Cuando Me Invitaban A Comer

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Cuando era niño yo creo que les caía bien a mucha gente, porque muchas veces me invitaban a comer, la verdad era todo un reto para mi aceptar las invitaciones, porque siempre me topaba con comidas que no me gustaban, y lo malo es  que no podía decirles a mis amigos que nos viéramos después de comer, porque no tenía quien me llevara, mi mamá trabajaba en su tienda y mi papa en el banco, así que ni modo, si quería jugar tenía que comer antes.

La primera vez que recuerdo, tendría unos 8 años, la mamá de mi amigo era muy enojona, no sé si porque tenía muchos hijos, o porque mi presencia la afectaba, pero no dejaba que habláramos mientras comíamos, parecía que estaba en el ejército en pleno cuartel, del sabor de lo que me sirvieron ni me acuerdo, solamente me sentía en jaque, no me atrevía a pedir que me pasaran ni la sal ni una servilleta, parecía que estaba la mesa en toque de queda, cualquier movimiento la señora lo cuestionaba con gritos, fue debut y despedida. En la tarde que llegué a la casa, le platiqué a mi mamá, ella me dijo para que valores, nosotros siempre te hemos hecho sentir a ti y a tus invitados a gusto, le dije además que si conociera a mi amigo, pareciera que vive en la familia más feliz del mundo. Mi mamá me dijo que no hay familia completamente feliz, siempre hay algo, pero sus problemas los ocultan, me advirtió.

En otra ocasión mi primo, el de Monterrey me invito a pasar tres días en su casa, mi mamá me puso en el autobús y le dijo al chofer que me bajara en un lugar conocido, era el punto que se habían puesto de acuerdo ella y mi tía, no tuve problema, me bajé en el sitio indicado y mi tía me estaba esperando. En la primer comida, esperamos a que llegara mi tío de su trabajo, el llegó casi a las 4 pm, lo malo era que yo estaba acostumbrado a comer a la 1 o 2 de la tarde, para las 4 pm yo estaba ladrando de hambre, pero bueno, me senté a comer, no me preguntaron que me gustaba y que no, con lo primero, la sopa de fideo no tuve problema, luego me sirvieron una cantidad industrial de betabeles cocidos, en mi vida había comido eso, parecían papas pero no sabían a papas, fue muy desagradable, ni tía me obligo a comerlos con el argumento que tenía que aprender a comer de todo, le dije que me encantaban pero que no tenía ganas en ese momento, pero no me creyó, diciéndome que era un alimento muy bueno que me lo tenía que comer a fuerzas. Con astucia me llene a la boca lo más que pude y me fui al baño para escupirlos, claro que pinté todo y me cachó en la maroma, total me dijo que los haría licuado y que me los tenía que comer, no sé porque a mis primos les daba tanta risa, en ese momento me quería regresar a mi tranquila casa, pero estaba muy lejos. Fue una pesadilla cada sentada a comer en esa casa, no volví… ni volveré.

Un amigo del colegio me invitó a su casa a comer, pareciera que se me olvidaban las malas experiencias, esta vez al principio no me fue tan mal, porque me dieron sopa de arroz con papas a la francesa, algo muy normal para mí, malo fue cuando me sirvieron unas enchiladas rojas que picaban como el demonio, toda la familia de mi amigo, se las comían con singular alegría y yo estaba lagrimeando y moqueando de lo picosas que estaban, el papá de mi amigo me decía ¿no eres mexicano o porque te enchilas?. La señora se compadeció de mí y me dijo que si no quería no me las comiera todas, me dio un pedazo de cajeta de membrillo para disminuir mi ardor en la boca, les juro que la tenía dormida y estaba sudando de la cabeza por lo enchilado. En la tarde me dolía el estómago y mejor me fui a mi casa para ver que medicina me daba mi mamá, ya no jugué con mi amigo.

Una vez me invitaron a comer a la casa del niño más rico del salón, dije no creo que tenga problema, a de comer con sus sirvientes y ordenándoles que le sirvan y que no, fue lo que imaginé. Cuando llegamos luego luego nos fuimos a sentar a un comedor como para 14 personas, la señora encargada de servir la comida nos dijo el menú, mi amigo emocionado le preguntó que si tenía todavía la cabecita del cabrito, la señora le contesto que sí, mi amigo le dijo pues tráigamela, la señora me preguntó a mi si quería también cabecita de cabrito, Le contesté que no gracias, que mejor algo de carne. Cuando le llegó el platillo a mi amigo era literalmente la cabeza del cabrito pero sin piel, el con mucha destreza le abrió el cráneo y se empezó a comer los sesos, me decía que era de sus platos favoritos, después con tortillas se comió los ojos y el paladar, para finalizar la lengua con salsa roja. Yo estaba asombrado por el platillo que se había comido mi amigo, se me hizo muy cavernícola de su parte, pero bueno a él le gustaba. Lo bueno fue que la carne que me tocó a mí estaba muy buena, era arrachera muy suavecita. Llegué platicándole a mi mamá lo que había visto y ella me dijo que era un platillo caro y muy rico, se le antojó.

Otra de las veces que recuerdo fue cuando en la casa de un amiga que era muy bonita, su mamá me dio leche bronca, yo estaba acostumbrado a tomar leche pasteurizada, no me gustaba el sabor ni el olor de esa leche, le dije que si mejor me daba un café negro para tomar, pues me lo sirvió pero con el agua hirviendo, me queme el pico, ella estaba riéndose por mi falta de destreza para tomar cosas calientes, la señora y su esposo se lo tomaban casi hirviendo y ni gestos hacían, después me ofreció algo que nunca había probado que era la nata de la leche, me preparó un pan tostado con nata y una mermelada que tenia de chabacano, lo probé, fue la cosa más deliciosa que había probado en mi corta vida, cada rato iba a cenar a su casa.

Moraleja: Mejor comer en la casa y luego ir a jugar a la casa de los amiguitos, háganle la advertencia a sus hijos cuando los inviten a comer, les ahorrarán sorpresas y malas pasadas.


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