Yo no soy el culpable

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No señor, yo no soy el culpable. Yo soy la víctima. Escúcheme bien por favor. Fue su esposa la que me sedujo. Yo no quería, pero ella prácticamente me obligó. Si señor. Por favor no se enoje conmigo. Fue ella la que en forma metódica y premeditada se fue acercando a mí, se fue ganando mi confianza, hasta que me dio el zarpazo. Si señor. ¿Usted recuerda cuando yo iba a su casa almorzar? Usted me invitaba, pero, ¿cierto que no era idea suya? ¿Cierto que usted lo hacía por sugerencia de su esposa? Es que ella se fijó en mi desde el primer momento que me vio. En los almuerzos ella aprovechaba cualquier descuido suyo para mandarme la mano bajo la mesa. Al principio solo la ponía en mi muslo, pero luego descaradamente ponía su mano sobre mi pene. ¿Qué podía yo hacer? Después de todo yo no era más que un jovencito sin mucha experiencia con las mujeres. Si señor. ¿Recuerda cuando me fui a vivir a su casa porque ustedes me alquilaron un cuarto? Fue idea de su esposa. Ella lo manipulaba a usted y me manipulaba a mi para obtener lo que ella quería. Si señor. Y ya después de eso yo no podía negarme a los caprichos de su esposa porque me podía hacer echar de la casa. Y yo necesitaba ese cuarto. Cuando iba para el baño, ella se iba detrás de mi y me agarraba de la mano y me robaba un beso en la boca, seguido de una rápida caricia en mi pene. Señor, he de confesarle que su mujer es muy caliente. Aunque por supuesto usted ya lo debe saber. Ella me decía que como yo no tenía novia, necesitaba una “mano amiga” para liberar todas mis presiones. Y que bien que lo hacía. Si señor. Cuando estábamos solos en la casa, ella empezaba por besarme apasionadamente. Luego me iba desnudando hasta tenerme totalmente a su disposición. Los primeros días ella solo me masturbaba hasta hacerme eyacular. Luego ella fue ganando confianza y además de masturbarme, me hacía un sexo oral fantástico. Si señor. A ella le gustaba mucho chupármelo. Me decía que le encantaba el sabor de mi semen. Me lo mamaba amorosamente hasta que yo me venía en su boca, y ella se lo tragaba todo. Había semanas en que todos los días me corría en su boca. Es que ella aprovechaba cuando usted la dejaba sola en su casa, me buscaba en mi cuarto y me pedía “lechita”. Al principio ella me repetía que no quería que yo la penetrara. Decía que solo quería ayudarme a sobrellevar mi vida solitaria. Pero con el transcurrir de las semanas haciendo lo mismo, yo creo que ella se fue antojando de más. Y ya no bastaba con que yo me desnudara, sino que ella también se desnudaba. Y nos bañábamos juntos. Y nos restregábamos nuestros cuerpos el uno contra el otro mientras ella jugaba con mi pene, y luego se lo metía en su boca y me chupaba todo el semen que yo fuera capaz de darle. Si señor. Y llegó el día que ella no se aguantó y quiso tener mi pene dentro de su vagina. Y le encantó. Y me montaba y yo la montaba a ella. Y lo hacíamos en la bañera que está en el baño del cuarto de ustedes, y en la cama de ustedes. Y hasta hubo una vez que lo hicimos en el sofá de la sala, viendo televisión, yo sentado y ella sentada encima de mí, dándome la espalda. Y ella tenía unos orgasmos de miedo. Gritaba, pateaba, arañaba, mordía y gemía. Gozaba como si fuera lo último que fuera a hacer en la vida. Y lo hacíamos casi todos lo días. Y en la mañana cuando nos saludábamos. ella me preguntaba donde quería yo meter mi pene ese día. Si prefería la vagina o la boca. Y yo elegía, y ese día cuando usted se iba para el trabajo mi descarga de semen iba al lugar seleccionado por mi. Y después de algún tiempo me atreví y le respondí que lo quería meter en su lindo culito. Y ella al principio se negó porque era virgen por ahí. Me dijo que ni a usted le había permitido eso. Si señor. Pero luego como que lo pensó mejor y ella misma me lo ofreció. Y ella misma se lubricó con vaselina, y ella misma me agarró el pene y lo guio hasta la entrada de su ano. Y yo con algo de miedo empecé a penetrar y a bombear en la medida que su ano se iba ensanchando. Y aunque al principio me decía que le dolía, después ella misma me pedía que aumentara el ritmo y que se lo metiera más profundo. Terminábamos teniendo unas jornadas de sexo anal memorables. Ella gozaba parejo conmigo. Terminaba con el ano expandido a unas proporciones inimaginables. Y con una gran sonrisa de satisfacción dibujada en su cara. Me decía que me amaba porque le enseñé a ser puta por detrás. En realidad, fue ella la que me enseñó a mí como coger una mujer. Por delante, por detrás y por la boca. Si señor. Y ya si podía yo elegir por donde le iba a dar ese día. Porque lo hacíamos casi todos los días. No descansábamos ni siquiera los días que ella tenía su período, porque entonces me hacía sexo oral. Así que como usted puede ver señor, yo no fui el culpable en esta historia. Yo fui la víctima. Yo fui quien perdió su inocencia. Por eso señor yo creo que usted no debería enojarse conmigo. Yo por el contrario creo que usted debería indemnizarme a mí.

 

FIN


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