LOS INADAPTADOS URBANOS 2

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A pesar de todo yo me sentía exultante por tener una historia romántica con aquella espléndida mujer puesto que estaba envuelto en su glamurosa aura que me atraía como un himán; aunque también he de confesar que aquel óptimo estado de ánimo de súbito se frenaba bruscamente al reparar en su falta de espontanedad, en su hierática actitud que no dejaba de inquietarme.

Mercedes y yo seguíamos saliendo, y una vez la llevé a un cine a ver una buena película francesa. Al salir del local le pregunté lo usual.

-  ¿Qué? ¿Te ha gustado la película?

- ¡Psé!...! - dijo con cierta indiferencia.

- Pero bueno. ¿Tú que opinas? - insistí.

- ¿Yo? Nada en particular. Que la película está bien.

- Es muy buena.

- Ya.

Ante aquel escueto comentario no me sentí con fuerzas para seguir hablando de aquella obra del Séptimo Arte. ¿Es que a Mercedes todo le daba igual?

Empezó a lloviznar, y hacía un viento frío, por lo que nos refugiamos en una cafetería del Paseo de Gracia y tras pedir la consumición yo traté de hurgar en su personalidad.

- ¿Sabes? Viéndote, supongo que debes de ser  una mujer Píscis.

-Oh no. Soy Libra - respondió.

-¡Ah Libra! Las mujeres de este signo del zodiaco sois muy femeninas, y tenéis un sentido de la estética y de la armonía muy acusado. Un prototipo de mujer Libra fue la pobre Marilyn Monroe.

Mercedes sonrió levemente, de una manera muy circunspecta y enigmática; como si fuese una Gioconda actual. Pero tampoco soltó prenda.

- Bueno, yo pienso que las mujeres debéis de potenciar vuestra feminidad, a partir de vuestra manera de ser - expresé con una sonrisa, pero con el mismo esfuerzo que se emplea al asaltar una inexpugnable muralla de un castillo-. ¿No crees que es verdad lo que digo?

- Si tú lo dices... Así será.

Y me miraba con fijeza con sus ojos azules, impasible como si me estudiase por dentro sin implicarse para nada en un franco diálogo.

Al fin cayó la noche, y las azuladas luces de las farolas modernistas del Paseo de Gracia titilaban en la oscuridad ofreciendo una acogedora y cálida perspectiva, por lo que salimos a la calle y yo la llevé en coche hasta la casa de sus padres, no sin antes quedar citados para otro día.

Como era de esperar, en el próximo encuentro con una estudiada naturalidad llevé a Mercedes a mi apartamento que no estaba lejos del centro de la ciudad, y ella no opuso ninguna resistencia. Una vez allí le ofrecí una gin-tónic y me apresuré a poner en el radio-cassete un disco de música suave que la incitara a la sensualidad, puesto que era evidente que yo no la había invitado allí para leerle la Biblia en verso.

Nos acomodamos en el sofá del comedor, y pronto yo empecé a besarla en el cuello de manera que ella se estremeció de placer; seguí con el lóbulo de su oreja y la mujer se abalanzó hacia mi arrastrada por la pasión y nos besamos tórridamente en la boca. Seguidamente nos desnudamos mutuamente, y nos revolcamos en el sofá hechos un ovillo fornicando como dos locos. Pues se notaba que Mercedes hacía un largo tiempo que no practicaba el acto sexual.

Nuevamente entre nosotos se hizo un significativo silencio.

- ¿Siempre eres así de callada? - le pregunté un poco molesto-. Yo hablo, y te cuento cosas, pero tú nunca dices nada. Parezco a un locutor de Radio que trata de mantener tu atención.

- Y te aburro. Te desconcierto. ¿No es asi? - dijo ella.

Iba a darle la razón pero me contuve. En cambio le respondí:

- No es eso. Pero ahora que entre nosotros ha habido un rato de intimidad, me gustaría que fueses más franca conmigo.

Entonces ella con un semblante muy serio expresó su insólito deseo.

- Verás. Mi hermano, que como ya sabes es interventor de un Banco, hace un tiempo que sufrió un infarto de corazón y vive amargado. Por las tardes se echa en la cama, y quiere que todos estemos pendientes de él - contó ella-. Por tanto tiene a mi madre sacrificada, y nos tiene a todos esclavizados. Nos hace chantaje emocional. Si no nos sometemos a sus órdenes, él se sentirá abandonado a su suerte y se morirá de otro infarto. Sí. Como puedes ver mi casa es un infierno.

Tras una pausa agregó:

- Como nos gustamos, te propongo que nos casemos y empezamos una nueva vida.

- O sea. Que te quieres casar conmigo para huir de tu familia. Pero yo apenas te conozco. Ni tú tampoco a mi. De hecho no sabemos si congeniamos o no. Yo igual puedo ser una buena persona, como un delincuente. Es un disparate que para establecer una convivencia de pareja se anteponga un interés económico, o de circunstancia sin contar para nada con nuestra manera de ser - le dije totalmente desencantado porque vi que me hallaba ante alguien con una mísera personalidad que claro está, formaba parte de la tosca sensiblidad de la inadaptada sociedad de aquella decadente discoteca-. Y me has elegido a mi, como hubieses podido escoger a otro. Visto lo cual, es mejor que dejemos de vernos.

Aquella mujer se visitó con su habitual impasibilidad; carente de toda afectividad y salió de mi apartamento casi en volandas dando un portazo.

Ciertamente es en la gran ciudad donde uno se puede sentir más solo a pesar de estar rodeado de gente la cual vive encerada en su mundo particular. Y dicha soledad nos puede confundir a la hora de entablar relaciones amorosas con alguien, en base a una falsa imágen que ésta nos puede ofrecer. Por eso es conveniente que uno se detenga en el camino de su existencia y piense sobre sí mismo para poder encajar con quien mejor nos puede entender.

 


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