¿Casualidad o causalidad?

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Lo conocí un día cualquiera, de esos en los que no esperas que algo extraordinario suceda. Esos días de mayo donde incluso el clima se vuelve bipolar y debes estar preparado para cualquier eventualidad.

Aquel hombre, de aproximadamente 4 décadas, con su impecable manera de vestir, y una elocuente forma de hablar llamó mi atención de inmediato; por cuestiones laborales tuve que limitarme a lo superficial y ver como se marchaba sin más.

Sus datos habían quedado consignados en un documento formal, y era por desgracia el único vínculo que teníamos. Una información pendiente por brindarle, fue la excusa perfecta para escribirle, su respuesta fue sería, caballerosa, y amable. Los días siguientes mostró un interés sospechoso sobre el producto que había adquirido en la tienda, y no tuvo reparo en escribir reiteradas ocasiones, sin embargo, respondí amable y contundentemente a cada una de sus dudas.

Había llegado el día de mi cumpleaños, ese domingo después de celebrar decidí tomar un descanso de todo el ruido, entré a mi habitación, cerré la puerta y comencé a curiosear el día a día de mis contactos; entre esos él, había publicado algo gracioso a lo cual reaccioné, y casi de inmediato obtuve respuesta, una un poco extraña pero válida según el contexto, compartimos un par de palabras que despertaron todo mi interés pero aún así decidí no ahondar en el tema.

Al día siguiente, en horas de la mañana, me encontraba en la tienda cuando de repente aquél hombre, con su aspecto jovial a pesar de su edad, una camisa militar con mangas dobladas hasta los codos, zapatos que combinaban perfecto con su atuendo y un exquisito aroma, entró por la puerta; mi intuición sabía que la visita tenía una intención escondida, pero debía actuar como si aquello se tratara de índole laboral.

Ese día llegué a casa pensándolo, algo extraño pues se supone que mis pensamientos más oscuros debían ser para mi novio, sin embargo, se los dediqué todos a él. Ya en cama, comencé a imaginarlo, tocándome, besándome, respirando con fiereza en mi oído, y mi cuerpo inmediatamente respondió a esos pensamientos. Acaricié mi cuerpo imaginando sus manos, pellizqué mis pezones creyendo que eran sus dedos, ligeramente puse mis manos sobre mi sexo que en ese momento hervía de placer, introduje mis dedos en aquel volcán, estaba húmeda, deseándolo, imaginándolo... Desfogué tanto placer sobre mi ser, que mis líquidos humedecieron gran parte de mis sábanas, mis piernas temblaban, y yo sólo quería descansar.

Pasaron pocos días para tener noticias de él nuevamente, y esta vez todo sería distinto. Pasamos del aspecto laboral al personal, nos contamos cosas básicas como cualquier par de extraños que se están conociendo, y ahí empezó aquella inolvidable e insaciable experiencia. Después de un par de días de coquetear tímidamente, y compartir nuestros más bajos instintos decidimos que era momento de pasar de las líneas a lo carnal.

Su visita antes del "gran día" fue la antesala para lo que sucedería después. Como las anteriores veces su presencia no pasaba desapercibida, esta vez pude tenerlo un poco más cerca, lo suficiente como para apreciar aún más su aroma, y no me refiero al de su perfume, me refiero al de su piel, de su aliento, ese que incitaba a devorarlo a besos. El color blanco de su camisa, y ese vaquero a la cadera acentuaba de manera casi sexual su ardiente cuerpo. Contenerme fue toda una odisea y evitar decir algo impertinente un calvario.

Finalmente, el tan esperado día había llegado, días antes nos habíamos propuesto cumplir una extraña pero seductora fantasía y ahí estábamos él y yo, con la soledad de testigo. Habíamos escogido un lugar bastante privado, con un aura campestre, fuera de la ciudad, del ruido y de posibles espectadores. Tenía un ambiente cálido, que llamaba a la tranquilidad, en la habitación con vista a las montañas había una gran cama, y frente a ella un sofá, compartimos una copa de vino, nos miramos fijamente y con deseo palpable, pero el acuerdo era claro, sólo podíamos observar al otro mientras se daba placer.

Estábamos preparados, yo en la cama y él en el sofá, ambos desnudos, a media luz observando cuidadosamente los movimientos del otro, y cómo obstáculo unos centímetros y la odiosa línea imaginaria que no sé en qué momento se nos ocurrió trazar. En si la situación ya era lo bastante excitante, y sobre todo tortuosa, pues tenerlo desnudo frente a mi, con una descomunal erección y no poder ni siquiera tocarlo era un desafío.

Ninguno moduló palabra, pues con la mirada nos hablamos, cada uno comenzó a darse placer... Nos tocábamos, nuestra respiración era áspera pero cortante, sus gemidos y los míos se mezclaban de vez en cuando y la mirada sobre el otro era permanente.

Sus grandes manos apretaban su sexo con frenesí, los movimientos eran intensos, me deleitaba observando como su pene se hundía entre ellas, y de repente salía, sólo imaginaba poder meterlo en mi boca, saborearlo, lamerlo, pero me conformaba con tenerlo de frente en ese instante sólo para mi y poder disfrutar aunque fuera de lejos aquella delicia de hombre.

Mientras lo veía dándose placer, mi corazón latía a mil por hora, mi rostro estaba caliente de excitación, con los dedos de mi mano izquierda me penetraba, y con los de mi mano derecha estimulaba mi clítoris que era candela pura. Entre jadeos, miradas lujuriosas, y mis demonios haciendo bien su papel, algo dentro de mi estalló, un remolino de espasmos, sensaciones y corrientazos en todo mi ser dejaron al descubierto esa maravillosa sensación orgásmica, acompañada de gemidos y temblores, y ese exquisito néctar que brotaba de mis entrañas producto del placer que aquella noche había sentido, mi vagina estaba hinchada, entre rosa y un delicado rojo, brillaba de tanta húmedad...

Él al observar mi momento cúspide, dejó salir aquello que llevaba conteniendo durante varios minutos, su erección aún más pronunciada y sus manos estimulando únicamente su glande. Él extasiado de placer, se retorcía en aquel sillón, en un abrir y cerrar de ojos una espesa y provocativa lluvia color crema brotó de su interior relajando cada músculo de su cuerpo y dándole un apacible descanso.

No había mucho que decir, de vuelta a la realidad no cruzamos palabras, había sido la experiencia más exacerbante y lasciva de mi vida. La sensación de saciedad y de querer más a la vez era latente.

Cumplido nuestro trato condujo hacía mi casa, se despidió y regresó a la suya.


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