Otras formas de divertirse

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Don diablo se ha escapado

Tú no sabes la que ha armado

Ten cuidado, yo lo digo por si…

 

Cómodamente instalado ante los mandos de un espectacular Volkswagen Phaeton, oscuro como sus más inocentes intensiones, Adolfo Milton disfrutaba a todo volumen de las aventuras de aquel diablillo pícaro y presumido con el que tanto se identificaba, arrancándole al ángel caído una sonrisa de adorable sinvergüenza que cautivaba a cuantos se cruzaban en su camino. Era 5 de enero, sábado para más señas. Como la sucursal bancaria donde trabajaba cuando tomaba la forma del señor Milton se hallaba cerrada por ser fin de semana, no podía arrancar pequeñas migajas de vida a los mortales con la concesión de préstamos personales o de hipotecas a treinta años de desvelos, pero siempre habían otras formas de divertirse; sólo tenía que buscar un poco.

 

Don diablo que es muy cuco

Siempre sale con el truco

Del futuro colorado colorín…

 

La larga y ordenada cola que esperaba ante las puertas de la confitería La cochera llamó poderosamente su atención. Por su larga experiencia, vieja como los siglos transcurridos desde el fracaso de su rebelión contra el absolutismo divino, sabía que la diversión podía encontrarse en los lugares más insospechados y a la vista de los clientes que esperaban con paciencia a ser atendidos, su retorcida mente elaboró las bases de un plan con el que joderles un poquito el día de Reyes. Así que aparcó el Volkswagen fuera de la vista de cualquier curioso para que sólo el espejo retrovisor fuera testigo mudo de la transmutación que ocurría en su interior, reflejando cómo los atractivos ojos del banquero eran velados por el glaucoma propio de la vejez y la piel a su alrededor se convertía en un campo yermo surcado por profundas arrugas. Como toque final, añadió unas motitas oscuras sobre la piel, hasta un total de 666, pues, ante todo y contra la opinión de todos, él era un profesional.

 

*        *        *

 

Lucía un aspecto de lo más humilde. Seca de carnes, los ojos blanquecinos y llorosos, la ropa de baja factura que vestía se tensaba notablemente sobre la línea quebrada de su espalda, cruel recordatorio de la dureza con la que la había tratado la vida. La anciana llegó a la confitería pasito a pasito, rebasando la cola que esperaba a ser atendida con un «Sólo voy a preguntar si ya tienen preparado mi roscón» dedicado a los más suspicaces pues, como le explicó a la primera de la fila, le dolían demasiado los huesos con la humedad del día como para esperar en balde.

–¿A que se cuela la vieja? –le dijo a su esposa el hombre que tenía el número de orden 23.

–Tranquilízate cariño –le apaciguó ésta–. Sólo quiere preguntar.

–Seguro. Ya verás cómo es la primera en salir con el rosco de Reyes.

El hombre siguió despotricando contra la anciana para sonrojo de su esposa, que con chistidos prudentes lo instaba a callar. Y cuanto más le chistaba, mayor era su enojo, que ya abarcaba a la tercera edad al completo, esgrimiendo contra ella toda clase de argumentos –sólidos desde su punto de vista como los cimientos de una catedral–, que siempre giraban en torno a la desvergüenza que manejaban con tanta impunidad. «Dicen lo que les apetece cuando les da la gana, sin importarles a quién tienen delante. Son los primeros en subirse al autobús en hora punta… ¡Y encima gratis! Y no me hagan hablar de las colas que forman en el médico a primera hora de la mañana», concluyó para los no pocos que prestaban atención a la diatriba mañanera del enojado orador, arrancándoles asentimientos de conformidad.

–Ves como tenía razón! –vociferó triunfante el hombre a su esposa cuando de la confitería salió la anciana con una gran caja entre las manos–. Te dije que la vieja se colaba.

–¿De verdad te molesta tanto?

–¡Tú me dirás! Aquí, quien más, quien menos, lleva media hora esperando su turno…

–¡Y qué más da, cariño! –sanjó la mujer con tal ternura que desarmó por completo a su enfurecido esposo–. No merece la pena enfadarse por una tontería.

»Y menos el día de Reyes.

–Es verdad. Tienes toda la razónnn… ¡¡ME CAGO EN LA VIEJA!!

Desde un automóvil de gama alta, tras llamar la atención de todos con un juego de luces, la anciana desfiló ante los asombrados clientes luciendo para ellos una sonrisa malintencionada. Y cuando desde el equipo de música Miguel Bosé cantó a toda potencia aquello de: «Un beso chiquitín con un swing, ¡haaa…! Un beso chiquitín con un swing», la anciana dibujó para el hombre un beso con sus labios arrugados, arrojando a sus pies la figurilla del Pato Donald que traía de regalo el roscón… Pato Donald que iba disfrazado de demonio, como no podía ser de otra forma.

 

Te agarra muy suavemente

Te acaba en un pis pas

No tiene moral

y es difícil de saciar

Te gusta y todo lo das.

 

B.A.: 2.019


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