Fascinado con mi Ángel (y 7)

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7.  Una jugada del destino.

Al salir del trabajo el miércoles siguiente, me dio por darme una vuelta por un bar que solía frecuentar.  Pedí mi trago en la barra y, apenas llevándolo a mis labios, sentí que se posaba una mano sobre mi hombro y escuché una voz femenina que me pedía la invitara a uno igual, para hacer un brindis.  Antes de volver mi vista, reconocí a mi ex-novia Mercedes, llamé para que le sirvieran y la saludé de beso.

–¡Qué beso más ardiente!  Me dijo.

–Solo te parece.

–¡No!  Fue fantástico.  ¿Con quién has estado practicando?

–Con nadie, desde que me dejaste.

–Querrás decir desde que tú me dejaste a mí.

–¿Qué más da?  Ha llegado tu trago.  Brindemos por…

–¡Por tus nuevos amores!

–No tengo.  ¿Por qué no me crees?  No me he sanado de tí.

–¿Fue que te enfermé?

–¡Ja ja ja!  Esa ruptura fue como una infección.

Seguimos conversando un buen rato y tomamos más de uno, más de dos o tres tragos.  Resolvimos alejarnos caminando por la parte común del trayecto hacia nuestras casas y seguimos hablando muy animadamente, recordando picantes escenas de nuestra pasada relación y jugando a cómo las repetiríamos, cada uno con un nuevo enamorado.  Alguna de ellas me recordó una experiencia reciente con Ángel y tragué saliva.  Me miró sorprendida, pero le cambié hábilmente el tema.  Me tomó de la mano y no hice nada por soltarme.  A la vuelta de una esquina, entrando en una calle solitaria, me puso contra la pared y me robó un beso en la boca.  Un beso dulce y no breve; tampoco hice nada por zafarme; le apreté el trasero con mis manos y se me soltó.  Me contrarié un poco, pero me volvió a tomar de la mano, cariñosamente, y me llevó casi arrastrado.  Al poco caí en cuenta de que hacía rato habíamos dejado el punto donde se separaban nuestros caminos y que habíamos seguido el de su casa.  Intenté despedirme, pero me invitó a su apartamento, a donde entramos muy cogidos de la mano.

No bien llegamos a la sala, empezó a desabotonarme la camisa; le mostré que el ventanal estaba abierto de par en par, pero no le importó; me recordó que solíamos hacerlo en esas condiciones y eso me revivió el morbo exhibicionista de entonces.  Mientras ella me desabrochaba el pantalón, yo le sacaba el buso por su cabecita y luego le tomaba sus dos tetas entre mis ansiosas manos.  Una vez desnudos se fue a traer de beber y nos tendimos en el sofá.  No resistí la tentación de posar dentro de su ombligo, un ombligo profundo, la punta de mi miembro que estaba muy lubricada; la froté en esa concavidad y luego derramé un poco de ron en ese provocativo huequecito ya humedecido, para introducir después mi lengua, acercar mis labios y beber el coctel así preparado.

Continuamos enloquecidos largo rato, en el que me acarició con pasión todos los rincones de mi cuerpo, me besó todas mis partes húmedas y yo introduje lo mío por sus tres orificios más atractivos.  Rendidos del cansancio, dormimos uno sobre el otro durante al menos una hora y a continuación tomamos un tibio baño en compañía.  Salimos a vestirnos en la sala, frente a la ventana; yo a ella, su piyama, ella a mí las prendas, que besaba antes de acomodármelas juguetonamente; le dio trabajo encajarme dentro del pantaloncillo mi órgano, de nuevo semierecto, pero convinimos no molestarlo más por el momento y reservarle otros momentos deliciosos más adelante.

Llegué a mi refugio con una tremenda contradicción bullendo en mi cabeza.  ¿Con quién estoy, al fin?  Pasé jueves, viernes y sábado sin llamar a Ángel, pues algo me decía que lo había traicionado y no me sentía en condiciones de comportarme normalmente con él, como si nada hubiera pasado; temía que cualquier cosa me delatara.  Pues no tenía que temerlo, yo mismo me había delatado, de la manera más ramplona:  El domingo me llamó a la extraña hora de las ocho de la mañana y me preguntó de una vez cómo me había ido el miércoles, lo que me extrañó; pero le contesté, en la forma más serena posible, que nada del otro mundo, que me había venido temprano a casa y había mirado una película por TV.

–Yo también vi cine; y muy excitante.

–Ah, ¿te gusta el cine erótico?  ¿Y en dónde lo viste?

–En el apartamento de mi primo Rubén.

–¿Y cuál fue la película?

–Fue un reality.  Su apartamento está en la Avenida Los Jardines, en un sexto piso, frente al edificio Tulipanes.  ¿Lo conoces?

Me recorrió un escalofrío de pies a cabeza, mas le respondí que no (con voz temblorosa).

–Sí… Había una pareja que ni preparada para el acto.  Lo hicieron a las mil maravillas.  Me produjeron tremenda excitación.

Y pasó a describirme con pelos y señales lo que hice con Mercedes.  Lo había visto todo desde el balcón de su primo.  Me quedaba la esperanza de que no me hubiera reconocido y estuviera ingenuamente contándome la escena vista, para excitarme y propiciar un encuentro bien ardiente.

–Son todavía más fascinantes esos actos representados por actores anónimos, le dije.

–La mujer es anónima para mí, pero a su pareja la conozco.

–¿Quién es?

–No te me hagas el tonto.  Te vi llegar cogido de la mano con ella a la puerta del edificio y entraron muy abrazados.  Te observé con todo detalle en su piso, pues estábamos frente a frente.  ¡Quédate con tu mujer!  No te quiero volver a ver.  Me has partido el corazón.

Solo colgué, sin decir una palabra más.  Al medio día me llamó Mercedes; tuvimos un encuentro sereno esa tarde e hice todo el esfuerzo para no pensar en Ángel, pero lo estuve llamando todos los días de esa semana para tratar de componer las cosas, mientras también tenía encuentros con Merce en lugares distintos a su vivienda.

Al fin, Ángel nunca más me aceptó; parece que se ligó con un amigo de su padre que siempre lo miraba con ganas.  Yo seguí en una apasionada relación con Merce, pero, les cuento aquí muy confidencialmente, he estado saliendo a buscar dónde encuentro un provocativo chico similar a Ángel para iniciar otra aventura excitante.  Puedo sostener las dos relaciones al tiempo, con algunas precauciones.  Porque, definitivamente, tengo para ambas.

F I N


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