La primera vez que compartí a una mujer en la cama

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Dicen que nunca olvidas tu primera vez, y es cierto. La primera vez que compartí a una mujer en la cama con otro hombre fue una experiencia, además de inolvidable, infinitamente excitante y placentera.

La fecha de esta experiencia sexual quedó grabada en mi memoria, pues resulta significativa: 8 de marzo de 1999, sí: en el Día Internacional de la Mujer, mi novia Laura recibió un regalo espontáneo que culminó la fantasía sexual que taladraba el cerebro de ambos cada vez que cogíamos.

Ese día fue el debut de Laura como mi puta o mi putinovia, como se les llaman ahora a las chicas que descubren que el placer tiene infinitas variantes y va más allá de un simple y rítmico intercambio de fluidos, siempre con la misma verga, en la misma cama y después del mismo ritual hipócrita.

La idea de compartir a Laura con mi amigo Christopher vino a mi mente mientras conducía mi Volkswagen camino a Perisur, donde ella me esperaba. El plan original era que comeríamos para después ir al cine o a coger en algún motel. Todo un pinche plan de novios convencionales, que nos asfixiaba, nos condenaba a la rutina, pero que no nos atrevíamos a confesar.

Así que le dije Laura que había cambio de planes para esa tarde. Como en muchas otras cosas yo decidía a dónde ir y qué hacer. Ella se dejaba llevar, aceptaba siempre de buena gana mis ocurrencias porque conocía bien los dos imperativos que impuse a nuestro noviazgo y que resumían mi carácter posesivo y de dominación casi absoluta: cállate y bésame.

Enfilé hacia el edificio de la Secretaría de Energía donde Cristopher hacia méritos de lunes a viernes para convertirse algún día, y a sus 24 años, en todo un burócrata "de estructura", en la recta final de un sexenio y de un milenio.

En 1999 era posible estacionar mi auto en Insurgentes sin que los agentes de tránsito hicieran mucho lío. Dejé a Laura en el Vocho y entré al edificio gubernamental, tomé el ascensor hasta el piso 9 y encontré a mi amigo en su cubículo, tal y como lo recuerdo hasta hoy: pulcro, joven, bien parecido, vistiendo con dignidad su único traje y con una camisa blanquísima.

Él se alegró de verme y aceptó de inmediato mi invitación. Hay que festejar a Laura, es su día, ¿te gustaría si nos la cogemos al mismo tiempo?, le pregunté.

Laura me había dicho antes que encontraba a Cristopher muy atractivo y varonil, aunque demasiado engreído y con evidentes limitaciones intelectuales.

Laura era muy perceptiva, sin duda: Cristopher había sido el último de la generación 98 en la Universidad. Al pobre le tomó un año más completar todos los créditos a golpe de extraordinarios, mientras que yo me gradué a tiempo con el promedio más alto.

Si en el plano intelectual Cristopher y yo éramos polos opuestos, en temas de sexualidad éramos almas gemelas. Ambos compartíamos la misma fascinación por la pornografía y charlábamos durante horas sobre sus variantes, de la A la Z o de amateur a zoofilia, para ser claros.

A la invitación de cogerse a mi novia Cristopher respondió con una amplia sonrisa y un brillo lascivo en sus ojos. Sabía que contaba con él, porque para eso son los amigos ¿no?

El trayecto del Insurgentes Sur a su departamento en la colonia Roma me pareció inusualmente largo. Ese pequeño espacio en el 134 de la calle de Colima, con piso de duela y escaso mobiliario -no tenía comedor ni mesa-, favorecía nuestra cercanía, así que los tres compartimos pizza y cervezas en la única recámara.

Lo que siguió fue increíble: le pedí a Laura que le diera una mamada a Cristopher, a lo que ella accedió de inmediato y es que la cerveza ya le había hecho efecto.

Ella le mamó verga de mi amigo con energía, ese era su estilo. Mi erección fue inmediata y en cuanto detectó que mi verga ya esperaba turno, se lanzó a mamarla también.

Nos pidió que le quitáramos la ropa. Ver a mi novia, totalmente desnuda y con dos vergas en la boca resultaba increíble, era como protagonizar el papel estelar en una película pornográfica.

Me sorprendió que Cristopher interrumpió la sesión de mamada doble para poner a Laura de espaldas y penetrarla sin advertencia por detrás. Los gemidos de mi novia me excitaron muchísimo y casi por inercia le metí la verga en la boca, que ella ya esperaba ansiosa.

Debimos continuar así por horas, alternando posiciones con Laura, aunque por momentos se la dejaba toda a Cristopher, quien cooperaba de maravilla.

Nuestra sincronía era perfecta, aun cuando mi amigo y yo evitábamos cualquier roce accidental.

Yo eyaculé en los senos de Laura y Cristopher en sus nalgas. Exhaustos, ninguno de los tres se atrevía a romper el placentero silencio que nos envolvía.

Ese fue el inicio de una excitante relación de tres que habría de prolongarse durante varios meses y que lamentablemente se extinguió con el fin del año 99, pero que nunca olvidaré.

Tony


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