Genoveva y Lupe la mexicana.

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Me puede el lenguaje de los gestos y observo cómo la gente se manifiesta por signos externos incontrolados. En el caso de Genoveva me afecta directamente. Suele venir al bar donde trabajo a tomar algo con su novio y se sientan donde les veo bien. Él le habla continuamente y mientras, ella, pasea su mirada a su alrededor de forma complaciente, relajada, sin que perciba ningún gesto suyo especial. Les preparo la bebida que le han pedido al camarero y lo hago con esmero, en el de ella me dejo llevar por la imaginación y le añado algo de mi propia cosecha, sé que lo va a percibir y me mirará con ojos curiosos e intentará leer en los míos más allá de lo que le permito. 

Desde el primer día llamé su atención, algo en mí le lleva a cualquier otro lugar y le complace. Me observa de continuo, sabe además que yo hago igual con ella y cuándo cruzamos la mirada no la rehuimos. Es un instante, suficiente sin embargo, para dejarnos un saludo de afecto. Pero lo que llama poderosamente mi atención es, que, sea cual sea el lugar que ocupe, girará su cuerpo hacia mí, de forma que sus caderas se me enfrenten directamente. A partir de ahí sus rodillas irán creando movimientos de distracción, hasta abrirse de forma manifiesta, quedándome patente su entrega o disposición subconsciente. Al apercibirse vuelve a cerrar sus muslos con rapidez, pero más tarde de forma incontrolada lo volverá a hacer. Me encantan sus braguitas breves de colores vivos, pero aún más la hendidura, que, cuando trae pantalones ajustados, se le forma en ese punto suyo mágico. Digo bien si manifiesto que entro en efervescencia, me ocurre de abajo hacia arriba, como si burbujas de champán me hicieran la ola por dentro. Actúo con normalidad, pero a partir de ese momento, sigo expectante. Ella se me entrega una y otra vez, creándome desasosiego y las burbujas suben y suben hasta adentrarme en un estado de semi embriaguez.

Lupe, es una mujercita mexicana de no más de metro y medio de altura que trabaja en la barra. Se ocupa de todo lo que está a su baja altura y es una ayudante eficaz, pero tiene una cachondez mental que supera todas las previsiones posibles. Cuando observa mi exceso de bragueta como consecuencia de mi efervescencia, se torna melosa como un melón maduro, se me soba con manifiesta alevosía y pide cacho. En este estado de locura temporal transitoria me puede, lo sabe y lo aprovecha. Se introduce en el hueco que tengo delante, me baja la bragueta, hace lo oportuno con el slip y me la desenreda toda poniéndome a cien con una mamada de verdadero mérito. Me sitúa sin más en un estado puramente catatónico. Entretanto, los dos camareros van soltándome comandas que yo miro como si fueran para otro. La mexicana me relame como si le fueran en ello la vida y yo, ya estoy en otra dimensión y le suelto un “chigatazo” que la coge de improviso y me suelta, 

- ¡Cabrón!, mientras se atraganta.

Genoveva está en postura coital, segundos antes se la habría podido meter así de una sola embestida. Ahora, miro su braguita blanca como sí nada, pero tengo la impresión que se le está humedeciendo, parece que adivine lo de Lupe y sus andadas. La reacción no se hace esperar y de nuevo mi tunanta se pone bravucona para deleite de la mexicana. Ésta, subida en una caja, se la envaina con decisión y me culea adelante y atrás disfrutándola a tope.

Algo debe percibir en mi expresión Genoveva porque su mancha de humedad crece. Hunde la falda con una de sus manos para cubrir la otra que inconscientemente se le va yendo para dentro en busca de su botoncito. El novio, como siempre, le habla mirando a otro lado el muy pasmarote.

- ¡Estamos todos locos!, me grito para mis adentros. 


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