Kenia (parte 1/3)

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El aeropuerto era un hervidero de personas corriendo. El estrés general se palpaba en cada rincón. Niños corriendo, padres histéricos, carros cargados de equipajes luchaban por llegar a los mostradores. Encargados de las compañías aéreas intentaban organizar sus filas para una mejor facturación de sus pasajeros. No entendía por qué el Sr. Kibet le había citado en salidas. Daba igual. Ya estaba allí. Estaba tan contenta que daba igual todo. Deseaba montarse en el coche y ponerse en ruta. Dio un gran sorbo de agua y se quitó el sudor de la frente. Curiosamente, esperaba que en julio, el clima fuese más pegajoso, pero al leer antes sobre su viaje, sabía que iba a contar con unas temperaturas bastante agradables y cero humedad prácticamente. Lo cual era un alivio. 

Aliviada, ve al supuesto Sr. Kibet con su nombre en un cartel. Bien vestido, sonriente y perfumado. El encuentro es de lo más formal. El Sr. Kibet trabajaba para la agencia de viajes de lujo que había contratado para su safari. Estrecharon las manos, se presentaron y se encaminaron hacia el todo terreno. Según emprende el camino hacia el coche, Bárbara gira su cabeza hacia la portada del aeropuerto. Una sensación de agobio se desprende de la misma, pues parece un enjambre, con celdas de cemento, pequeñas y sucias. Muy gris, la verdad. En fin, ya está allí y por lo pronto, le quedan 16 kilómetros hasta llegar al centro de Nairobi. Disfrutará del paseo y del paisaje. Sin duda.

Para empezar, su coche era bastante amplio y cómodo. Contaba con una pequeña nevera camuflada entre dos asientos. Se sirvió un refresco con hielo (lujo absoluto), una bolsita de patatas y su servilleta. El Sr. Kibet (en adelante Ki), le ofrece poner música, lo que ella agradece sinceramente y le pide que sea música local. 

¿Local? - pregunta él sorprendido.

Sí. Creo que no he oído antes su música y me gustaría saber cómo es. ¿Por qué le sorprende?

Porque Sra. Vázquez, ningún turista la pide.

Bueno, pues como se dice en mi tierra... Siempre hay una primera vez – y le guiña. Guiño que él ve por el retrovisor y sonrió.

El paisaje hasta la entrada de la ciudad no era muy especial. Amplia carretera, algunos arbustos esparcidos, tierra y, a medida que se acercaban a los suburbios, suciedad, caos y pobreza. Pero cual es su sorpresa cuando se percata del Parque Nacional y al entrar en la ciudad, la gran Avenida Kenyatta. Bordeada de árboles y flores. El bullicio, la venta ambulante, limpia zapatos, hombres trajeados y un sinfín de negocios daban la vida y ajetreo a esa avenida de la que tanto había oído hablar. Como cabía esperar, la sucursal de su agencia, se encontraba allí. Tenía que recoger una documentación para continuar su viaje, antes de ir al hotel.

Estaba deseando llegar, poder darse un baño, cambiarse de ropa y si su cuerpo se lo pedía, salir a deambular por esas calles tan vivas y llenas de contrastes.

El hotel, Sarova Panafric, cumplía sus expectativas de sobra. La suite Afro-chic era amplia, la decoración funcional y exquisita. Todo lujo de detalles y prestaciones para su estancia. Se preparó un té, mientras el agua calentita y la espuma olor a mango, llenaba una bañera amplia y maravillosa que sólo invitaba a estrenarla. Ese momento tan deseado al final de su jornada, era su mayor anhelo. Sabía que tendría que recordarlo profundamente porque a partir de esa noche, dudaba que pudiera repetir. Aunque el safari contratado era superior, una bañera llena se le hacía raro en plena selva, no imposible, pero por si acaso, se iba dejar llevar y zambullirse hasta que la piel de sus dedos dijeran basta.

Tumbada sobre la cama en toalla, nota como la piel descubierta es rozada por unas sábanas de algodón fino y suave. Acarician su piel. El olor a mango invadía la cama. Su piel, suave. El sol cayendo, se cuela entre las cortinas dejando que su luz rojiza anaranjada resalte los tonos tierra y africanos que decoran la amplia habitación. Y su cuerpo mimetizado en cobre, empieza a explorar sus alrededores aún húmedos. Se libera de la toalla y ahora, desnuda completamente sobre esas sábanas, empieza a tocarse. Acaricia sus muslos. Sus manos lentamente se deslizan por la parte interior llegando a su sexo. Una, se encarga magistralmente de su clítoris. La otra, lentamente sube hacia sus pechos. Cierra los ojos y deja que su imaginación baile con ella. Respira relajadamente mientras su dedo corazón hace incursión en su cueva, húmeda y caliente. Mientras sus pechos son apretados suavemente y en círculos, su dedo ya no está solo. En un orden aparentemente orquestrado, uno se encarga de estimular, el otro sigue explorando calentito, su imaginación trabaja a fotogramas y sus pechos no paran de ser acariciados. Todo a la vez, pero con pausas provocadoras de gemidos y excitación. 

Las sábanas, esas sábanas suaves hacen el resto. Envuelven su cuerpo retorciéndose de placer, fragancia a mango y a través de ellas, los tonos rojizos ponen punto y final a su improvisado deseo sexual.

La música y el bullicio eran los ingredientes que ella necesitaba para disfrutar de su estancia en la capital. Iba recorriendo la gran avenida, observándolo todo. Las tiendas, los puestos de comida y los restaurantes llenos de extranjeros daban ambiente y decidió sentarse a cenar comida típica local. Mientras se deleitaba con una espectacular carne a la barbacoa, llamada Nyama Choma, notaba las miradas sobre ella. Seguramente porque no era muy común ver a una señorita cenando sola. El postre tampoco defraudó en absoluto. Unos deliciosos bollitos triangulares semi dulces llamados Maandazi, hicieron de su primera cena keniata, un acierto.

El cansancio empieza a hacer mella en ella y decide volver al hotel. Ha podido tomar un poco el pulso de la ciudad y al día siguiente le espera una gran aventura y un fuerte madrugón. Por consejo del maitre, coge un taxi.

04:15 suena la horrible pero deseada alarma. Como puede, empieza a abrir sus ojos, pero la excitación de todo lo que le puede venir en su viaje, hace que salte de su enorme y engülladora cama y se ponga en marcha. 

A las 05:00 ya está en el hall saludando al Sr. Ki que, tan amablemente, carga su equipaje y empieza a comentarle el programa de viaje. Tendrá que coger dos vuelos, la esperan con un jeep del resort, su primer safari programado está listo. Su acompañante de aventura es el Sr. Diop Dunlop (¿en serio se llama así? Se preguntó ella tan contenta). Tras las explicaciones y despedida correspondiente, Bárbara da comienzo a su aventura.

Diop resulta ser un tremendo masai. Alto, fibroso, elegante y dulce en sus maneras. El aeropuerto (por llamarlo de alguna manera), es una pista de tierra, con señalizaciones en madera y llenos de jeeps esperando a sus turistas. 

Al llegar al resort, una fila de masais esperan para dar la bienvenida con sus graciosos saltos acompañados de una música alegre y profunda. El lodge donde se hospedará Bárbara es precioso. Amplio, luminoso. Techo de vigas de madera, cortinas blancas adornan el espacio cubierto de alfombras, la cama con dosel, da un toque muy romántico y


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