Paola, Kayla y mi locura

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Paola entró en mi vida de una forma tan natural y espontánea que aún hoy me sorprende.

Ella trabaja de camarera en el restaurante al que voy a comer casi todos los días. Tienen un menú cambiante diario que suele estar bien y me hice adicto a él, por comodidad sobretodo, aunque sin quitar mérito a la calidad y buen sabor de sus platos.

Desde el principio me gustó su forma de tratarme, era amable a la vez de educada y eficaz. Después vinieron sus roces, su eterna sonrisa, sus miradas desde el fondo que no me pasaban desapercibidas. A los que sumar, como no, un buen culo y unas tetas ajustadas de tamaño, pero mirando hacia arriba. Para sus cuarenta años largos está cuidada y de muy buen ver, en resumen, que tiene un todo que me altera. Se lo dije un día sin ambages y me soltó de primera

- Pues estoy sin ataduras, lo dijo sonriendo y con acento mejicano de broma porque ella es brasileña.

Me costó reaccionar, lo hice a su vuelta, entre plato y plato le dije de venir a buscarla a su salida y se mostró complacida.

Ese mismo día al ir a recogerla me preguntó si podía ducharse en mi casa o si pasaba por la suya, dando por descontado que lo que quería era follar con ella. No tiene tapujos, me di cuenta desde ese momento. La cosa funcionó la mar de bien, es lo que yo andaba buscado siempre en una mujer o quizás, ella representa mucho más. Está siempre dispuesta para follar y me trata como nadie antes lo hizo. De seguido me dijo que había que follar en su casa porque le era más cómodo, sabía que tenía una hija, me lo dijo tiempo atrás y le resultaba menos problemático estar en su entorno. La recojo a la salida del trabajo, nos vamos a su casa, nos prepara la cena a su hija y a mí, luego un rato en el sofá y la mayoría de las veces, juega un poco para despertarme al bicho y después nos aplicamos a fondo en su dormitorio. Al terminar, a la hora que sea, vuelvo a mi casa y allí echo el último sueño. Los fines de semana es distinto, como trabaja de noche en vez de al mediodía hemos trasladado los horarios, vengo a comer a su casa, hacemos una velada larga y después la llevo al restaurante para volver a recogerla a última hora. Para hacer tiempo en el espacio intermedio me quedo en su casa acompañado de su hija Kayla, quien se muestra conmigo muy amable y cariñosa. Es una joven desenvuelta e igualmente libre de prejuicios como su madre. Con diecinueve años recién cumplidos todo lo tiene en esplendor, cosa que me perturba, sobretodo por su falta de pudor. Hace vida en su casa como si yo no estuviera, en lo referido a su intimidad, orina sin cerrar la puerta del cuarto de baño, adopta posturas impropias del decoro establecido, es en definitiva muy desinhibida, tanto, que en ocasiones la oigo gemir mientras se masturba tranquilamente en su habitación sin cerrar la puerta. He hablado con Paola para que la advierta, pero ante mi asombro ella lo ve todo con una gran naturalidad, me dice que necesita solazarse y que haría mal poniéndole límites y haciéndole consideraciones raras. Le digo que me altera mucho, vamos, que me excita, ella me mira comprensiva y me dice que puede preguntarle si no le importaría que yo la folle. Me quedo traspuesto, es lo último que esperaba oírle. Sólo de pensar que la hija pueda decirle que sí, me pone tan encendido, que no soy capaz de poner reparos a que lo haga. Hablan ellas durante un buen rato, se hacen comentarios entre sí, las oigo reír desenfadadas, luego salen ambas a la vez y me quedo expectante y cortado. Se sientan cada una a un lado y me dice Kayla, que le gusto y sabe que soy un buen hombre y que para follar tengo a su madre, pero si algún día me apetece desahogarme con ella que no le importaría. La conversación es tan natural que me contagio y le explico que no es una cuestión de desahogo, sino de sus muchos encantos, que me alteran aún siendo un despropósito. En ese momento Paola ríe y me señala la bragueta que está abultada sin que medie, pienso, justificación. Luego, pone su mano encima y todo se precipita, me pongo a ojos vista salido, ahora sonríen las dos, me encuentro raro con aquello en aumento y ellas haciendo bromas, les pregunto - ¿Qué puedo hacer?, pero la cosa parece ya decidida. Paola me ayuda abriendo la veda y poniendo en libertad al cabezón, que parece dispuesto a todo. Kayla lo recibe generosa con las dos manos y ¡ay! bendito sea su sentido de libertad. La joven juega con ella con todas sus argucias y a ésta que no le faltaba nada se pone a reventar, no le da tregua se quita la braguita y se encarama encima con una decisión encomiable, - Que me asista el todo poderoso, esto es más de lo imaginable. La siento gemir, miro a la madre con desespero y al encontrarme con su gesto complaciente aúpo a Kayla sin que se salga ni un centímetro le doy la vuelta, la pongo sobre el sofá y la disfruto dándole pistón del bueno de afuera hacia adentro. Paola detrás de mí me acaricia la cabeza, los riñones, el cuello, parece disfrutar a la par nuestra. Delante Kayla gime, gime, gime y se corre. Detrás Paola me anima a seguir la fiesta, pero incorporándola también a ella en el juego. Mientras sigo con el vaivén, con la mano sujeto del brazo a Paola y le ayudo a posicionarse junto a su hija, una vez allí se quita ella rápida las bragas y se me ofrece. Hago un movimiento atrás cambio la dirección y se la ensarto a la primera, da un quejido largo y profundo que me envalentona, sin dejarle recuperar comienzo un mete y saca rotundo de pistón de tren de carbón, gime y luego aúlla como nunca lo hizo antes conmigo. Estoy en el séptimo cielo o en el noveno, no sabría concretar. La veo entrar y salir como una barrena. Ahora es Kayla quien se pone detrás y me da bocaditos en la parte baja de la espalda. Esto es una locura, me digo para mis adentros. La joven se tira al monte y baja y baja, me da hasta miedo de lo que puede ser capaz y de la impresión me quedó clavado de quieto y en posición peligrosa. Siento el calor de su boca donde no debe, pero no tengo capacidad de reacción, la siento entrar en mí con su lengüecita y se me eriza todo. Sigue bajando y engulle lo que encuentra a su paso con mi regocijo más expreso. La madre se percata de todo y entra en competición. Una de rodilla delante y la otra de rodillas también, pero detrás, se aplican a fondo y ahora el que aúlla como un lobo soy yo. Benditas liberadas del mundo.    

 


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