Hombre en Tacones. La Zapatería Parte 2

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LA ZAPATERÍA, PARTE 2.

Al menos un sábado de cada mes me tocaba hacer una guardia en el trabajo. Esos días era el único de mi departamento que me encontraba en la oficina. Yo aprovechaba esa soledad para usar algunas prendas femeninas. A parte de los tacones, me gustaba ponerme pantimedias debajo de mis prendas. Ese sábado me puse una tanga negra de encaje y unas pantimedias naturales y aproveché también para usar mis tacones. Sólo usaba mis tacones debajo del escritorio, me gustaba cruzar la pierna, sacarme el zapato y hacer dangling. Hacer eso era lo máximo a lo que había llegado fuera de la intimidad que me brindaban las paredes de mi habitación.

Había pasado casi un mes desde que me hice con mi primer par de tacones y que no había vuelto a visitar la zapatería de la calle de 16 de Septiembre, por lo que durante toda la mañana la pase pensando en ir a la tienda nuevamente. Me excito la idea, y a la salida del trabajo pase al Sanborns a comprar unos chocolates para el encargado, como agradecimiento por aquella vez.

La tienda estaba algo concurrida por sus clientes, por lo que decidí esperar un poco antes para entrar y acercarme con el encargado. Cuando vi que el último cliente salió, aproveché para entrar:

- ¡Hola! Buenas tardes señor. –Le dije al encargado.

- ¡Oh! Eres tú. Que gusto volver a verte. Llámame Edgar. –Me dijo contento. Pasa, no te quedes ahí. Me dijo.

- Le he traído un presente por lo de la otra vez. –Le dije entregándole los chocolates.

- Muchas gracias, no te hubieras molestado. Me dijo. ¿Quieres pasar? –Me preguntó después, señalándome con la mirada la parte de atrás.

-Gracias. –Le respondí y el camino detrás mío.

Pasamos a la bodega que ya conocía y el encargado me invitó a sentarme en el banco.

- Tengo unos tacones que te van a encantar. –Me la soltó de una vez.

Sin pensarlo dos veces, el encargado buscó los tacones prometidos y de entre las cajas sacó unos flameantes tacones peep toes muy altos.

- Pruébatelos por favor. –Me solicitó.

- Son hermosos, pero esta vez no puedo. –Le respondí.

- Los tengo especialmente para ti. Pensé que te gustarían. –Me dijo.

- Gracias, pero hoy no puede ser. Prefiero en otra ocasión. –Le contesté.

- Pero qué sucede, no tengas pena. –Volvió a decirme.

- Es que hoy no puedo. Le repetí.

- Si quieres los dejo aquí y salgo para que te los pruebes con toda confianza, sin que te moleste. –Me dijo.

Cuando él se disponía a dejarme sólo, lo detuve, llamándolo por su nombre. Y le dije:

- Es que traigo unas pantimedias puestas y no quiero que pienses mal. Si de por si haberte confesado que me gustan los tacones fue penoso, ahora que te enteras de las pantimedias no quiero pensar lo que pasa por tu mente. –Le dije.

- No me interesa, para mí es maravilloso que lo hagas. –Me dijo volviendo a mí y arrodillándose a mis pies. Nadie tiene porque saber de esto. Este es un secreto entre tú y yo. –Me dijo.

- Está bien. –Le dije.

Entonces le estire mi pie como solicitándole me despojara de mis zapatos. Así lo hizo y tuvo uno de mis pies enfundados en las pantimedias entre sus manos. Me dijo que se había enamorado de mis pies desde la primera vez que los vio. Edgar, como la vez anterior, dio ahora tres besos a mi pie antes de colocar la zapatilla. Yo lo deje hacer. Luego me calzo el otro zapato.

- Se te miraría mejor si te quitaras los pantalones para que lucieras tus piernas. –Me dijo Edgar.

- ¿Quieres que te modele los tacones en pantimedias? –Le pregunté.

- Sería un honor para mí. –Respondió él.

Así me desabroche el pantalón y lentamente lo baje contoneándome hasta desprenderme de él. Edgar parecía embobado con mis piernas.

- Eres para mí un sueño hecho realidad. –Me dijo adulándome.

- ¿Te gustan mis piernas? –Le pregunté.

- Me encantan. –Me respondió.

- ¿Qué quieres hacer? –Volví a preguntarle.

- Quisiera amarlas como amo a tus pies. –Respondió.

- Hazlo. –Le solicité.

Edgar se acercó de rodillas a mis piernas y empezó a olfatearlas de abajo a arriba. Luego empezó a besarlas y a acariciarlas delicadamente. Las pantimedias hacían lucir mis piernas femeninas y los tacones las estilizaban más. Yo me sentí distinto en aquel momento, me sentí deseado. Era la primera vez que un hombre hacía eso conmigo, pero en mi imaginación ya lo había fantaseado antes.

Me senté en el banco y estiré a Edgar mi pierna para que continuará. Él bajo suavemente hasta mi tobillo y le ofrecí mi zapatilla, acercándola a sus labios para que la besará. Conduje sus besos por toda la zapatilla, moviéndola a mi antojo para que la cubriera de ellos. Cuando estuvo cerca de la parte delantera abierta del zapato que dejaba entrever un par de los dedos de mi pie, sacó su lengua y los lamió con pasión.

Yo me di cuenta que se veía un bulto considerable en su entrepierna. No podía creer hasta donde alcanzaba el poder de los tacones. Con mi pie libre, acerqué la punta de la zapatilla a su bulto y comencé a masajearlo con la suela. Poco a poco noté como se ponía duro su miembro.

- ¿Te gusta? –Le pregunté a Edgar.

- ¡Siii, mucho! –Me respondió él.

- Es mi turno. Sácatelo. –Le ordene.

Así de rodillas, Edgar bajo la bragueta de su pantalón, saco su pene y yo comencé a masturbarlo con los tacones, lo que hizo que se le pusiera aún más duro.

- Ponte de pie. –Le pedí a Edgar.

Me puse también de pie y lo miré fijamente, mientras apoyaba la palma de una de mis manos en su pecho y con la otra frotaba su miembro. Empecé a jalárselo. Tenía un pene grande, grueso y venoso. Luego me arrodillé y lo comencé a besar para acostumbrarme a él. Era mi primera vez y quería hacerlo como vi tantas veces en las películas porno. Noté que ya estaba lubricando por las gotitas que tenía en la punta, saqué mi lengua y lo probé. Su sabor me agrado, así que abrí la boca y comencé a chuparlo con mucha entrega. Edgar no tardó mucho en venirse y lo hizo adentro de mi boca. Yo recibí toda su leche y me la tragué para luego mostrarle mi boca y terminar de limpiar su pene. Luego me levanto y me dijo que me amaba. Mientras yo acariciaba su pene y él hacía lo propio con mis nalgas. Descubrió que traía una tanga de encaje puesta y sobre de ella empezó a frotar mi ano. Cuando lo hizo parecí derretirme y si no hubiera sido por un cliente, no sé cómo hubiera terminado todo aquello.

Edgar no tuvo más remedio que salir a atender la tienda y yo aproveche para vestirme y salir de la bodega. Dejé los tacones que había usado en el banco y cuando Edgar me vio salir, me despedí de él con un beso en la mejilla, llamándolo papá para que los clientes no sospecharán.

Me retiré a mi casa y por la noche volví a revivir la escena con Edgar.


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