La pastelera (parte 2 de 3)

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Su presencia dejó ante mí un aroma a canela que se clavó en lo más profundo de mis fosas nasales; impregnando por completo todas y cada una de las partes de mi alma. De reojo pude ver aquello que reflejaba el trozo de plástico que colgaba de la solapa de su camiseta. En él se podía leer “África”…El nombre representaba por completo su ser; su piel, su pelo castaño rizado, sus ojos, su culo...TODO. Era como si el mismísimo Dios hubiera esculpido el propio continente y lo hubiese hecho persona.

África se marchó a la cocina dejándome solo en el mostrador tras colgar el cartel de cerrado frente a la puerta.

Pasaron unos minutos cuando se escuchó un ruido seguido de un pequeño grito.

-¿Qué ha pasado? Pregunté sorprendido por el estruendo. Así que tras no recibir respuesta alguna me dirigí hacia la cocina.

Cuando llegué vi como litros de leche corrían y se desparramaban a sus anchas por el suelo de aquella habitación. África se encontraba en un rincón sollozando en intentando poner remedio a todo aquel desastre.

-¿Pero qué ha pasado? Volví a preguntar esperando ahora respuesta alguna.

-He intentado coger unas botellas de leche de la estantería para hacer más dulce para mañana pero he resbalado y las he tirado todas al suelo respondió ella entre llantos.

-No pasa nada, no te preocupes, ahora mismo te ayudo a limpiarlo y verás cómo en cinco minutos está todo esto solucionado.

Empezamos a limpiar, hasta que África decidió quitarse el delantal para estar más cómoda. La leche que había caído sobre ella le había mojado por completo la camisa, hasta tal punto de dejar a la vista que no llevaba sostén. Sus pechos desnudos junto con sus pezones luchaban ahora contra una tela mojada que parecía intentar ahogarlos. Aquellos puntos de carne gruesa parecían querer rajar la camiseta por momentos y poder conseguir ese aire que tanta falta les hacía. Mis ojos parecían querer ayudarlos desde la distancia, hasta tal punto de imaginar junto con mis manos cómo conseguirían romper aquella tela y hacerlos libres de una vez por todas.

Mi entrepierna fue creciendo por momentos, hasta tal punto de ser perceptible a los ojos de África. Mis manos cubrieron mi erecto miembro como forma de respuesta ante tal situación, sin embargo, no sirvió para nada, cuando me quise dar cuenta África estaba restregando suave pero fuertemente la parte inferior de su pantalón con sus dedos. Nos fuimos acercando lentamente, en silencio, sin decir nada, como si una extraña fuerza se hubiera apoderado de nuestro ser. 

Permanecimos parados el uno frente al otro, hasta que sin saber cómo; comenzamos a besarnos frenéticamente dejando que nuestros cuerpos hablasen por sí solos. Nuestras manos y piernas comenzaron a enredarse con las del otro, creando así un perfecto patio de cárcel dedicado al sexo y al deseo. Nuestros labios se besaban y se susurraban a la vez que sentían sobre ellos la furia de nuestros dientes al clavarse sobre sus carnes.

El cuerpo de África pareció tomar la iniciativa, hasta tal punto de comenzar a desvestirme. Primero fue mi camiseta y acto seguido mis pantalones. Una vez que me los había bajado, los calzoncillos no fueron un problema para ella, los cuales rajó de arriba abajo con el filo de sus uñas. Mi sexo medio erecto lucía frente a su ser, incitándola a la perversión y al peor de los pecados…la lujuria. Sin dudarlo un momento África empezó a felarme el miembro, hasta que pasado unos segundos dijo;

-A esto le falta un poco de dulce.

Tras alargar la mano con gran seguridad hacia uno de sus lados, cogió un donut del estante y sin dejar de mirarme fue introduciendo mi polla lentamente por el agujero de aquel dulce dejando que el azúcar hiciera su trabajo. África lamía ahora con más ferocidad que antes, su lengua hacía que con cada una de sus embestidas sobre mi sexo entrasen algunas partículas de azúcar por mi uretra, provocándome una mezcla entre escozor y placer. Comenzó a devorar aquella masa de abajo hacia arriba, haciendo que la última parte quedase sobre de mi sexo y así poder disfrutar los dos sabores al mismo tiempo. Los mordiscos que asestaba África por intentar comerse aquel donut dejaban ver lo mucho que le gustaban los dulces y sobre todo si tenían una polla de por medio. Así que una vez que ya estaba por terminar aquel postre, fue introduciéndose mi polla lentamente en su boca y acto seguido el último trozo de donut que faltaba.

Como un niño al que le sale bien su fechoría, África comenzó a relamerse los labios al mismo tiempo que pasaba su dedo índice por la comisura de los mismos estando segura de que no se dejaba nada de azúcar por probar.

 


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