Solamente una noche

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Mi amigo Pablo me invitó a pasar 24 horas en un centro de investigación de la universidad local rodeado de montañas y bosques.

- No te lo puedes perder, Pedro. – me dijo – El primer día vamos a escalar una montaña para observar los alrededores. Solamente 23 alumnos de maestría y cuatro profesores.

Y no me lo perdí. Incluí mi iPad y un libro para continuar una investigación que estaba escribiendo. Me asignaron una pequeña cabaña con baño privado, rodeada de árboles: una cama, una mesa de noche y un escritorio. “Mmmm, podría quedarme otro día”, pensé.

Una hora después de llegar iniciamos la escalada. Pablo me presentó al grupo como profesor amigo suyo invitado a pasar 24 horas en el lugar. Sin poder contenerme, observé con mirada crítica al grupo femenino. Llamaron mi atención una profesora pelirroja de cabello enrulado y un par de alumnas: una rubia, una castaña. “Si fuera a pasar la noche con una de ellas, ¿cuál sería?”, me pregunté. Pero resonaban en mi cabeza las palabras de Pablo: “Nada de aventuras con alumnas o profesoras, Pedro.”

Volvimos al centro a la tarde. Quedaba poco tiempo de luz porque las montañas ocultarían al sol. Tomé mi libro y me senté en proximidades de la pileta de natación. Poco a poco fueron apareciendo algunos alumnos y profesores. Por sobre las páginas del libro observé disimuladamente al grupo desde mi rincón apartado. Mis tres elecciones estaban allí, mostrando sus piernas, sus colas, bamboleando sus pechos.

Fui el último en irme, ya casi con penumbra total. A pesar de la oscuridad, era temprano y faltaban como tres horas para la cena. Decidí ducharme y hacer un poco de investigación. El agua caliente resultó vigorizadora y al pensar en las tres mujeres tuve una pequeña erección.

Con la toalla atada alrededor de mi cintura regresé a la habitación y me encontré con una visitante sentada sobre el escritorio, sus hermosas piernas cruzadas. Su falda corta se había corrido hacia arriba, exponiendo gran parte de sus muslos. La camiseta que traía mostraba que nada había debajo: sus pechos y los pezones de los mismos se revelaban atractivamente.

- ¿Te equivocaste de cabaña? – pregunté inocentemente.

- Espero que no. – respondió Elvira, la profesora pelirroja. – Ya que vas a estar acá solamente una noche pensé que podríamos tener un poco de diversión privada antes de cenar.

Sin esperar una contestación se bajó del escritorio intencionalmente abriendo sus piernas más de lo necesario, dejándome ver que la falda era la única prenda de la cintura para abajo. Avanzó hacia donde yo estaba y sus ojos verdes se posaron brevemente sobre la creciente erección que mi toalla evidenciaba. Luego su boca abierta se encontró con la mía. Le tomé los brazos y ella presionó su cuerpo contra mi erección. No pude resistir mover mis manos hasta posarlas en sus glúteos. Me desprendió la toalla dejándola caer al suelo y se apoderó de mi verga. Correspondí liberándola de su falda y, dando un paso hacia atrás, le pedí,

- Sácate la camiseta.

- Con todo gusto. - respondió.

Siempre me ha resultado erótico ver a una mujer despojándose de una camisa o camiseta ofreciéndome sus tetas. Las de Elvira me atrajeron instantáneamente y las tomé en mis manos mientras compartíamos varios profundos y sensuales besos. Su mano derecha se ocupaba de acariciarme mi falo y mis testículos. Sin decir palabra se arrodilló frente a mí y sumó su lengua y su boca entera a satisfacerme. A juzgar por sus gemidos y suspiros a Elvira le encantaba lo que hacía.

Cuando se dio por satisfecha y se paró para besarme, bajé mi mano derecha hasta encontrar su vulva. Mi dedo mayor se empapó apenas toqué la entraba a su concha.

- Sígueme. – le dije y la llevé hasta el escritorio, sobre el borde del cual se sentó. Me senté en la silla frente a ella y reanudé mi tarea con mis dedos: el mayor en su entrada, el pulgar en su clítoris.

Elvira se reclinó hacia atrás y abrió sus piernas ampliamente, dándome pleno acceso a su concha. Después de unos segundos, sepulté mi cabeza entre sus piernas y mi lengua se ocupó de satisfacerla. Sus gemidos aumentaban de volumen. Mantenía mi erección masturbándome lentamente, corriendo el prepucio hacia atrás hasta casi hacer que me doliera exponer mi glande.

Me paré frente a Elvira con mi falo enrojecido, endurecido, hambriento. Ella lo tomó momentáneamente con ambas manos, pienso que para disfrutar temporalmente su tamaño y pidió,

- Métemelo, quiero gozarlo.

La penetré sin detenerme hasta que estuve totalmente dentro de ella. Sus piernas se enroscaron en mi cintura y no esperó mis empellones. Elvira comenzó a realizar un vaivén que le hacía mover mi verga en el interior de su concha. Adentro, afuera, adelante, atrás. Y otra vez, y otra vez. Su iniciativa era excitante. Cada vez que empujaba emitía un gemido de placer al sentir mi pija penetrándola. La llegada de su orgasmo me sorprendió.

- Cambiemos de posición. – le propuse.

- ¿Qué quieres?

- Quiero penetrarte desde atrás, tener tu cola en mis manos mientras te cojo.

Se puso en posición sobre el escritorio con prontitud y le enterré mi pija inmediatamente. Podíamos vernos en el espejo que colgaba en la pared sobre el escritorio. Después de varios vaivenes comencé a ensalivarle el agujerito de su cola.

- Dedos si, pija definitivamente no. – aclaró.

- Como quieras. – respondí.

Primero fue mi índice el que se ocultó dentro de su culito, reemplazado luego por el mayor. Para mi sorpresa, Elvira me miró en el espejo y dijo,

- Deja tu dedo adentro y sácame tu pija.

Cuando hice lo pedido, comenzó a oscilar introduciéndose y sacándose mi dedo ella misma, lenta, deliberadamente, para prolongar el gozo de las penetraciones acompañadas por gemidos y suspiros, por mmmms y aahhhhs. Mi otra mano se encargaba de mantener la dureza y prontitud de mi verga para enterrársela a Elvira apenas estuviéramos listos.

Como si hubiera leído mi mente, me pidió,

- Métemela otra vez. ¡Estoy cerca de otro orgasmo!

- Te voy a llenar la cachucha de leche. - le respondí.

Mi verga se perdió de vista dentro de su concha. Las dobles penetraciones se sucedían sin detenciones. Segundos después de que Elvira se desplomara sobre el escritorio deleitándose con un nuevo orgasmo, alcancé el mío propio y fui yo quien emitió un fuerte gemido mientras mi pulsante verga eyaculaba mi semen una y otra vez.

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Cuando terminé de leer el capítulo dejé el mar a mis espaldas y me dirigí a la cabaña asignada en el centro de recreación. Por suerte estaba oscuro y nadie podría ver la inocultable erección que la lectura me había provocado.

Al entrar, me sorprendió gratamente ver a una de las estudiantes del curso de maestría que había conocido esa mañana yaciendo desnuda sobre mi cama, un codo apoyado en el colchón. Su cabello rubio cubría parcialmente uno de sus pechos pero la vista del descubierto era excitante.

- ¿Me equivoqué de cabaña? – pregunté, fingiendo inocencia.

- No profe Daniel, estamos en la tuya. Vine para que practiquemos algo juntos.

Mientras me quitaba la ropa le propuse,

- Primero puedes chuparme la pija, luego iremos al escritorio.

- Profe, veo que tienes planes y suenan muy interesantes.

Sin más, se arrodilló y comenzó a degustar mi falo.


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