LA ERA DE LOS "LISTOS" 1

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Cuando Eduardo Millet era un niño sus padres debido a su condición de hijo único, habían sobrevalorado en exceso a su persona en detrimento de una realista y eficaz educación que hacía pensar en la óptica mitológica que se les atribuía a los faraónes del antiguo Egipto, pasando por alto su biografía personal. Por tanto él llego a creerse que era superior a los demás.

En consecuencia aquella desidia educativa en la que subyacía una inseguridad familiar fue transmitida al joven Eduardo dando lugar a que éste concibiese que en la vida o eres un lobo o un cordero; devorabas o podías ser devorado por alguien. Claro que esta manera de ser tan egocéntrica estaba en consonancia con el contexto social de su país que siempre estaba al borde de una aguda crisis económica y laboral; razón por la cual mucha gente valoraba más al hombre "listo", al oportunista que sabía sacar tajada en las difíciles situaciones de la vida que al reflexivo intelectual.

A Eduardo Millet a la edad de cuarenta y tantos años; casado con una mujer que pertenecía a una familia de clase media pero con una mentalidad muy simple, puesto que se dejaba impresionar con facilidad por los discursos grandilocuentes de su marido, el cual trabajaba en una empresa de productos lácteos y que no dejaba de presumir de que sabía de todo, un dia fue a visitarle en su domicilio su compañero de oficina llamado Alberto García que era un amante de la Literatura, sobre todo de relatos de terror como los de Edgar Allan Poe, o los de actualidad de Stephen King con un manuscrito de dicho género que había estado escribiendo durante dos años, pensando que Eduardo lo leyese y le hiciera un comentario de la obra con un positivo juício crítico.

Mas cuando Alberto al cabo de un par de semanas fue a recoger su trabajo literario recibió un desagradable chasco de su compañero de fatigas. Éste con una retórica autosuficiente le vino a decir que la novela en cuestión no valía nada. Se ensañó a conciencia criticando peyorativamente ciertos fragmentos de la obra en cuyo tono se advertía su anhelo por ser más inteligente, y más culto que el autor de la novela.

-¡No, no, no... En estas páginas hay cosas que no están bien! - le dijo Eduardo al escritor con cierto desdén-. Mira. Hay ciertos personajes que no están claramente definidos; hay descripciones de lugares que son demasiado esquemáticos, y en cambio en otros pasajes las descripciones son demasiado largas, y esto perjudica al ritmo de la narración.

- Hombre, yo creo que exageras con tu crítica. Mi novela la han leído otras personas y les ha gustado - replicó Alberto molesto a su interlocutor.

-¡Oh no te enfades hombre! Acepta lo que te dicen aunque no te guste oírlo - le dijo Eduardo-. Si te hablo con franqueza es para que puedas mejorar.

Como es de suponer Alberto García salió del hogar de su compañero de trabajo con el ánimo por los suelos. A lo mejor él se había equivocado al escribir aquella historia de terror. Puede que el autor fuese también un inepto.

Curiosamente por aquellas fechas la empresa de Eduardo Millet a causa de una reducción de gastos decidió prescindir de algunos administrativos, y entre ellos se encontraba aquel "sabelotodo". ¿Qué haría para seguir ganando un buen sueldo, y a la vez conservar de cara a la galería su fama de hombre avispado que estaba de vuelta de todo, y así seguir dando lecciones de distintos temas a cuántos se le acercaran con la pretensión de que nadie notara su profunda inseguridad anímica heredada de sus progenitores?

Eduardo amparándose en su condición de hombre espabilado quiso afiliarse a un partido político de izquierdas del Ayuntamiento del pueblo en el que vivía, porque le pareció que su doctrina de un gregarismo social con la que se identificaba la masa obrera, que iba en contra de los principios egoístas y reaccionarios de la derecha, tenía más probabilidades de alcanzar el Poder.

De manera que poco antes de dar aquel paso hacia la Política, un día en que se encontró casualmente en la calle a Alberto García éste le comunicó a su antiguo compañero de oficina:

-... Sí. Es muy posible que ahora me afilie al Partido Socialista del Ayuntamiento. Aquí donde me ves soy una persona altruista. Pienso que es necesario trabajar por la Justicia Social de este pueblo, y apoyar más al hombre sencillo de la calle; al pequeño empresario, y no depender tanto del gran capital.

-¡Ah! Pues espero que tengas suerte - le respondió Alberto.

Sin embargo cuando Eduardo se presentó a los líderes de aquel partido de izquierdas ofreciendo sus servicios a la Causa, a éstos no les acabó de gustar la vehemente actitud de aquel tipo ya que les dio la sensación de que no era del todo sincero de lo que decía.

Pero Eduardo Millet no se dio por vencido y trató de afiliarse al partido político contrario que era el centro-derecha y que precisamente era el que gobernaba en aquellos años en aquel lugar, y por un extraño capricho del destino allí sí que lo aceptaron.

 


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