Un día normal

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Aquella mañana desperté nerviosa, sintiéndome sola y desconociendo un poco el lugar donde he vivido siempre. La madera que rechinaba debajo de mis pies, estaba aturdiéndome y sacándome de quicio. Una vez me adentré en el baño para darme una ducha, no fui capaz de regular el agua a mi gusto y terminé resignándome al frío. Tuve una batalla con mi cabello que estaba más enredado de lo normal y perdí mechones por los jalones. Incómoda, molesta y con el semblante demacrado, me observé en el espejo; parecían que me habían golpeado la cara con esas ojeras tan marcadas y los parpados hinchados. El color rojizo de mis ojos no ayudaba mucho.

Cogí la ropa que había usado desde hace dos días para ponérmela de nuevo. Ya se veía mugrosa y ya no se sentía suavecita como el jueves pasado, pero seguía oliendo como debía. Tomé unos lentes oscuros que reposaban sobre el tocador y me los coloqué con la intención de ocultar un poco mi rostro pues no me esforcé en arreglar el desastre.

Afuera de casa, me esperaba mi madre en su auto. Puse seguro a la puerta y, en una acción involuntaria, me agaché para esconder las llaves bajo el tapete; pronto recaí en que ya no era necesario dejarlas ahí, nadie vendría.

Mi madre me sonrió con calidez y yo sólo le regresé un gesto extraño, con que ella notara que estaba alerta era suficiente. En la radio anunciaban que el tiempo durante el día sería agradable, digno de la primavera que recién entraba a la ciudad. Pero para mí, estábamos viviendo el más crudo invierno.

Cuando se detuvo el auto, sentí que el corazón se me iba a salir. Una desagradable sensación de nerviosismo me recorrió desde el pecho hasta las piernas, como si cada parte de mí se encontrara entumida.  Aun sintiendo que no era capaz de moverme, salí del carro antes de que mi madre dijera algo o se mostrara condescendiente en su intento de ser empática.

Lejos de huir de la lástima de mi mamá, obtuve las miradas de muchas personas que hacían gestos de tristeza o simplemente agachaban la cabeza. Otros murmuraban sobre mi situación, otros se me acercaban por el mero compromiso de darme el pésame, pero yo no quería nada de nadie.

Yo quería a la persona dentro de aquella caja brillante, a aquel hombre que posaba con la sonrisa más honesta en cada foto. Yo quería vivo a quién ya se había ido.


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