ASTAROTH (parte 1 de 2)

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¿Se siente usted ansioso? ¿Tiene un vacío en su vida que no logra llenar? ¿Siente que está a punto de alcanzar la felicidad pero jamás lo logra?

  

Las palabras en el anuncio del periódico parecían haber estado escritas para él. Daniel anotó la dirección del lugar y ese lunes al salir de la oficina pasó por allí de camino a su casa.

Ocultismo, nigromancia, demonología...; era uno de esos lugares donde uno siente que no será el mismo tras cruzar la puerta.

Al ingresar vio un anciano con un rostro no apto para menores.

–Buenos días –dijo Daniel.

El empleado no contestó, solo se limitó a apretar los labios arrugándolos, para luego carraspear mientras miraba fijo al cliente.

Daniel no pudo esperar más el saludo, debía volver pronto a su vida de momentos efímeros, frases célebres descontextualizadas, grotescos microrrelatos pseudofilosóficos y memes de internet.

–Estoy buscando algo diferente a cualquier cosa que me pueda imaginar. Busco la solución a los problemas que tengo y a los que aún no tengo también. Quiero llegar al final del camino sin la necesidad de dar un solo paso. Anhelo obtener el primer puesto de una carrera que jamás corrí. Deseo tenerlo todo sin necesidad de hacer nada.

El anciano hizo una sonrisa leve y la arrugada piel de su cuello se izó unos cuantos centímetros.

–Tome –dijo al fin mientras le entregaba un libro negro sin nombre.

Daniel lo tomó tratando de no hacer contacto con las pútridas uñas del empleado.

–¿Es bueno?

–Los objetos no son buenos ni malos, todo depende de lo que uno esté buscando.

–¿Cuánto le debo?

–Úselo hasta el viernes y vuelva.

Daniel llevó el libro y esa misma noche lo abrió a la hora en que los fantasmas comienzan su guardia.

Fue volteando sus páginas mirando las extravagantes imágenes de baja calidad artística. Vio que había cientos de conjuros para elegir. De pronto dio con una figura que llamó su atención. Se trataba de Astaroth, “el gran duque del infierno”. El pérfido demonio de alas corroídas lo invitaba a sucumbir ante la lujuria y la pereza. Su aspecto bestial parecía indicar que gozaba de una adoración de antigüedad insondable, aunque los regocijos del dinero y de la carne son atemporales.

El pacto era simple: llevar un feto demoniaco en su vientre a cambio de una vida de placeres frívolos. Pero cargar con un ser mefistofélico en el interior no es tarea fácil; los dolores físicos a los que se sometería serían tan grandes como los beneficios que éste le daría.

Esa noche Daniel colocó las velas según el pentagrama indicado en el conjuro, y firmó el acuerdo utilizando todos y cada uno de sus fluidos corporales.

Al día siguiente, al llegar a la oficina, todas las mujeres con las que se cruzó lo miraron; Daniel tenía algo especial. No era algo en su rostro ni en su cabello, era algo más. Llevaba puesto uno de sus trajes más insulsos y arrastraba los pies ocasionando molestos ruidos en la alfombra de nylon. No obstante, ningún miembro del género femenino (ni tampoco algunos del género masculino) pudo esquivar su mirada.

A medida que avanzaba los paneles blancos de los cubículos de la oficina reflejaban sombras de sonrisas enormes y ojos burlescos. De pronto notó esas imágenes, y la sombra de una mano salió del panel para arrastrarse por la alfombra. Los largos dedos de la figura se aproximaron a los pies de Daniel y éste se detuvo asustado. En ese momento lo chocó una compañera de trabajo que venía cargando una pila de papeles. Cuando volvió a mirar, las sombras se habían difuminado.

–Perdón, Daniel –dijo Florencia– ¿Cómo estás?

Recogieron agachados las hojas que se habían caído mientras ella se sonrojaba ante cada roce de piernas. Florencia era muy bella, ocupaba el cubículo F7 y era la encargada de parametrizar las divergencias. Solo habían hablado unas pocas veces, pero ese encuentro pareció ser el inicio de algo intenso.

Cuando terminaron de juntar los papeles ella continuó su camino y le regaló una última sonrisa. En ese momento un dolor lo atacó. Algo en sus entrañas ocasionaba presión, latiendo en lo más profundo de su ser. Saludó con una sonrisa fingida y se retiró por el pasillo hacía el baño, pero al ingresar con intenciones de vomitar, los golpes que parecían ser puntapiés en su estómago cesaron.

El miércoles por la mañana, en la oficina, Daniel recibió un correo electrónico con la respuesta de un sorteo en el que había participado unos días atrás. Al ingresar leyó: “¡Usted ha ganado un televisor de 50 pulgadas!” Primero sospechó de su suerte, pero lo que parecía ser un puño atravesando su intestino delgado hizo que se olvidara por completo del asunto.

Fue corriendo al baño y allí empujó la puerta. Antes de que ésta se cerrara, vomitó un líquido verde oscuro en el suelo. No había nadie allí por suerte. Al mirarse en el espejo vio que sus ojos estaban colorados y húmedos, y que sus párpados habían oscurecido. Concentró la mirada en un punto del reflejo y su cabeza comenzó a dividirse en dos hasta que llegó a ver un rostro de dos narices y tres ojos. El ojo del centro se llenó de sangre, y un poderoso haz de luz brotó de él y lo golpeó, dejándolo inconsciente.

 

 

Continúa en la segunda y última parte...

https://www.cortorelatos.com/relato/35839/astaroth-parte-2-de-2/


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