Solo estás en mi cabeza, ¿o no?

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Enviado el , clasificado en Amor / Románticos
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Son las cinco de un jueves por la tarde. A pesar de la ola de calor te encuentras caminando bajo la sombra de los enormes plataneros en dirección mar, hasta que llegas frente al Arco de Triunfo, construcción realizada para la Exposición Universal de 1888. 

Imaginas lo que debió ser en esa época vestir para una mujer: llevar pololos, enaguas, corsé, miriñaque... con el calor sofocante que hace.

Te sientas en un banco y dejas vagar tu imaginación...

 

Un atento caballero se te acerca y te pide permiso para sentarse en el banco. Con buen ojo, puedes comprobar que el caballero es atractivo y te giras hacia él enviándole una sonrisa aterciopelada.

Dejas caer intencionadamente tu pañuelo de encaje, que es recogido por él con presteza y al entregártelo, roza tu mano con sus dedos y una sensación de deseo os sacude a ambos.

Con la imaginación ya estás en una coqueta habitación de hotel, paredes empapeladas de rojo intenso, cama enorme de madera labrada y ventana al parque de la Ciudadela.  El hombre te acaricia la espalda mientras desabrocha el corsé. El miriñaque ha quedado tumbado al quitarte el vestido. Poco a poco desliza las medias por tus piernas y te dedica un collar de besos en tu cintura. Ahora sólo llevas puestas las enaguas y ya quieres que la desnudez sea compartida.

Tus manos desabrochan la camisa de tu amante y buscas el botón del pantalón. No dejas de acariciar el cuerpo atractivo que te ofrece.

Exudáis sensualidad, quizá por estar dentro de lo que está prohibido en la época, represión que se ha quedado fuera del cuarto.

 

Vuelves A la realidad del siglo XXI, pero el hombre existe. Está sentado a tu lado, con el teléfono móvil en la mano izquierda, muy interesado en lo que ocurre en su pantalla.

Enciendes un cigarrillo y continúas con tus reflexiones mientras te recolocas el sombrero panamá blanco y te deshaces de tus gafas de cristal azul, fijándote en el color rojizo de la piel que luce el chico. Haces cábalas y presumes que es un guiri despistado.

Te levantas ya para desandar el camino que te ha llevado hasta allí. Él te mira y te das cuenta de que posee unos hermosos ojos verdes. Antes de que puedas marcharte te pregunta si conoces algún lugar cercano para tomar una copa. Te explica que espera a unos amigos, pero que éstos no llegarán antes de dos horas.

Se presenta y te tiende la mano. Con el contacto, una sensación de deseo os sacude a ambos y se te eriza la piel...

 

 

 


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