Mi vida con Bimba

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Jorge, mi hermano pequeño, siempre había deseado tener un gato en casa, pero yo no estaba dispuesta a cargar con un animal que lo revolviera todo y fuera soltando pelos por todas partes. Cuando mi hermano se independizó, no tardó en adquirir un minino. Fue así como Bimba entró en nuestras vidas.

Se trata de una gata de color naranja, de suaves movimientos y de muy definido carácter. Es una mandona.

A los quince días, Jorge supo que su novia era alérgica a los felinos. Estaba claro, era la novia o el gato. Me suplicó que me lo quedara por un tiempo en el que abonaría los gastos de comida y veterinario que el micifuz originara. Con resignación y no poco enfado, accedí.

Al principio, Bimba y yo no congeniábamos. Me dejó muy claro que la tapicería del sofá no era de su agrado ya que lo destrozó con sus uñas. Se subía a todos los muebles y determinaba desde esa altura qué adorno merecía su aprobación. El que no le gustaba, sufría los efectos de la gravedad al instante.

Una tarde, vino a casa mi primo y su repelente esposa. Mientras merendábamos, ella me hizo notar que el jarrón situado sobre la librería, y que habían traído de Tailandia, no estaba colocado correctamente y no lucía el dragón rojo que tenía grabado. Aquello le resultaba insufrible. Sin mediar palabra, se descalzó y subiéndose a una silla modificó la posición del puñetero jarrón. Entre tanto, la gata dejó una muestra de su desagrado por la visita en uno de sus zapatos de tacón rosas. Tuve que morderme el labio inferior para no soltar una carcajada. A partir de ese momento, mi gata y yo empezamos a entendernos.

Le enseñé unos signos para que nuestra comunicación mejorara. Cuando en los días de fiesta  quiere comer algo distinto al pienso habitual, se da unos suaves golpecitos en la boca, entonces preparo unos huevos fritos con longaniza para las dos. Si lo que pretende es escuchar música, los golpecitos se los da en una oreja. Tiene buen gusto para la música, le encantan los barrocos italianos. Con la zarzuela, ayuda con los coros maullando y si pongo algo de Stravinsky se va disparada a otra habitación.

Sale en la cesta en mis paseos dominicales en bicicleta. Jorge habilitó una mochila con la que también me la llevo a caminar por el monte.

He de reconocer que tiene buen corazón. Una amiga mía se sorprendió al saber que yo no había visto la «La Vida es Bella» y me la dejó. No suelo llorar con las películas, pero con esta me empleé a fondo. Al verme deshecha en sollozos, Bimba puso en mi regazo el gatito de trapo, que es su pertenencia más querida, y se tumbó a mis pies. 

Llevamos cinco años juntas. En las pasadas Navidades, decidió que además de jugar con las bolas y el espumillón, aprovecharía para hacerme una revelación. Atacó el pequeño Nacimiento que coloco todos los años. San José estaba tumbado, el Niño y María seguían en su sitio, pero de los Reyes Magos… Gaspar había desaparecido, Baltasar estaba en el suelo hecho añicos y Melchor se encontraba en las fauces de Bimba.

¡Mi gata es republicana!

 

Hoy voy a traer a casa a un amigo con aspiraciones a algo más.

Le he pedido que, bajo ninguna circunstancia, se descalce.


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