Tres vidas (parte 1ª)

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El viejo candado parece no querer facilitar la entrada al edificio, el jefe de taller forcejea sin éxito con la llave que tampoco esta muy por la labor de cumplir su cometido, aunque pasados unos minutos, que se antojan interminables, un chasquido anuncia el fin de la espera.

Las antiguas cocheras ya no son lo que eran, en sus tiempos, los grandes ventanales mostraban un interior amplio y diáfano que podía permitir acoger al menos una docena de vehículos, quedando espacio aún al fondo para la oficina y el almacén. Lamentablemente hoy, con todos los accesos salvo uno tapiados y los huecos cubiertos, a lo único que se asemeja es a una lóbrega cueva, que además tiene sus días contados, ya que en breve los terrenos serán ocupados por una promoción de viviendas y espacios comerciales que borrarán todo vestigio del pasado.

El interruptor apenas consigue encender un pequeño grupo de puntos de luz dispersos, alguno de los cuales, tras un primer instante de parpadeante indecisión, retornan a su letargo.

El local está vacío, a no ser por algunas cajas amontonadas y un solitario y vetusto autobús que parece haber ocupado aquella posición por mucho tiempo.

¡Aquí está! – les anuncia el jefe de taller a sus dos acompañantes- quédense con las llaves y hagan el favor de cerrar al salir.

Una vez solos David y Laura cogidos de la mano se aproximan lentamente al “carrito” como alguna gente lo denominaba, David juguetea en su bolsillo con el cuarteado llavero de piel en tanto se sitúa al lado de la puerta del conductor y extiende levemente su mano sobre ella a modo de saludo a un viejo y querido amigo.

En el frontal del autobús aun se divisa el número 10 de la línea en la que sirvió, aunque ya no los nombres de las poblaciones que unía. En el interior todo está como siempre; sobre el motor, que sobresale en parte a modo de pequeña joroba, todavía el cajón de las monedas, unida a la puerta delantera la barra que acciona su apertura, el torno de tres pies que controla el número de pasajeros, el suelo de chapa metálica, siempre tan resbaladizo cuando se mojaba y los asientos de madera con sus asideros metálicos. Todo tal y como cuando salió de la fábrica hace ya muchas décadas, cuando la ciudad comenzó a crecer y se hizo necesario contar con un servicio de transporte, para lo que se adquirieron diez unidades similares. El paso del tiempo, el uso y el aumento en el número de viajeros hicieron que años después fuesen progresivamente retirados y substituidos por otros más modernos, con mejores prestaciones y  más comodidades. De esa forma el 10 vio partir para no regresar a sus hermanos y el mismo fue confinado en esta catacumba metálica hasta el día de hoy.

David había sido siempre su conductor, ya que comenzaron a trabajar en la misma época y nunca más se separaron hasta que él se jubiló hará ahora poco más de dos lustros, recorriendo juntos las polvorientas y angostas carreteras tanto bajo el ardiente calor del verano como en las gélidas jornadas invernales. También se ocupaba de su mantenimiento tras hacer la ruta, dejando todo listo para el día siguiente, en tanto Laura llegaba con los niños del colegio y todos juntos se dirigían a casa.

La mañana había comenzado con una atípica llamada de la empresa donde había estado empleado, preguntándoles si podían pasarse por allí y que fué recibida mientras Laura cuidaba las plantas del jardín y David preparaba el desayuno para los dos. 

Buenos días - les saludo el gerente cuando llegaron a las oficinas de transporte - Os agradezco mucho que acudieseis los dos y eso tras el aviso con tan poco tiempo de antelación, y paso a explicaros el motivo de tanta premura.

Hace unas horas apenas, diversos colectivos y la asociación de de comerciantes me han pedido nuestra cooperación en la realización de una campaña solidaria de envío de ayuda humanitaria. Ellos y los ciudadanos que lo deseen aportan los productos y nosotros nos encargamos de hacerlos llegar.

¿Y en que podemos colaborar?- dice David – yo soy viejo, mi vista y reflejos han menguado mucho, no podría conducir un trailer, ni siquiera un camión más pequeño, además si no me equivoco gran parte de la ruta ha de hacerse en barco.

Así es – responde el gerente - pero habíamos pensado en donar también nosotros algo, en concreto el autobús número 10, y quien mejor que vosotros para acompañarlo, ponerlo a punto y luego si resiste el viaje emplearlo para repartir los productos en el lugar de destino.

Seguro que podría, uno como el 10 sería capaz de caminar hasta sobre las aguas - afirma David con un brillo de orgullo en la mirada - el que no se si yo podré estar a la altura.

Pensadlo, estamos en mayo, hacia finales debería de partir la expedición, id a ver vuestro autobús y dadme una respuesta lo más pronto posible para prepararlo todo.

Casi una hora después, David delante del buen Pegaso Comet sigue pensando que este cumplirá de sobra el cometido como siempre ha hecho, aunque sobre su piloto, el mismo, alberga grandes dudas.

Laura a su lado apoya la mano en su hombro y luego acariciándole con suavidad el ya escaso y grisáceo cabello le dice:

Podemos hacerlo, hay quien necesita que vayamos.

No te preocupes yo estaré a tu lado como lo he estado siempre - y como para rubricar y afirmar el ánimo ofrecido le dio un tierno  beso en la mejilla.

Esta bien – manifiesta David – tendremos que tenerlo listo para el 17.

A partir de ese momento dio comienzo una labor que les ocupó varias mañanas, tardes e incluso alguna que otra noche, en trabajos de mantenimiento, limpieza e incluso de embellecimiento del vehículo pues habían decidido que recuperase para la ocasión de nuevo el rojo intenso original, labor de la que se ocupó David, en tanto Laura empleó los antiguos emplazamientos publicitarios tanto de dentro como de fuera para incluir telas, dibujos y textos que aportaban una nota de alegría y originalidad.


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