EL BUEN ARBOL (De Cuento en Cuento)

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Don Cosme era un viejito agradable, buen vecino. Vivía en un pueblito humilde, donde tenía todo lo necesario para vivir. Sus amigos, algunos familiares, su casa y su amado perro.

Era inmigrante español, de modo que tenia más familia en España. Había llegado al país siendo muy niño. Desde corta edad tuvo que ayudar a su familia en el trabajo que les daba de comer. Criaban aves, sembraban la tierra, para luego vender todo lo que producía esa granja. Entonces esta gente, a pesar del esfuerzo diario, que era mucho, apenas si podía mantenerse con lo indispensable para vivir y también mandar a los chicos al colegio. De todos modos con el tiempo, la granjita pasó a ser una gran granja.

La familia ya no alcanzaba para realizar todos los quehaceres necesarios y atender a los clientes, ¡hubo que tomar empleados!.

Era muy lindo ver cómo habían crecido en su empresa; además seguían ayudando a los pobres, que como una vez fueron ellos, continuaban necesitando ayuda.

Ocurrió que esa gente no tuvo muchas oportunidades para hacer cosas.

La vida fuera de la ciudad es dura y hasta los niños, por momentos parecen no serlo, si no fuera por sus diminutos cuerpos y caritas tiernas.

Cosme se caraterizó por su bondad y amor al trabajo.

Pero un año fue trágico para todos, hubo una gran inundación.

Afectó a los que vivían más cerca del río. Movilizó a todo el mundo a juntar ropas, juguetes, colchones, comida. Cosme y su familia perdieron todo. El río se llevaba entonces, también su trabajo. Trataron, sin embargo de salir adelante, teniendo que ir a la gran ciudad a ganarse el pan.

Pasaron los años, la familia se fue achicando y también los ahorros para seguir viviendo con cierta tranquilidad. Cosme tenía una jubilación  muy chiquitita y a duras penas comía. Pasaba, que por su salud, debía tomar remedios también. El río con sus manotadas de agua le había quitado todo a esta familia, además le había causado problemas en los bronquios a Cosme.

Un día, con un espléndido sol, Cosme decidió acompañar a un vecino a pescar. Sentado a la orilla del muelle donde estaban todos los pescadores, Cosme vio por primera vez al río, como descubriéndolo. Apareció el cambio de color del agua según la inclinación del sol o la aparición de nubes. Percibió con agrado ese olor característico del agua, en tan inmensa cantidad. Sin embargo, no olvidó que allí adentro se encontraban los sueños frustrados de su familia, al haber arrebatado el agua, su fuente de trabajo. Cosme, de todos modos, no sentía rencor. Pensó que otras personas estaban peor que él. Estaba en esos pensamientos, cuando vio una nube muy cercana que le desenvolvía la figura de un ángel blanco, nacarado. Dosme se fregó los ojos pues creía que no se estaba sintiendo bien. Volvió a mirar y el ángel aún estaba frente a él. Solamente Cosme lo podía ver, pues los otros pescadores seguían hablando y riendo como si nada. Cosme se inquietó, pero el ángel le mostró un mensaje que decía "anímate también a pescar, no te arrepentirás", aunque él no era amante de andar sacando los peces vivos con el anzuelo.

Además  de impresión, consideraba que los hacía sufrir y tampoco los necesitaba para alimentarse. No era pescador. Esa noche fue a su casa. Después de cenar, leyó. Se acostó a a dormir, soñó con el ángel o creyó soñar, pues tuvo la misma visión de la nube junto al río. De modo que a la mañana siguente, pidió prestada una caña de pescar y a pesar del mal tiempo allá fue. Abrigado, indeciso, tembloroso, echó la caña al río. Después de un rato se dio cuenta que no había llevado carnada, eso que tienen que morder los peces para ser sacados del agua. Cosme iba a retirarla por falta de comida, cuando apareció otra vez el ángel que le decía "no has venido a pescar Cosme, has venido a retirar lo que te corresponde"; dicho esto, la nube se evaporó. El anciano estaba aturdido. Seguia pensando en desórdenes de su mente. Al mismo tiempo, sentía un peso que hacía resistencia al querer sacar la caña de pescar. Siguió tirando con fuerza, hasta que al fin vio lo que había sacado. Era la caja fuerte, con valores de la familia, de cuando tuvo la empresa. Cosme no podía creer. Dio un brinco. No sintió más frío. Lloraba como un niño y corrió lo más que puddo hasta su casa.

Allí comprobó que lo que el ángel le había dicho era cierto. No se arrepintió de haber ido a pescar. Era la recompensa por tanto sufrimiento, lucha y bondad. Ese era el fruto del sano árbol que era su vida.

Y colorín colorado don Cosme se ha salvado.


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