EL BUSCA DEL ORÁCULO 2

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- Es posible que venga este señor - le dijo la bibliotecaria-. Mientras tanto si quiere esperarlo aquí leyendo u libro...

-¿Leyendo un libro? - se extrañó él como si le hablaran de algo insólito.

-Bueno, si usted quiere. Pero piense que la lectura, que es cultura ilumina siempre nuestro espíritu y nos aleja de las confusiones mentales en las que podamos caer.

Federico no tenía paciencia para leer, ya que sólo había vivido para la ideología de su desaparecido partido político, y salió de aquel recinto.

Pero cuando el hombre iba a subir una vez más en el ascensor, su corazón dio un vuelco porque casi tropezó con una hermosa mujer morena; de ojos azules llamada Ana que años atrás había sido su fiel y complaciente amante.

-¡Ana! ¡Vaya sorpresa! - exclamó él.

- ¿Qué tal estás?- le saludó ella con una bonita sonrisa-. ¿Y qué haces aquí? - quiso saber.

- Oh, estoy buscando a un inquilino llamado Lewin que al parecer vive en este inmueble. Pero que contento estoy de volver a verte.

- Ah, ya.

-¿Y tu qué haces? - se interesó Federico emocionado de aquel encuentro.

- Yo ahora tengo un hijo de dos años, y trabajo en una empresa de pruductos químicos.

- Mira que bien. Pues yo me he acordado mucho de ti Ana. Creo que no he superado nunca que me dejaras.

- ¡Ay Fede! Yo te quería con locura. Pero tu vivías obsesionado por la ideología de tu partido y pasabas de mi, y eso no podía ser.

- Sí. Pero ahora todo ha cambiado. ¿Podría invitarte a tomar algo cuando te venga bien? - inquirió él tímidamente.

- Puede. Llámame - le respondió la mujer muy seria mientras le alargaba una targeta con el número de su móvil-. Pero una cosa te digo Fede. Si sigues dando más importancia a las cosas, a los ideales que a las personas nadie querrá saber nada de ti.

Y dicho aquello Ana dio media vuelta, abrió la puerta de su piso con llave y se metió en su interior, dejando solo a su antiguo amor en el rellano.

Entonces Federico oyó de otro piso una música de cantos gregorianos, y llamó el timbre de la puerta pensando que tal vez fuera la vivienda del señor Lewin. A ver si esta vez tenía más suerte.

Pero en su lugar de aquel escurridizo hombre lo recibió un sacedote de mediana edad.

- Oh, un cura... No será usted el señor Lewin ¿verdad? - expresó él un tanto azorado.

- No. Pero ¿Por qué lo busca usted? - se interesó el clérigo.

- Es que quiero hablar con él porque me han dicho que es un sabio que da muy buenos consejos.

- No hay más verdad que la que tiene cada uno en su interior. Y esta verdad que está en relación con nuestro sentimiento religioso sólo viene  de Dios, y de nadie más - dijo el prelado con convicción.

- Bueno. Entiendo. Pero yo no creo en ningún Dios - replicó Federico.

- Entonces es como si no creyera en usted mismo. Pero busque en su interior, y ya verá como lo encuentra.

- Ah. Bueno, ya no le molesto más.

 Federico cansado de buscar al carismático señor Lewin tomó el ascensor y bajó hasta la planta baja donde por fin encontró al conserje que estaba distraído mirando unos folletos de propaganda.

- Hace un rato que estoy buscando al señor Lewin, y no doy con él. ¿Podría decirme en qué piso vive? - le preguntó Federico a aquel hombre.

- Pues ahora no está. Se ha tenido que marchar al extranjero. ¿Para qué lo quería ver?

- Es que me han dicho que es como un oráculo porque siempre tiene la respuesta adecuada a cualquier asunto que se le consulte, y yo tengo que hablar con él.

- ¿Y no sabe que la verdad absoluta no existe, ya que la autentica verdad tiene muchas facetas? - respondió el conserje.

-¿Qué?

- Sí. La mente humana en función de su complejidad, a través del Lenguaje, consta de varias dimensiones como este inmueble con sus pisos correspondientes. Y cada uno de los cuales tiene su razón de ser, su filosofía determinada, que a su vez está en equilibrio con los otros pisos restantes. Pero si usted por ejemplo habita uno de estos pisos, y se obstina, se aferra en él como en una idea concreta prescindiendo de las demás cosas, de los otros pisos desequilibra a ese todo; al conjunto y por tanto usted puede perjudicar a las demás cosas de su existencia (a su vida privada, a su trabajo, a su salud, etc) y no podría evolucionar. Nuestras necesidades dependen de diferentes momentos que requieren su tiempo. Y no se puede pecar ni por exceso, ni por defecto, porque el sentido de nuestra felicidad depende de nuestro equilibrio interior que lo volcamos en el mundo que nos rodea.

Federico Serra no supo que responder a aquel razonamiento, y abandonó aquel sofisticado edificio.

 

 

-

 

 

 

 


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