EXTRAÑA SOCIEDAD 1

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Hace algunos meses que asistí con mi mujer y mi hija a la boda de mi sobrina mayor, que se celebraba en un lujoso hotel que estaba ubicado en un típico barrio pescador llamado la Barceloneta que está muy cercano al Puerto Marítimo de la Ciudad Condal.

Y una vez terminado el ritual, todos los invitados que ibámos ataviados con nuestras mejores indumentarias nos trasladamos a un inmenso patio que era un mirador con vistas al mar donde nos servirían un tan exquisito como abundante refrigerio de cocina creativa.

Y mientras yo tomaba una cerveza se me acercó una mujer alta, morena que la conocía desde la infancia, y cuyos padres habían sido íntimos amigos de mi familia.

- Hola Paco. ¿Cómo te va? - me saludó ella afablemente mientras se servía una limonada.

-¿Qué tal María Teresa? Ya veo que tu sigues tan atractiva como siempre - le respondí a mi vez con una sonrisa.

- Ya ves. Se hace lo que se puede. ¿Y ahora a qué te dedicas? - quiso saber María Teresa ya que yo para ella siempre había sido un bicho raro.

-Oh. Me interesa la Literatura... - le confesé.

- ¡Ay sí! Ya me ha  dicho que a ti te gusta leer...

- En efecto. ¿No es mejor éso que vivir pegado a los bobos y alineantes programas de la televisión?

- No lo sé chico. A mi me cansa leer, y en cambio la tele me distrae - respondió mi interlocutora con frivolidad.

En aquel instante se nos agregó otra mujer llamada Rosalía que era de cabello castaño, la cual había sido la hija de unos maestros de Escuela.

-¡Hola, hola! ¿De qué estáis hablando si se puede saber? - inquirió la recién llegada.

-Ah. De nada en particular - expresó la guapa María Teresa-. Paco me decía que le gusta leer.

-Oh sí... Eso se comenta por ahí. Pero oye Paco. ¿Tu siempre has leído tanto? - me preguntó Rosalía con extrañeza. Pues era como si yo en mis ratos libres me dedicara a contemplar las musarañas y me olvidara de los quehaceres prácticos.

- Pues sí; así es.

Le podría haber contestado para buscar una riqueza espiritual que no encontraba en la pedreste conversación de los demás.

Sin embargo a mi lo que más me chocaba era que la hija de unos maestros de la docencia se sorprendiera de que me inclinara por la lectura. Esto me hacía pensar que nos hallábamos instalados en un falso y paradógico sistema educativo llamado la Ignorancia Ilustrada, en el que si bien por un lado se enseñaban unas disciplinas, por el otro lado no se estimulaba el amor a la cultura, y asimismo se despreciaba la capacidad de reflexionar. Y posteriormente se iba a la Universidad pero que en el fondo todo respondía a un pálpito funcional que sólo servía para encontrar un trabajo bien pagado y lo demás eran cuentos chinos.

Y tuve también la convicción que un país, una sociedad por enriquecida que estuviera, si rechazaba a la lectura y a la cualidad de reflexionar objetivamente sobre algo aún a riesgo de equivocarse, es que ha evolucionado respecto a sus antepasados apenas nada.

Mi punto de vista era que aquel vacío de profundidad reflexiva era una consecuencia de la Contrareforma Católica nada menos que del año 1510 y que se había perpetuado en el tiempo.

- Es que me gusta leer para protegerme de las estupideces que se oyen decir continuamente - dije yo.

- ¡Aaaah! Mira que bien.

Me separé de aquellas dos mujeres y me mezclé entre los invitados, hasta que topé con aquel poeta romántico llamado Eduardo que en su día había querido intimar con aquella otra elegante poetisa ambulante en la calle Tuset de Barcelona, el cual por capricho del destino hacía años que se había hecho amigo de mi sobrina mayor en el Club Náutico del pueblo en el que resido.

Eduardo era un sujeto de estatura mediana; moreno, y con bigote. Tenía además una expresión melancólica en los ojos que recordaba al escritor francés del siglo XlX Marcel  Proust.

- ¡Caramba cuánto tiempo sin verte, hombre! - le saludé cordialmente-. ¿Qué tal te van las cosas?

- Oh, tengo mucho trabajo en la Academia - dijo él.

- ¿Todavía escribes poemas?

- Casi nada. Si acaso alguna cosilla...

-¡Pero hombre, eso no puede ser!

- Es que me siento desanimado.

- Pues esto no puede ser. Tienes que sobreponerte al desánimo, a la apatía. La creatividad poética es tu razón de ser. Si te abandonas caerás en la oscura rutina y lo lamentarás - le advertí.

- Es verdad, es verdad. Tienes razón.

- Si quieres darte a conocer tienes que abrirte al mundo. Por ejemplo es conveniente que entres en una página Web literaria en Internet. Te aseguro que allí encontrarás a grandes poetas de Méjico, de Chile. de Colombia... Y también hay gente estupenda de otras regiones de la Península Ibérica - le recomendé.

 


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