era extraño, no por el señor mayor, si no por el joven, que estaba en edad de trabajar o estudiar. Pero, creyó siempre que debido al desempleo, aquel chico hacía como ella, prestaba su compañía a personas mayores.
Su acción de sentarse con ellos le pareció algo atrevida, pero no le importó, se sentó con ellos y comenzó a preguntar como si no hubiese un mañana. La curiosidad de Carol no tenía entonces límites y así fue como se enteró de todo respecto a sus nuevos amigos.

El señor mayor se llamaba Luis, tenía la friolera, según dijo él de ochenta y cinco años.
La mayor parte de ellos vividos junto a la que fue el gran amor de su vida. Ella, decía, Luis;
Siempre me acompañaba en mis paseos, y yo a ella, luego nos sentabamos y recordabamos nuestra vida. Llena de alegrías y también alguna que otra tristeza, pero ésas las dejábamos para el final o no las mencionabamos. Era mejor vivir con los buenos recuerdos y los malos...
Ahí quedó mudo, sin poder seguir hablando y mirando al joven.
Carol volvió a preguntar, y las palabras del chico, aclaraban la historia.
Ya abuelo, no te entristezcas más, aquello fue un dolor muy grande y una prueba que no todos superan.
Pensándose que hablaba de la muerte de su esposa, Carol dijo, eso es ley de vida, unos se van antes y otros después.
Pero no era así, a quien recordaba el abuelo era a su único hijo. Mi padre, decía el joven Edu, que murió en un accidente a los pocos meses de morir mi abuela.
La cara de Carol no podía estar más pálida, sus manos agarraban las de Edu que comenzó a temblar.
Los dos se veían tan solos que prometió volver otro día y sentarse allí con ellos.
Estaba encantada con aquella historia, volvería seguro.

Fueron muchos los encuentros con Luis y Edu, a diario cada vez que salía a ejercitar sus piernas, ya no tomaba otro camino, siempre era el mismo y con los mismos tertulianos que aquella mañana coincidió.

Aquí podría terminar este relato, pero no será así, seguiremos leyendo esta historia, pues aún no le llegó su final.

Luis contaba enamorado su vida con Eduarda. Y Carol escuchaba junto a Edu la vida llena de amor de sus abuelos.
Tantas veces va el cántaro a la fuente que al final... Los jovenes terminarían enamorandose, hablando de sus respectivas vidas, descubriendo como de frágiles eran los dos. Pues Carol salía a pasear por un problema de obesidad y Edu pasaba gran tiempo allí sentado por tener una enfermedad de la que no tenía por el momento muchas esperanzas de curarse. Pero como decía el abuelo, había que aprovechar y disfrutar el instante que cuando pasa, ése ya no regresa a nuestras vidas.

Carol salió a caminar se encontraba indispuesta, algo raro sentía, solo faltó dos días a su cita, y al volver al banco encontró a Edu solo, su abuelo se había marchado, se había quedado dormido, sin padecer se ha reunido con su amor, le decía a Carol.
Ésta no podía creerlo, en solo dos días Luis ya no estaba con ellos, era muy triste, pero no podían hundirse, se animarían mutuamente. Seguro que para Edu encontrarían un buen remedio y para ella una buena dieta, pero si no era así, si no perdía peso que más le daba, estaba viva y tenía su historia. Como la de cualquiera, sería feliz que es lo más importante.

Ahora solo eran dos en aquel banco, entre ellos surgían historias, de sus gentes, de sus amigos, incluso ellos mismos ya tenían una, la de su amor de la que el banco fue siempre testigo.

Cada día que pasaba Edu parecía que estaba más débil.
Carol ya no sabía como decirle que fuese de nuevo al médico, que podría haber algún tratamiento nuevo. Pero él se negaba, cuando estemos en casa, decía.
Habían programado vivir juntos, el invierno estaba cerca, aquellas dos estaciones que habían pasado juntos se podían soportar en el parque, pero ahora sería mejor encontrarse bajo un techo.

Aquella mañana tocaba paseo, Carol llevaba una buena noticia para Edu, al que no veía desde hacía unos días.
Entró en el parque, llovía un poco, las hojas se mojaban por ello y ella también.
No parecía importarle, antes de mirar hacia el banco dibujó en aquella alfombra de hojarasca un corazón con la punta de su pie.
Era feliz ya había perdido lo suficiente y no volvería a estar a dieta. Era lo que quería contar a Edu, que ahora se cuidaria para no volver a engordar y lo cuidaria a él siempre.
Pensó por un momento en Luis y en su preciosa historia de amor.
Comenzó a andar aquellos cien pasos, que desde la puerta principal la separaban del banco que quedaba a la derecha.
El cual encontró vacío, la ausencia de Edu le hizo suponer lo peor. Y así por desgracia era.
Volvió al día siguiente, al otro, y durante muchos más.
Edu no volvió a sentarse en aquel banco, pero ella tampoco. Su momento fue aquel y no hubieron más.
Su historia se escribió así de corta, siendo testigo de su amor aquel banco a cien pasos de la puerta principal y a la derecha del camino.

©Adelina GN


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