El Tornado Rojo/Parte 1

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Lo que aquí se intenta contar -en nuestra muy limitada capacidad expresiva, y sobre todo, desde nuestro nulo sentido estético - es una breve historia de amor, desesperación y muerte.

En primer plano tenemos a doña Margarita -nana de Julia-, ambas sostienen una conversación importante mientras caminan de vuelta a casa. Desconocemos su finalidad, pero anotamos que llevan telas en las manos.

Podríamos parar a analizar la furibunda pelea de perros callejeros que está ocurriendo en segundo plano, justo frente a la fuente de San Miguel, pero ahora es más importante la conversación.

-¿Cómo dice que se hace llamar?

¡El tornado rojo!, así lo nombraron en el gimnasio.

- Niña, ¿cómo se va a casar con él si piensa dedicarse a la lucha libre en las fiestas patronales? Esos ganan poco dinero.

A mí no me importa, sea luchador o científico, lo que importa es el amor. Además, ¿no se te figura que es muy valiente?

-¡Ay, Julia! ¿En serio ese muchacho va a tirar su trabajo en la prensa?

 No por el momento. Seguirá siendo el corresponsal deportivo en la zona, hasta que juntemos suficiente dinero, para irnos a la capital. Dice que sus amigos tienen contacto con Huracán Ramírez y el demonio azul; les va a pedir ayuda para impulsar su carrera profesionalmente, si hasta están planeando traerlos a dar una función aquí, para debutar.

-¡Los niños van a estar contentos con la noticia! ¿Y para cuándo, señorita?

Para la semana santa. ¡Pero usted no diga nada, Maguito!, aún está en veremos.

2

El Tornado rojo –Alejandro, para los amigos – preparaba su columna semanal en el periódico: un reportaje sobre el reciente fallecimiento de Manolete. Entre líneas recordó su infancia en el árido campo donde hoy se construye la carretera panamericana. Cada marzo, algunos hombres traían una plaza de toros ambulante, invitaban a la gente para disfrutar las corridas, sin pagar una sola moneda. Alejandro sabia de toros poco más que nada, pero la nostalgia que le vino a la memoria le aconsejó un espectáculo así para semana santa.

La idea dio vueltas en su cabeza durante 15 largos días con sus respectivas noches, hasta que decidió hacer las llamadas necesarias. El destino siente que es su turno y prepara las maletas, su momento de aparecer está cerca…

- Alejandrito, claro que sí mano. Ahí estaremos, no te aflijas por el pago, si pueden darnos algo, está bueno, y si no, ¡pues qué carajo, no pasa nada! Si tú dices que hablaste con el regidor, está bien. Llegaremos tres días antes, para que todo quede perfecto.

              Me alegra escucharlo, Don Tobí. Por aquí los esperamos, hasta luego.

 

-¿Qué te dijeron?

Pues que si vienen, ¡dice Tobías que no nos preocupemos por el paso! Va a ser el mejor festejo que ha habido en el pueblo… y el año que viene, habrá otro festejo mejor.

-¿Se puede saber que tramas?

Nada, Julia. Pronto lo sabrá, confíe en mí.

-¡Embustero!, eso eres.

Ya vera que no, se lo prometo.

         

- La escena continúa con Alejandro despidiéndose, es tarde para que una señorita tan amada esté en la calle. De camino al gimnasio, nuestro luchador principiante realiza otra llamada, esta vez en la tienda de “El Güero”. Finaliza la llamada. Está contento, la persona al otro lado de la línea le confirma qué sí, el anillo ya está listo –omitimos colocar la conversación, solo fueron las palabras necesarias para acordar la entrega de la joya-.

A este festejo se refería Alejandro, minutos antes: planea una boda que se contará por todas las generaciones de cronistas en el pueblo, hasta el final de los tiempos.

Julia se queda en casa, bordando con mucho amor una capa cómo la que usan los grandes gladiadores del cuadrilátero. Una capa de lentejuelas rojas y doradas –ahora sabemos la finalidad de las telas que cargaba el otro día-. Se la regalará a Alejandro mientras hace sus estiramientos y suda los últimos nervios de su debut como luchador.

Julia ignora que el destino está pensando en ella.

El destino imparable… piensa en la ceremonia donde pedirían su mano, el lunes de 3 mayo a las cuatro de la tarde -hora centro de la república-. El destino tarareando esa canción del aragonés errante con la que se abriría el vals en la boda.

Los dos hijos que tendría –Remedios, de profesión doctora para animales a cuatro patas, y Sebastián, doctor de animales a dos patas-. La felicidad para siempre en la casa de dos plantas, casi calcada de aquella hermosa casa que está junto al templo de Santo Domingo.

El destino sigue pensando en ella mientras el autobús baja por la colina y se observan, a lo lejos, las primeras luces del pueblo despierto, luces que simulan luciérnagas tímidas en el bosque de la incertidumbre cotidiana.

El destino piensa en que todo lo mencionado no sucederá, y quisiera quitarse el peso de encima, hacer de cuenta que se le olvido venir, o pasar de largo, olvidar que debe bajarse en esa parada. El destino quisiera evitarse la pena, pero es el trabajo que le tocó y debe cumplirlo.

 

Continúa...

 


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