Dime, ¿te vas a quedar?

Ayer que te vi, noté un par de cosas extrañas en ti. Mientras recogías tu ropa del suelo y te la ponías sin mucho ánimo, tus ojos no me observaban como era tu costumbre. Te encantaba verme hasta provocar que me escondiera bajo las cobijas por la pena que me causaba. Reías al mismo tiempo que decías que no tenía caso que me ocultara si ya conocías cada centímetro de mi cuerpo, luego te colabas entre las sábanas para tomarme de nuevo... ¿Por qué esto pesa como un triste recuerdo si todavía te tengo en frente?

Te tengo cerca, pero no te siento mucho más. Es como si toda tu esencia hubiera sido robada y ahora sólo me encontrara con la carcasa de un cuerpo que actúa porqué sí. ¿Perdí el encanto? ¿o tengo que aceptar que estás cambiando?

Cuando terminaste de ponerte la camiseta, caminaste hacia la cama para despedirte. Me enderecé y preparé mis labios para un beso, cuando sólo terminé por recibir un ademán indiferente de tu parte acompañado de un frío beso en la frente. Tuve que apretar los ojos y todos los músculos de mi cara con fuerza para no llorar, porque en serio sentía que me iba a los pedazos. El adiós mudo me estaba consumiendo.

–Dime, ¿te vas a quedar? –me apresuré a preguntarte cuando te disponías a dejar la habitación donde tantos recuerdos formamos y que ahora parecía desconocida.

En el momento que detuviste tu paso, justo en el umbral de la puerta, el corazón amenazaba con salírseme del pecho y el sonido interno de mis latidos me aturdió. Luego saliste de la pieza, con tanta prisa que parecía que estaban persiguiéndote.

Me dejé caer con suavidad sobre mi almohada y tiré la que te pertenecía. Cerré los ojos y tranquilicé a mi corazón, contándole que quién había salido del cuarto no eras tú, sino un entero desconocido. No eras tú, hace meses que no eras tú.