La tanga de mi amiga

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Esto me ocurrió un día cuando nos reunimos un grupo de amigos de la universidad en la casa de una amiga. Nos habíamos quedado hasta la madrugada bailando, jugando cartas y emborrachándonos. La familia de mi amiga estaba de viaje, así que ella ofreció su casa para la fiesta.

Cuando ya no dábamos más, cada uno se fue a dormir en habitaciones distintas. Dos amigos se quedaron en la sala de estar durmiendo en los sillones, la dueña de casa se fue a dormir a su habitación y otro amigo durmió en una habitación continua. Por lo tanto, a mí me tocó la única habitación que quedaba disponible que se encontraba en el fondo del pasillo. Tenía una cama grande, así que no podía quejarme. En cuanto puse mi cabeza en la almohada me quedé dormido instantáneamente.

Pasadas unas horas, me desperté. Tenía unas ganas enormes de orinar, así que me levanté para ir al baño. Podía observar que entraba algo de luz por la ventana, así que deduje que era de mañana, pero aún era muy temprano y no andaba nadie en pie. Me dirigí al baño cruzando el pasillo. Entré y comencé a orinar. Cuando terminé, me lavé las manos y necesitaba una toalla para secarme. Como no encontraba una, busqué por todos lados, hasta que se me ocurrió revisar en la tina. Allí encontré una toalla, pero no solamente eso, sino que vi una pequeña prenda negra allí tirada. De curioso, la tomé para revisarla y vi que era una tanga. Recordé que la madre de mi amiga había fallecido hace años y que su única familia era su padre y sus hermanos, así que sí. Aquella tanga debía de ser solamente de ella.

La situación me ponía a mil. Tenía la tanga de mi amiga en mis manos. La acerqué a mi nariz para verificar si tenía olor a que se había usado y efectivamente, desprendía un olor particular. Un olor a que aquella prenda interior había estado en contacto con la vagina de mi amiga.

Me senté en el retrete del baño, puse la tanga de mi amiga en mi cara y comencé aspirando el olor de su sexo. Un olor muy fuerte que me excitaba demasiado. Casi podía sentir su conchita restregada en mi cara que me ahogaba con el aroma de sus jugos vaginales.

Mi pene estaba duro y lo masajeaba muy despacio en un principio. Con cada aspirada a la tanga, tiraba un poco del tronco y me detenía. No se si estaba bien lo que estaba haciendo, pero me gustaba y eso era lo único que me importaba. Nadie me estaba mirando, así que podía dar rienda suelta a mi imaginación y seguí masturbándome cada vez más rápido. Pasaba la tanga por toda mi verga erecta y por mis huevos. Era demasiada rica la sensación de sentir esa tela especial en mi piel.

Miraba con más detalle la prenda. Concretamente miraba ese delgado hilo que está en la parte de atrás y que va entre las nalgas. Pensar que esto tienen las mujeres incrustados en sus lindos traseros. Si acercaba mi nariz podía sentir el culo de mi amiga. Su olor. Su esencia de mujer que impregnaba toda la ropa interior.

Estaba que reventaba, pero quería continuar. Imaginaba que mi amiga entraba al baño y me pillaba con su tanga en mi nariz. Al principio se sorprendía, pero luego se acercaba a mí y tomaba mi dura polla entre sus manos, para luego dejarla caer sobre sus grandes pechos desnudos que me hacían una paja excepcional. Arriba y abajo. Abajo y arriba, observaba como botaban sus tetas alrededor de mi pene.

- ¡Que tetas más sorprendentes! -decía yo y ella sólo se limitaba a lanzarme una sonrisa coqueta.

- ¿Así que te gustó mi tanga, eh? Pues ven a probar el olor directo de mi vagina.

Mientras olía su ropa interior, podía sentirlo. Sacaba mi lengua y acariciaba sus labios vaginales carnosos que se humedecían y expelían un aroma afrodisiaco. Podía tocar sus paredes vaginales con mi lengua, su clítoris y sus pelitos que se asomaban. Todo esto mientras yo le daba a mi polla como un animal salvaje sediento de sexo. No podía más. La tenía hinchada a más no poder. Estaba dura y gorda cómo nunca. Soñaba con que tenía el culo de mi amiga enfrente mío, esperando por la corrida que venía. Así que sin pensarlo dos veces, me dejé llevar, aceleré el ritmo de mi mano y sentí el hormigueo, el acto final de la obra, el tan ansiado orgasmo. De mi pene salió una cantidad enorme de semen que manchó todo el piso del baño. Yo estaba exhausto sentado en el retrete con la tanga de mi amiga en la cara. De la punta de mi pene aún salían pequeñas gotitas de leche que caían lentamente.

Todos dormían, así que nadie me vio salir del baño. Obviamente tuve que limpiar todo el desastre que dejé. Me acosté nuevamente en la cama. Llevaba la tanga conmigo en la mano y la escondí en mi mochila. Era mi recuerdo de esa grandiosa mañana. Seguí durmiendo y aun así, todavía conservaba en mi nariz el olor de la concha de mi amiga.

En el próximo relato les hablaré de mi viaje a la playa con mis primas y todas las cosillas que pasaron.

 


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