Capitulo 3: la mano en el frigorífico (parte II)

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– Perdone, ¿tiene otra clase de jabón?–dijo educadamente– El más mínimo roce con frutos secos y acabo inflado como un globo.

La señora Franklin sonrió y se levantó para coger la pastilla de jabón.

– Es una pena; a mi marido no le gusta el gel que se compra en los supermercados, así que hago jabones caseros. De tanto practicar he acabado montando un taller en el sótano. De vez en cuando recibo a mis amigas aquí y hacemos jabones.

–¡Que apañada es usted, señora Franklin!- exclamó Deny desde el sofá– Algún día tiene que enseñarme como los hace. Me encantaría aprender.

La cara de la mujer se iluminó ante aquella propuesta de tener una nueva discípula.

–¡Por supuesto! Venid abajo y os enseñaré el taller. No es gran cosa pero tenemos todo lo que necesitamos.

Tal como había dicho, el sótano no era gran cosa. Una mesa rodeada de trastos amontonados en cajas y herramientas de carpintería se aglutinaban entre el serrín. Los materiales y moldes se encontraban esparcidos por la mesa, que estaba bastante sucia y cubierta por líquido de jabón endurecido. Sin embargo había bastante variedad de formas, tamaños, colores y aromas. Jack se preguntó si el señor Franklin gastaría tal cantidad de jabón.

–Aquí es donde mezclamos los ingredientes –señaló la mesa– y allí, dejamos los moldes con el jabón líquido para que se endurezca. Con estos recipientes recogemos el aceite que sobra y se sale de los moldes.

–¿Es su marido carpintero?– preguntó el detective Wayland al fijarse en la mesa de carpintería.

–No –respondió de nuevo con esa mirada de pesar– Solo gusta alguna que otra ocasión de fabricar muebles para la casa. Es constructor y muchas veces restaura muebles que trae de obras. Pero ya casi nunca lo hace…

En el ambiente se pudo sentir un momento de incomodidad que se vio interrumpido por el sonido de un portazo en la planta de arriba. Después escucharon la voz del señor Franklin llamando a su mujer.  Los tres subieron a la planta superior, donde se encontraron a un hombre de baja estatura y profundas entradas en su cabellera. Su expresión indicaba la sorpresa que le había producido aquel encuentro.

–¿Quiénes son?–preguntó a la señora Franklin.

Aquel momento le pareció al detective Wayland una magnifica oportunidad para delatar la verdadera causa de su visita.

–Soy el detective Wayland, del Departamento de Investigación de la Policía Nacional–sacó su placa de identificación– y esta es mi ayudante, la señorita Buller. Hemos venido a hacerle unas preguntas acerca del caso que informó hace una semana, el de la mano en el frigorífico.

Todo el cuerpo del señor Franklin se puso en tensión y su cara, levemente más roja, reflejó su poco agrado a la idea de que el detective Wayland y Deny Buller estuvieran allí. Por el rabillo del ojo pudo ver la expresión de confusión de la señora Franklin que miró desconcertada la placa del detective.

–Todo lo que tenía que contar ya lo dije cuando estuvo aquí la policía y se llevaron aquella asquerosa mano cortada. No tengo más que decir; así que si me hacen el favor, lárguense de mi casa– Con aparente enfado abrió la puerta hasta la que había llegado a grandes zancadas.

–Solamente nos gustaría que nos contara su versión de los hechos, si no le importa…

–Sí que me importa. Ahora fuera.

La sensación de alama alertó a Deny que sonriendo le dio las gracias a la señora Franklin, la cual miraba con una mezcla de súplica y frustración a su marido, y arrastró al detective Wayland fuera de la casa, de vuelta al coche.

–Ha ido estupendamente ¿no? Tu interpretación ha sido merecedora de un premio. Realmente has hecho enojar a ese pobre hombre– le dijo Deny entre risas. Hablaba con entusiasmo en la voz mientras él la miraba como si se hubiera vuelto loca de remate.

–¿Estupendamente, dices? ¡No hemos conseguido nada! Toda una ocasión perdida en tomar té y hablar de cosas inútiles, cuando nuestro deber, mejor dicho, mí deber –recalcó esas dos palabras–  era interrogar a los testigos y averiguar que pasó realmente.

Para su sorpresa e indignación la joven soltó una carcajada.

–Relájese, detective Wayland. Yo no diría que hemos perdido el tiempo; más bien todo lo contrario. Ahora tenemos la mitad del puzle completada. La señora Franklin guarda la llave del baúl; sólo nos queda encontrar el baúl siguiendo las pistas.

–¿Cómo es eso posible? Sinceramente, no sé adonde pueda conducirnos eso.

Deny se acomodó en el asiento mirando al frente con una postura más serena a la que había mostrado apenas unos segundos antes.

–Sigue sin fijarse en los detalles. Pero bueno para eso estoy yo –suspiró– Conduzca a la oficina. Necesito ver ese informe de nuevo.

Tardó un momento en decidir si hacer lo que pedía o no. No quería ser despedido tan sólo una semana después de su incorporación; sin embargo, tal vez fuera por la seguridad con que hablaba Deny Buller o por algún tipo de presentimiento hacia ella,  algo le decía que acabaría por resolver el caso con o sin él mismo.

 


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