AMOR PROHIBIDO 1

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Martín Cortés que era un eficaz ATS de mediana edad que trabajaba en un buen centro hospitalario de su ciudad, se hallaba acompañado de su  estupenda mujer Andrea que era una abogada mercantil, en la torre que tenían en Gavá que era una población cercana a la ciudad de Castelldefels de la provincia de Barcelona perteneciente a la comarca del río Bajo Llobregat, que está a su vez rodeada de parques naturales y de playas, esperando la llegada de su amigo Guillermo Pérez con su mujer.

Cuando los Pérez llegaron a su destino, tras bañarse durante un buen rato en la piscina de aquella mansión, entre risas y comentarios disparatados pero hilariantes, se dispusieron a hacer una barcacoa en un ángulo de jardín de aquel lugar, y fue entonces cuando Guillermo bajo la luz dorada del sol de julio que hacía reverdecer a la vegetación de aquel entorno se interesó vagamente por la vida de su anfitrión.

-¿Y qué tal te van las cosas? - le preguntó.

- Bien... Pero me ha ocurrido algo excepcional - respondió Martín-. En el hospital ha entrado una enfermera, que me trae de cabeza. No solo es una excelente profesional, sino que además de ser una rubia de ojos azules sumamente atractiva, y que tiene una sonrisa cautivadora que se contagia a quienes están a su lado, con pocas palabras enseguida sabe comprender lo que se le dice. Tiene una gran empatía para tratar con el prójimo.

- Bueno, ese es su trabajo ¿no? - dijo Guillermo sin dar demasiada importancia a la valoración que su amigo había hecho de aquella mujer.

- Sí, claro. Pero es que un día después de mucho trabajo, cuando salimos del hospital de una manera instintiva la invité a tomar una copa en un bar, y ella aceptó - prosiguió Martín con su relato-. Y una vez allí, mientras tomábamos nuestra consumición, hablamos con una franqueza sobre nuestras vidas como hacía tiempo que no lo había hecho con nadie. Al parecer Lola, que ese es su nombre, viene de una familia muy humilde de un pueblo de Lugo; pero como sus padres emigraron hace años ella se ha criado aquí. Vi a Lola una mujer auténtica, sin prejuicios, y sobre todo con una capacidad de entrega a los demás, una innata generosidad que me ha llegado al alma.

- ¿Me estás diciendo que te has enamorado? - inquirió su amigo con una ténue sonrisa de circunstancias.

- Es posible.

- ¿Es que no estás bien con Andrea?

- La verdad es que mi matrimonio va a la perfección. Mi mujer y yo nos queremos sin discusión. Andrea es una mujer excepcional, que me ha ayudado mucho en momentos difíciles, y en la cama sintonizamos a la perfección ya que conocemos nuestros puntos álgidos.

- Vaya. ¿ Tu te das cuenta de que si sigues con esta aventura y Andrea se entera ella te va a dejar y lo vas a pasar muy mal? Las mujeres por lo general son absolutistas, posesivas y no quieren compartir a su hombre con nadie.

- Naturalmente que me doy cuenta. No soy ningún tonto - respondió Martín con un énfasis altivo-. Pero no lo puedo remediar. Mas no todo termina aquí. Lola y yo nos hemos seguido viendo al margen de las horas laborales. Resulta que la chica es una entusiasta de la música clásica, y un día me propuso de ir los dos al Palacio de la Música a ver un concierto de compositores románticos como Chopín y otros; y como es de suponer yo acepté de buen grado. Recuerdo que yo llegué antes que ella a aquel  templo de la música de estilo Modernista, y ¡ooh...! Lola no venía, no venía, mientras que la función estaba a punto de comenzar. Me sentía desesperado, fuera de mí. En aquellos momentos me importaba un comino el concierto, pues yo solo quería estar cerca de Lola. Era como una fiebre que no sabía el por qué me ocurría eso a mí. En mi vida de soltero algunas mujeres me habían dado plantón, y solo me había afectado de un modo relativo; a mi amor propio. Pero con Lola era diferente. Si la enfermera me dejaba en la estacada, yo me iba a sentir muy mal, muy mal...  No sé. Es difícil de explicar, y de que me entiendas.

- Bueno... ¿Vino ella al fin?

- Sí. Y yo me sentí tranquilo; lleno de un gozo indescriptible. A mitad del concierto, con todo mi valor le tomé su mano con pasión, y Lola y yo nos miramos a los ojos intensamente, sin decir palabra. En toda la sesión nuestras manos siguieron entrelazadas. Cuando terminó el concierto situaron en el escenario un viejo piano del siglo XVlll y el público desfiló ante aquel instrumento a la vez que lo acariciaba como si de una reliquia se tratara. Ahí fue donde me apercibí de la gran sensibilidad de Lola. Me gustó ver el modo cómo acarició el piano... Es un detalle que no se me olvidará.

- Está bien. ¿Os habéis acostado ya?

- Por supuesto. Lo hicimos en su casa. Mientras nos revolcábamos salvajemente en la cama, Lola me susurraba palabras amorosas, que aún me encendían más.

- ¿Y luego tu mujer notó algo raro? Quiero decir algún enfriamiento por tu parte; o algo así.

-En absoluto. Lola es Lola, y Andrea es Andrea. Ya te he dicho que yo amo a mi mujer.

 


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