Los huevos del Marqués

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Enclavado en los Alpes hay un diminuto país con un nombre muy pomposo:

«Gran Marquesado de Patatia»

En él, hace muchos años, aconteció que el Ministro de Recaudación y del Tesoro había cumplido con creces la edad de jubilación y era necesario colocar a una persona más joven en su puesto. Se convocó a los ciudadanos a fin de elegir el más apto para el cargo. Se presentaron tres candidatos. No es número escaso teniendo en cuenta que el país es minúsculo.

El primero era el director del único banco de Patatia. Podía presumir de experiencia manejando dinero ajeno. A modo de carta credencial presentaba un plomizo dosier con las cuentas de los pasados cinco años.

El segundo se trataba de un político. También muy hábil en lo concerniente a tratar con fondos no propios. Adjuntaba un memorándum con sus proyectos y discursos que competía en pesadez física y mental con lo entregado por el banquero.

Por fin se presentó el tercero, Paco, de origen español, que no era otro que el panadero de una ciudad del marquesado. Comentó que lo único que había amasado en su vida no era una gran fortuna sino harina, sal y agua. Lo que presentaba era una empanada de atún, cebolla y pimientos que había elaborado personalmente.

El Jefe del Estado, Evaristo V, se sentía complacido, pero tenía que elegir. Lo haría mediante un sistema muy peculiar. Dio a cada aspirante un huevo de codorniz recién puesto y una jaula. El encargo era  que, tras el plazo de dos meses de cuidados, deberían mostrar un ejemplar de codorniz sano. El Marqués determinaría qué  candidato era el idóneo.

Así, los tres volvieron a sus casas. Cada uno con un huevo y una jaula.

Mientras salían de la residencia oficial, el ilustre inquilino se comía la empanada al tiempo que calentaba la estancia con el calor que proporcionaban el dosier y los discursos al arder en la chimenea.

Transcurrieron los dos meses fijados, los tres aspirantes se presentaron ante el Marqués. El banquero y el político exhibían sus aves con orgullo. El pobre panadero llevaba la jaula vacía. Con la cabeza agachada le dijo a Evaristo V:

—Lo siento. No supe incubar el huevo. No he podido cumplir con el encargo.

El Marqués de Patatia sonrió y le respondió:

—Tuyo será el puesto, Paco. Los huevos que os entregué no estaban fertilizados. Eres el único que ha sido sincero. Confío en ti. Desempeñarás tu trabajo con honestidad y, si me haces el favor, de vez en cuando me preparas una de esas suculentas empanadas….

Y fue así como un humilde panadero español llego a ser Ministro de Recaudación y del Tesoro del «Gran Marquesado de Patatia»

 


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