La pasante (parte 3/5)

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Ya de mañana me levanté temprano a arreglarme, me rasuré las bolas y el pene, les puse crema y lociones, me arreglé y perfumé, tomé un ligero desayuno y salí puntual a la cita, solo pasé a comprar condones, vino y uvas en el camino. Llegué al obelisco y miraba alrededor, no veía a Karla, la zona no era muy grande así que me estacioné para esperarla, no había más carros ni personas caminando por ahí. Eran las 1039 cuando un taxi se detuvo a unos metros de donde estaba y al abrirse la puerta apareció. Pude ver como su linda y delgada pierna salía lentamente del vehículo, seguida de la otra pierna, zapatos rojos de tacón de aguja engalanaban sus pies. Su cabeza asomó fuera del carro y poco a poco emergía de él, vestía un sensual vestido blanco, corto, ceñido y con pequeños tirantes en sus hombros, un discreto escote que dejaba ver algo de sus pechos pequeños, su pelo suelto ondulaba con el viento y ocultaba de mi vista su rostro, que ella misma me dejó ver al sujetarse el pelo, esos labios rojos, sensual y diabólicamente pintados para la ocasión, lentes oscuros cubrían sus ojos y le daban un toque de diva inalcanzable. Caminó hacia mí y se contoneaba mientras lo hacía, su delineada figura al caminar era un vaivén de emociones que me hacían querer saltar hacia ella, ya casi la tenía, solo tenía que esperar unos minutos más. Me acerqué a ella y se quitó los lentes, nos dimos un pequeño beso en los labios y pegó su cabeza a mi pecho para oler mi perfume “Que rico hueles”, me dijo, “Luces fantástica, mucho más hermosa y sensual de lo que pude imaginar” le respondí. Nos dimos otro pequeño beso y subimos al carro. Ni siquiera me preguntó a donde íbamos, solo dejó que la llevara a donde quisiera. Me dirigí hacia un hotel y mientras conducía, veía como su vestido subía por su muslo, puse mi mano sobre él y empecé a masajearlo, Karla lo permitió y me sonrió. Subí un poco más la mano y quise meterla entre sus piernas, pero me detuvo, apartó mi mano y me dijo “Tranquilo, tenemos todo el día por delante” y tenía razón.

Llegamos al Hotel Aqua, en las afueras de la ciudad, rápidamente me asignaron el cuarto y entramos a la cochera, por más ansioso que estaba me contuve, era el momento que durante semanas había estado esperando, aún ni siquiera bajábamos del carro y ya tenía el pene como piedra, así que traté de relajarme, nos quedamos unos minutos sentados en el carro, tomados de la mano sin decir una palabra, “Por fin estamos aquí”, rompí el silencio y ella dijo “Desde que te conocí quise que esto pasara, no sabes cuantas noches pasé mojada pensando en ti, en tus labios, en tu aroma, en tus manos recorriendo mi cuerpo. No pensé que te fueras a fijar en mi, cuando me di cuenta que te gustaba, dejaba que me tocaras sutilmente, no era por accidente que me pegara a ti, tan solo el roce de tus manos o de tus brazos por mi cuerpo me excitaba tanto que a veces tenía que ir al baño a tocarme para poder controlarme, claro que lo hacía pensando en ti, en que no eran tus manos las que “sin querer” me rozaban, sino tu dura verga que hoy me voy a comer”. Dicho esto me plantó el beso más sensual que había sentido en mucho tiempo mientras ponía su manita en mi duro pene que estaba aprisionado en el pantalón. Bajamos del carro y entramos al cuarto.

Dejé el vino y las uvas en un mueble, encendí el aire acondicionado, moderé las luces y puse música, mi selección especial de canciones para el sexo. Mientras hacía esto, Karla se acostó en la cama, boca arriba, estirando sus delgadas pero torneadas piernas y echando sus brazos hacia arriba, macando su silueta y sonriendo de forma muy sexy. Me quedé parado frente a la cama para contemplar esa estampa, quería disfrutar de cada detalle, ya no era mi alumna, ahora sí podía hacer todo lo que quisiera con ella. Me quité el saco y lo aventé a un sillón, dejé caer los zapatos y encima de la cama me acosté a su lado, pasando mi mano derecha suavemente desde sus muslos hasta sus pechos, entonces dio rienda suelta a sus deseos y se abalanzó sobre mi, me abrazó y me besaba con tanto deseo, sus manos buscaban desabotonar mi camisa, pero lo hacía torpemente, así que la aparté un poco y le ayudé con eso. Busqué cambiar los papeles y ser yo quien llevara el control de las cosas, hasta ese momento no había pensado en que tanta experiencia pudiera tener Karla en el sexo, pero parecía que no mucha, incluso me pregunté si sería virgen, nunca me había platicado que tuviera novio y hasta ese momento no me lo había preguntado. Me quité la camisa y Karla me acariciaba el pecho, besaba mi cuello ahora con más calma mientras yo la abrazaba y recorría su espalda. Estando en la cama abrazados, su cuerpo se sentía aún más pequeño de lo que es, sentí que estaba con una adolescente y es que, a pesar de que ya tenía 20 años, su cuerpo era como el de una adolescente. Eso me hizo verla con más ternura y valorar más el momento, la dejé que me besara todo lo que quisiera, mi cara, mi cuello, mi pecho. Se incorporó y me paré de la cama, la atraje hacia mí, ella parada sobre la cama, en la orilla, acaricié sus piernas y metiendo mis manos por su vestido, pude tocar sus pompitas, esas ricas y bonitas nalguitas que tantas veces quise probar, se sentían suaves, firmes y era como acariciar terciopelo, levanté su vestido dejando ver una diminuta tanga de encaje blanco que ocultaba sus labios, la volteé y ahí estaba ese delicioso melocotón que es su pequeño y dulce trasero. Eran preciosas, pequeñas, pero no deficientes, redonditas, paraditas, aterciopeladas, color canela y con el hilo de su tanga escondido entre ellas. Las besé, lamí, les daba suaves mordidas, su aroma y su gusto eran un manjar que no puse reparo en disfrutar. Luego de un rato así volví a voltearla, poniéndola de frente a mí y terminé por quitarle el vestido, a la altura de mi cara estaba su brasier, el cual rápidamente desabroché y ella dejó caer al suelo y ahí estaban sus pechos, chiquitos, como si apenas estuvieran naciendo. Eran pequeños y deliciosos, siempre me han gusto los pechos pequeños a medianos y los de ella para mí eran perfectos, apenas y se notaba su redondez y se coronaban con un pezón rosado que antes de tocarlos ya estaba erecto. Dulcemente los besé, pasando mi lengua por todo su contorno, atrapando su pezón entre mis labios y jalándolo suavemente, escuchando como Karla exhalaba suavemente cuando lo hacía. No me limité en saborear esas dulces tetitas que tanto se me antojaban hasta que ella se apartó un poco y bajó de la cama parándose frente a mí.

Continuará...


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