Cinco años de ayer

     El tiempo había pasado más rápido de lo que podía recordar. Casi tan rápido y liviano como la luz de la mañana que, tímida, pero constante, devoraba la oscuridad de la habitación a través de la ventana entreabierta. Casi colándose como un sibilino ladrón al que gustoso invitamos.

     A pesar de ello, no pude evitar pararme a pensar que cinco años habían transcurrido hasta ese momento. Cinco años regados de recuerdos indelebles, de risas contagiosas. De felicidad salpicada a veces por gritos a destiempo y eternos silencios. Cinco años que se aceleraron, en nuestras mentes y nuestros cuerpos, con dos niños que llegaron casi sin avisar poniendo la vida y las prioridades patas arriba. Cinco años de minuto a minuto fundiendo dos vidas en una. Dos almas convergiendo en un corazón.

     Esa mañana, como casi siempre, desperté antes. Recordé esos cinco años y mientras ella aun dormía pase mi brazo bajo su cabeza y le di un beso suave en la mejilla. Ella, casi por instinto, ese instinto que sale a la superficie cuando realmente somos nosotros, acomodó su cabeza en mi pecho y siguió durmiendo como si fuera la primera vez que lo hacíamos. En ese instante el tiempo se detuvo, y esos cinco años se volvieron un mero ayer con anhelo de un para siempre.