Sergio, Marta y Bárbara I

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Se despertó sonriendo por el plan que se le avecinaba esa noche y se prometió que nada se lo estropearía. Empezó su ritual de cada mañana que consistía en ronronear unos diez minutos más en la cama mientras pensaba en sus cosas, los recados por terminar, otros por empezar, las llamadas a devolver…dicho ritual continuaba por estirar sus músculos de brazos, piernas, espalda y cuello. Ya estaba lista para empezar su día.

Tras la ducha y bañar su cuerpo en crema, mientras se absorbía, decidió qué ponerse. Hacía un día soleado, soplaba una suave y agradable brisa. Había escogido un vestido que le favorecía con buen escote, por encima de las rodillas, torso pegado y suelto desde sus caderas. Le estilizaba y, dadas las gestiones que tenía que hacer, era el perfecto. Los tacones le daban un toque personal e ideal.

Salió del ascensor y su conserje no pudo reprimir un espontáneo piropo: “¡Qué relinda va hoy señorita! Siempre va muy linda pero hoy despide un halo especial.” Ella ruborizada le respondió: “¡Zalamero!” y con un guiño de ojo, se marchó sonriendo por lo bajito.

Llegó al banco y como siempre, tuvo que esperar a su turno. Mientras esperaba, hablaba con el chico de seguridad que habitualmente se ubicaba cerca del mostrador. Era encantador. Siempre se preguntaban por la familia, comentaban cosas del trabajo, de la vida, de modelos de teléfonos móviles (él era un friki) y la verdad es que él, hacía que su tiempo de espera, fuera más ameno. Pero ese día ella notaba que le miraba de otra manera. Curiosa. Se fijó en las tres personas que también esperaban a ser atendidas y vio que la observaban. Pensó que muchas veces, el mismo aburrimiento hace que nos entretengamos con los demás. No le dio más vueltas. El señor en caja era “el típico señor de caja”. Abatido, gris, con gafas, camisa pasada de moda y sosa, pelo peinado pero sin ninguna gracia, serio, muy serio. Llega su turno y aunque ella, cortésmente le brinda una sonrisa junto con un “Buenos días”, él sigue con su nube gris encima de la cabeza. Bárbara realiza su gestión rápidamente y cuando va a abandonar el mostrador, se inclina un poco hacia el señor y le suelta: “Le favorecería una camisa azul cuello mao” “Que tenga un buen turno. Muchas gracias”. Él se queda desconcertado y sin reacción. Se despide del chico de seguridad y sale sonriendo.

A medida que la mañana pasa y ella sigue con sus encargos, se percata de que con la gente con la que se cruza, la miran, como si se preguntaran cosas de ella. Algunas féminas miraban sus zapatos, su vestido, su pelo. Algunos hombres se giraban al pasar a su lado, otros le soltaban algún comentario que solo conseguían arrancarle una sonrisa. Se preguntó si era la primavera.

Cuando llega a la tienda de su modista de toda la vida, ésta le suelta: “¡Pero niña qué guapa estás! Ese vestido siempre me ha encantado cómo te queda. ¡Y te veo bronceadita! ¿Cuándo te vas a echar novio, que un bombón así no puede estar solito?” Bárbara no para de reírse y le responde: “¡Anda, que siempre me miras con buenos ojos!”. Le dejó la ropa para arreglar y después de charlar un rato se marchó pero antes de salir por la puerta, su modista le dice que le va a presentar a su sobrino acompañado de un guiño.

Se fue reflexionando sobre el sobrino, el bombón, las miradas del día, comentarios y no pudo evitar caer en la cuenta que, nunca hacía caso al posible éxito que pudiera tener en otros. Nunca le daba importancia, pero a lo largo de su vida, sabía con seguridad que aunque ella fuera así, no pasaba desapercibida normalmente. Lo achacaba a su permanente sonrisa, a sus andares tan graciosos y contonear de sus caderas. Era de esas personas que recuerdas aunque sea en un cruce de miradas. Era coqueta por naturaleza, algunos dirían también que por signo de horóscopo. Lo llevaba naturalmente y no lo podía evitar. Ella era así.

Abstraída en sus pensamientos, llegó al restaurante donde había quedado con su amiga y allí estaba ya ella esperándola. Leo era leona, salvaje, atractiva, divertida, dulce y muy, muy latina en su carácter y curvas. Bárbara la adoraba. Congeniaban en todo. Se entendían con mirarse, compartían como es de suponer las grandes amigas, miedos, vidas, alegrías, experiencias vitales y vino, buen vino siempre. Y al igual que Bárbara, Leo, con su naturalidad, desconocía el efecto que producía en los demás. Se besaron y empezaron a disfrutar de su momento. El camarero que atendía su mesa, estaba encantado con sus clientas que no paraban de reírse del mundo y de la locura que les suponían a ellas. Inevitablemente, hubo chascarrillos, sonrisas y agradecimientos hacia el camarero que terminó “mimando” su mesa durante la comida y resultó un encanto.

Leo se interesó por la cita de esa noche de su amiga. Bárbara le confesó que era con Sergio. Un conocido colaborador de televisión con quien ya había tenido algunos escarceos durante años y que provocaba en ella una extraña e inquietante sensación. Leo se lo recordó. Le recordó los momentos que su querida amiga había pasado con él pero que nunca llegaron a más. Bárbara era plenamente consciente de lo que había, pero no podía dejar de recordar el buen sexo que tenía con él. No sólo era el sexo. Él era divertido, irónico, egoísta, atractivo, ingenioso, rápido en el humor, agudo…disfrutaba de su compañía aunque solamente, quedase en eso. Sergio le correspondía a su manera, como sabía y podía. Para ella era suficiente.

Se despidieron y quedaron en hablar al día siguiente. Por descontado. Habría temita para charlar un ratito.

La música acompaña su relajante ducha. La música siempre estaba presente en su vida, no concebía un sólo día sin que una melodía sonara. Se va animando. Baila. Baila. Baila. Se entona y empieza a imaginarse cómo se dará la noche. Empieza a preparar la ropa de su cita. Duda entre los pantalones que le sientan como un guante resaltando su punto fuerte, o una falda cortita con un encaje en su dobladillo. Era una falda heredada, le encantaba porque caía a medio muslo y era muy femenina. Decidido.

Cuando termina de arreglarse echa un último vistazo al espejo y se dice: “Sí señor”. Top negro de escote barco con mangas largas ajustado y toda la espalda descubierta. La falda sueltecita, sus medias “cristal” negras, y tacones de firma negros, con un lazo cosido en el talón cayendo sobre el tacón. Cogió su bolso, chaqueta y salió nerviosa de casa.

Tras una amena cena deciden ir a tomarse una copa a un local donde lo más variopinto de la ciudad se reúne, y donde al llegar cierta hora, sólo puede encontrar uno, crápulas y mujeres hambrientas de lo que sea. A primera hora, el ambiente es refinado, pijo, la música animada y popular. Los diferentes ambientes del local invitan a explorarlos y tomar el pulso. Las luces indirectas ayudan a aquellos que buscan perderse en los brazos y labios de un amante nocturno. Amantes que...


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