Fascinado con mi Ángel (6)

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6.  Al fin un encuentro tranquilo.

Nada más andar unos pasos fuera de su casa, me asaltó una sensación de incomodidad que no me dejaba tranquilo.  ¡Cómo es que me había disgustado con él, que estaba tan amoroso, cuando la interrupción había sido provocada por la inoportuna de la Margarita!  Entré al cafecito cercano y le envié un mensaje por celular:

–Discúlpame.  Estaba confundido y me porté mal contigo.  Te quiero mucho.

Esa noche, me llamó enternecido y conversamos largo rato.  Entre otras cosas, me dijo que había tomado la decisión de irse de casa; ya estaba muy “viejo” para seguir viviendo pegado de sus padres y sufriendo a la imprudente Margarita.  Le alabé su decisión y le ofrecí toda mi colaboración (“hasta ni sería loco pensar en que vivamos juntos”).

El día siguiente averigüé con un compañero de trabajo que alardeaba de llevarse sus conquistas amorosas a un sitio muy discreto, cómodo, bien atendido e interesantemente decorado.  Le expresé que iba a llevar a "una chica" que había conquistado recientemente y me dio todos los datos necesarios.  Aunque lo estuve llamando todas las noches de esa semana, solo el viernes le pinté la maravilla de tarde de sábado que podríamos pasar juntitos en aquel terreno neutral.  Aceptó encantado; me dijo que estrenaría otra de aquellas prendas sexi y que además me llevaría una sorpresa.  Conversamos otro buen rato, adelantando con lujo de detalles las “travesuras” que haríamos esa rica tarde de sábado y fue tan explícito, tan gráfico, describiéndome como me chuparía la polla, como me introduciría sus dedos por mi trasero, que me excité fuertemente y terminé corriéndomela tan pronto colgamos la llamada.

Lo recogí en mi automóvil y nos fuimos directo al lugar; era un primoroso hotelito semicampestre, un poco adentro de la carretera.  Tan pronto entramos al cuarto, le quité camisa y pantalón, casi arrancados, así de caliente me encontraba; me deslumbró su coqueto pantaloncillo azul claro lleno de caritas felices; tuve que darle un beso en su cosa por encima del diminuto interior, pero luego se lo bajé de un tirón y lo empujé hacia la cama, mientras me quitaba mi ropa.

Al momento estaba con él en la cama. Estaba desesperado por poseerlo; lo besé con pasión en la boca, completamente echado encima de él.  Pero me incorporé pronto y lo hice quedar boca arriba, al borde de la cama, con la cabeza reposando sobre una almohada; le subí su pierna derecha hasta su cabeza y le moví la izquierda hacia un lado; le dije:

–Te lo voy a meter por ese culo.

–¡Siii!  ¡Quiero saber qué tan rico es!  Nunca me lo han hecho.

–Bueno, entonces te sostienes la pierna del lado con una mano.

Y, con una pierna al suelo y la otra doblada, sosteniéndole firme su pierna alta, me acerqué con mis genitales hasta los suyos y puse la punta de mi miembro en su entrada trasera.

–¡Sí, que rico!  Pero suave.  Debo de ser muy estrecho.

Retiré mi polla y le introduje dos dedos, pues ya debería soportarlos después de haberme recibido dedo un par de veces.  Suspiró hondamente, se los llevé hasta el fondo y removí adentro.  Mostró mucho placer y corrí a sacárselos y a introducir mi polla – más o menos hasta la mitad.  Gimió; la retiré un poco…

–¡No!  No la saques.

–Pero te duele.

–Me gusta.

La acabé de introducir de un envión.  Gritó.

–Te dije que te dolería.

–Es un dolor gozoso.  No te me salgas.

¡Qué gran dicha!  Empecé a removérsela adentro, entra y sale, entra y sale, y seguía gimiendo de placer y pidiéndome más.  No demoré en desarrollarme completamente ahí adentro; me pidió que me quedara un poco más y eso hice, mientras lo acariciaba todo y le decía cositas dulces.

Después de extraerla, él me pidió sexo oral y, aunque yo estaba con el bajón pasional que ocurre después de un buen orgasmo, atendí su pedido; le hice círculos con mi lengua alrededor de su sexo, antes de hacerlo entrar y luego succioné con tal energía que no tardó en llegar su orgasmo.  Ahora, extenuado, me quedé con mi cabeza recostada sobre su abdomen y él me acariciaba mis cabellos, me los revolcaba, me los besaba.  Así, nos llegó el sueño y dormimos un buen rato.

Me despertaron sus caricias sobre mis nalgas, pues estaba tendido boca abajo; demoré en demostrarle que había despertado, porque disfrutaba con pasión de esos dulces frotamientos.  Por fin, le tomé prisioneras sus manos y me acerqué a besarle su sexo, luego su ombligo, después sus pechos y finalmente esa rica boquita; para ese momento, ya tenía mi miembro otra vez enhiesto, rígido, caliente, ganoso.  Él lo notó, por supuesto, y aprovechando que le solté sus manos, con ellas me lo aprisionó y se adjudicó su propio turno de hacerme el sexo oral; me lo chupó delicioso; con suavidad pero con morbo, amasándome simultáneamente los testículos.  Cada que yo estaba a punto de venirme, hacía una pausa, retiraba sus manos de mis adornos colgantes y luego reiniciaba todo; así, cuando por fin me desarrollé copiosamente, no retiró su boca, se tragó toda mi secreción y después me ayudó a limpiar el miembro que rápidamente estuvo flácido.

Descansamos abrazados otro rato, me renovó sus declaraciones de amor, agotamos la bebida que habíamos encargado, nos bañamos y nos ayudamos a vestir uno al otro.  Ahí me entregó la sorpresa prometida, un pantaloncillo con motivos sexy, que me puso con zalamería y me hizo prometer no quitármelo hasta el baño del día siguiente.  Luego nos sentamos a decirnos cositas dulces y besuquearnos, hicimos planes para la semana y salimos hacia su casa, donde lo dejé con la promesa de quererlo más todos los días y no dejar de llamarlo.

Continúa.


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