El verdadero Frank

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Se habían conocido hacia dos años. Frank era informático y con grandes ideas para su trabajo. Mary, bastante más joven que él, todavía estaba en la Universidad. Coincidieron por primera vez practicando una de sus pasiones: caminar con las montañas como fondo. Compartían su culto por la música de Bach y su afición por la Astronomía. Lo que eran reuniones con un grupo de amigos acabaron por ser citas entre ellos dos. Asistían a pases de películas antiguas, pero sobretodo hablaban y reían disfrutando de su mutua compañía.

Una tarde Frank le comunicó a ella sus sentimientos, ella le correspondía.

Algo grave debió ocurrir porque al día siguiente él no acudió a la cita. No podía ser localizado de ninguna manera. No respondía a las llamadas y nunca estaba en casa.

Pasado un tiempo, Frank se presentó ante Mary con dos  tulipanes y una carta que ella debía leer con calma. La entregó y se marchó. Cuando Mary llegó a casa, apresuradamente abrió el sobre y leyó la nota manuscrita por su amado en la que se hallaba una inesperada revelación. Tras ella la carta concluía:

«Un día te confesé  que te amaba y mi felicidad fue total al saberme correspondido. Al despedirnos ese mismo día comprendí que no podía ocultártelo por más tiempo.

Tras leer esta nota debes decidir. Quizá rechaces mi verdadera situación. Lo comprenderé. Tienes que renunciar a tanto…Aunque aparentemente soy un hombre como los demás, hay cosas que jamás podré hacer. Nunca seré padre e incluso las relaciones sexuales es un tema vetado para mí. ¿Entiendes a lo que te enfrentas?

Si a pesar de todo deseas seguir con nuestra relación te veré mañana en la sala VII a la hora de la película.

Te querré siempre, Frank»

Mary se desplomó en el sofá y durante horas lo estuvo meditando.

Al día siguiente, con su vestido favorito y la mejor de sus sonrisas se presentó en la sala VII. El se levantó y respondió a su sonrisa. Hubo una mirada de complicidad cuando vieron que  iban a pasar «El hombre del bicentenario». Tras la proyección, y ya en la calle, se abrazaron y ella, todavía con la cabeza en el pecho de Frank, pudo oír el compás del supuesto latido con un timbre inequívocamente metálico….Tick, tick, tick.

 

 


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