El corto camino hacia la vida

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No sé cómo llegué ahí. Era un camino nuevo para mí en medio de la naturaleza. El calor del sol ayudaba con aquella fría tarde de otoño. Horas antes me subí a un tren que me acercaría a ver a un amigo. Como de costumbre, me despisté y cuando me di cuenta, había recorrido tres estaciones de más y me apresuré a bajar. Decidí entonces, retroceder caminando los tres pueblos que me había pasado de largo. Y en el propósito de volver, afortunadamente, me perdí.

            Sin querer me encontré en medio de un monte silencioso de ciudad y aprecié el incalculable sonido de la naturaleza. Pensé que el mundo se había pausado, como si toda la creación humana hubiera desaparecido, porque llevaba más de una hora sin ver a nadie, sin escuchar ningún coche y sin ver ningún tipo de construcción hecha con las manos. Era una sensación rara que me hacía pensar en muchos temas pendientes.

            Había perdido la noción del tiempo, pero no me preocupaba, me sentía muy tranquilo. Decidí no tener prisa y escuchar mis pisadas sobre el camino empedrado. A la misma vez podía oír un rio atravesando su propio destino que corría alegremente. Con seguridad todo aquello era parte de otro camino más a seguir en mi vida. Un nuevo recuerdo para el futuro que me hacía recordar momentos del pasado. Un pasado donde yo era un niño y muy feliz. En una época donde los problemas de adultos no existían. Un mundo donde no había barreras que me frenaran y todo podía ser mágico y posible. Unos tiempos en los que investigaba todo tipo de cosas y acariciando la vida, pensaba que con mis padres y un hermanito no había nada más que pedir. No necesitaba ni tener dinero ni mirar relojes. Tampoco había necesidad de trabajar muchas horas al día para restar vida a mis sueños y a mi muerte. Era otra manera de estar, de vivir, otro mundo maravilloso del que todos salimos algún día. Es como otra muerte, la segunda, pero en primer lugar. Para que sigamos sufriendo en vida y respirando un poco más agobiados cada vez.

            Entonces ese día, en aquel camino y a esas horas, me di cuenta de algo. Esto fue lo que me ocurrió…

            Me desvié del camino de piedras y pasé a pisar la hierba que me acercó a otro y mejor lugar. Lo que a continuación escuché, fueron pisadas tiernas, eran por la mezcla del húmedo césped y el frío barro de otro camino. A los pocos metros de atravesar ese verde campo de noviembre, sucedió mi acontecimiento. Me detuve un instante, busqué en mis bolsillos y saqué mis auriculares. Con la ayuda del teléfono móvil me puse una de mis canciones preferidas. Es una composición de Lana del rey que suena a celestial. En según qué momentos la escucho, me resulta conmovedora. Se titula “Young and Beautiful”. No entiendo la letra, pero su música envuelta en mi cuerpo puede llegar a transmitirme que no hay nada más importante que el propio presente. Apreciar eso, es algo formidable.

            Continuaba detenido en el camino y empecé a escuchar esa canción perfecta mientras cerré los ojos. A los pocos metros, había observado un acantilado gigantesco y calculé mentalmente que, entre yo y aquel espacio exterior, existían tan solo doce pasos. Decidí tentar a la suerte y andar a ciegas esos doce pasos que me harían llegar a un destino u otro.

            La canción, el viento y los doce pasos me atraparon para sentir la vida. Mi respiración tenía su propio corazón y en cada paso que yo daba, vibraba la libertad de mis miedos. Eran segundos a cambio de sensaciones increíbles por pertenecer al mundo. Libremente despertaron mis sueños, sobretodo en los últimos instantes. Me faltaban tres pasos y todavía no había terminado mis días en la tierra de los vivos. Me faltaban dos pasos y se aproximaba también el estribillo de la canción. Un paso… Cero…

            Ese momento lo cambió todo. Mis ojos se abrieron, el estribillo de la canción perfecta comenzó, el viento golpeó mi cara y el valle visto desde el ocaso de todo, me fascinó.

            Aquel día, mezcla de sensaciones, es uno de mis mejores recuerdos. Vaya momento que me regalé observando aquel inmenso valle. Fue a partir de ese momento, cuando empecé a destruir algún miedo y a disfrutar de muchas cosas que no solía observar o que ya tenía olvidadas. En mi universo, todo mi entorno cambió completamente. Me alegro muchísimo por aquella tarde otoñal en la que, en aquel lugar preciso, calculé doce pasos y no trece. Porque después de aquello me han pasado cosas maravillosas, como por ejemplo el acontecimiento más importante para mí… Conocer y enamorarme del que considero que es el amor de mi vida y con la consecuencia de dos hijos increíbles. Hoy lo recuerdo como un punto de inflexión que me dio paso a una mejor y más feliz vida, hasta el día de mi muerte.

            Me prometí sentir el tiempo con sus segundos y maté las horas muertas de la vida.

           


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