Un sorpresivo ménage à trois

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Llegué al café-teatro y pedí un trago mientras esperaba a mi compañía.  La parejita que estaba en la mesa de enseguida era hermosa y llamativa; ella, de unos 22 y él de unos 25, de cuerpo sensual ambos, de bellas facciones y de actitud abierta.  La estaba mirando embelesado a ella y me picó un ojo; le correspondí un poco turbado y en ese momento me vibró el teléfono; mientras lo sacaba del bolsillo, ella le dijo algo al hombre al oído y el se volvió a picarme también un ojo, muy sonriente; yo me sonrojé y al tiempo contestaba la llamada; era mi pareja, que tuvo un inconveniente serio y no vendría; le dije que me las arreglaría solo, pero ya estaba pensando en pasar algún buen rato con esos fantásticos vecinos.

Unos momentos después, ya empezando el espectáculo, les indagué por señas si podía acompañarlos en su mesa y aceptaron de inmediato.  Me parecía extraño mezclarme con ellos tan jóvenes yo con mis 35 años, pero allá me fui; iba a sentarme al lado de ella y me pidió que me acomodara más bien en medio de ellos dos; me pareció raro, pero obedecí.  Brindamos, les conté del inconveniente de mi pareja y comenzamos a distraernos con lo que ocurría en el escenario.  Súbitamente, pero con gran suavidad, ella me desabrochó el pantalón y me bajó el cierre; me miró como pidiendo permiso para introducirme una mano, yo no sabía qué decir, qué hacer, pero esa mano ya iba en camino, penetró y comenzó a acariciarme el bajo vientre y deslizarse hacia mi miembro.  Lo sentía delicioso y ya no me preocupaba por el muchacho, pues supuse que era algo convenido entre ellos, mas me llevé una segunda sorpresa con su mano, que entró a posarse sobre la de la chica y a ayudarle en sus movimientos.

No habría que contar lo pronto que llegué a un orgasmo con esa acción a dos manos, pero sí sus miradas pícaras a mi rostro cuando estuve en el momento culminante y me sentía turbado; me tranquilizaron con sus sonrisas, sus picadas de ojo y su ayuda para limpiar lo que había que limpiar.  Acto seguido, me pidieron repetir en ellos lo que me habían hecho; para facilitármelo, cada uno se abrió su respectivo cierre y me indicaron que, como tenía dos manos, podría estar en ambas partes a la vez.  No me hice rogar, pero al empezar las manipulaciones, me sentía enredado con lo que tendría que hacer con lo de él, mientras le penetraba mis dedos deliciosamente a ella.  Fue la chica la que me tranquilizó diciéndome al oído que a su compañero le enloquecía que le hicieran ese ejercicio y que si yo no sabía cómo, seguramente que sí tenía práctica con lo mío propio y se lo podía hacer igual a él.

Sus orgasmos fueron de locura; sus movimientos y gemidos llamaron la atención de algunas mesas vecinas, pero parece que estaban más o menos en los mismos afanes, porque se desentendieron pronto.  Después de recompuestos, la chica me dio un fogoso beso de agradecimiento en la boca y el muchacho, un rápido beso de mejilla.  Nos sonreímos pícaramente entre los tres y continuamos mirando al escenario, acariciándonos nuestras respectivas piernas unos a otros, como postre.

Terminando el acto, en nuestra despedida, ellos me propusieron acompañarlos “un día de estos” a su cama.  Ni corto, ni perezoso, se los acepté, intercambiamos números telefónicos y nos apartamos en medio de besos un poco más descarados entre todos.


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