El sugestivo técnico de computadores (1)

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Me bajé el cierre del pantalón y él entendió de inmediato la insinuación; aunque nunca nos habíamos tenido esa confianza, la familiaridad con que nos tratábamos lo impulsó a hacer lo que entendió que claramente le sugería.  Me lo acabó de bajar con suavidad mientras me picaba un ojo con malicia y deslizó su mano por detrás del resorte del pantaloncillo para palpar una piel que ya parecía tener fiebre y llegar, ahí abajito, a un amigo todavía no conocido, pero ya muy crecido por el ansia de presentársele.

Cuando me lo rodeó con sus dedos, se me escapó un suspiro profundo y le regalé un gesto de mi cara que le insinuaba hacer más; no se hizo rogar, comenzó a agitármelo, primero despacio y con suavidad y luego enérgicamente mientras con la otra mano me echaba la prenda interior hacia abajo.  Di un paso hacia atrás para medio sentarme en el butaco y estar ambos más cómodos; aprovechó el cambio de posición para también cambiar la parte de su anatomía que hacía contacto con mi presa más preciada: con su boca me dio un beso en la punta y luego la abrió para introducírsela toda hasta el fondo; adoptó una posición de rodillas ante mí y así estuvo a la altura precisa para esta acción y para facilitarme tomar su melena con mi mano, masajeársela y darle suaves tirones que le comunicaban la intensidad de lo que yo sentía con su succión.

Nos habíamos conocido por razones utilitarias: mi computador presentó unas curiosas fallas, recordé que él me dio su tarjeta un día que estuve en el centro comercial especializado en tecnología buscando alguna cosa y que me ofreció servicio a domicilio en toda clase de problemas de hardware y software, asegurándome que tenía formación tecnológica y buena experiencia; entonces me decidí a llamarle, sin recordar, de momento, que había tenido malos pensamientos cuando me ofreció el “servicio a domicilio”, pues con su carita, su atractiva figura y su porte sensual, parecía muy apropiado para otra clase de labores.  Cuando le abrí mi puerta, nuestras miradas se engancharon inmediatamente, con ese intercambio de mensajes mudos que ocurre cuando dos personas se gustan a primera vista; yo tragué saliva y quise hablarle muy seriamente, pero lo primero que se me ocurrió fue preguntarle a este chico de crespos castaños y ojos de miel, más por coquetería que por interés, cómo uno tan joven decía tener experiencia.

-Tengo veintidós años (¡la mitad de mi edad!), ya llevo cinco estudiando y trabajando con estos cachivaches

-Entonces, ¿te vas a lucir con mi cachivache?

-Te voy a dejar muy satisfecho (mientras me lanzaba una nueva mirada que me hizo bajar los ojos).

-A lo que viniste, entonces (y le llevé hacia el aparato).

Se trataba de un virus, lo vacunó e hizo no sé qué otra limpieza y me instaló un antivirus, todo en media hora.  Me dijo que le quedaban treinta minutos disponibles, porque siempre reservaba una hora para este tipo de servicio, mas me lo dijo en un tono tal, que me obligó a bajarme de una vez el cierre.

Volviendo, pues, a la escena, debo contar que mamaba con una delicia... que yo sentía una agitación turbadora en mis entrañas, que crecía a cada segundo y cuando quiso retirarse lo sujeté del pelo con tal fuerza que tuvo que quedarse allí pegado siguiendo con su labor.

-¡Así, así…!   Le dije con ansiedad.

-¿No quieres metérmela?

-¡Ahora no!  Ya estoy llegando y se me interrumpe.  (Y en ese preciso momento le derramé una abundante cantidad de leche en su boquita, la que tragó con fruición y luego se limpió alrededor de los labios con el ruedo de mi camisa).

Acto seguido, lo levanté de sus axilas, lo pegué a mi cuerpo y le atornillé en esa boca sensual un prolongado y pasional beso que me supo a semen.  Se mostró dichoso y me dijo que nunca lo habían besado tan locamente, nunca lo habían hecho sentir como una mujer.

-Y te puedo hacer sentir más, si esperas que me reponga un poco.

(Continuará)


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