Libre de Altos (Parte 2/2)

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[... claro estaba que aquello era un arma de doble filo, pues aumentaba el riesgo de que alguno fuera rastreado y condujera al enemigo a nuestra caverna, pero era una medida desesperada y necesaria.]

Tres días más tarde, la nube negra que auguraba la presencia de Altos estaba cada vez más cerca, las noches se tornaron anaranjadas y la atmósfera densa. Al quinto día, una enorme mano entró en la cueva y con un sólo movimiento arrancó el techo de esta, dejando caer escombros que aplastaron a muchos de los pobladores atónitos e inmóviles. Yo, que observaba todo desde lejos pues volvía de mi viaje, presencié la horrible muerte de mi familia y casi todo amigo o conocido con quien alguna vez hubiera compartido, cuando ese gigante infame tomó entre sus dos manos a todo mi pueblo, como si cogiese agua del lecho del rio y los arrojó sin más al mar que a kilómetros se encontraba para nosotros y para él tan solo a un par de pasos. No existe vocablo en cualquier lengua muerta o vigente que se acerque siquiera a mi hondo y oscuro sentir, no vale la pena siquiera tratar de profundizar en ello, pues basta, supongo, con señalar que contemplé la extinción de mi especie en un gesto tan indiferente como botar un papel al basurero, ante mi completa impotencia vi la caverna que fue nuestro hogar convertirse en un cuenco vacío. La rabia y el odio me carcomieron durante días de ilusa cacería, guardaba la esperanza de encontrar alguna forma de venganza, pero no pude, si bien no puedo olvidar ni perdonar bajo ningún aspecto tamaña atrocidad, no pertenezco a una raza rencorosa y vengativa, por lo que, decidiendo hacer honor al alma de mi especie, abandoné dicha empresa para hundirme en mi soledad y vagar por las montañas.

Semanas llevaba de pasar desapercibido, hasta que un día despejado y de vientos tibios fui capturado, tomado de improviso por un Alto que yacía recostado en un valle. Hambriento y maltrecho fui recluido en un calabozo de piedra, durante el día, los pocos rayos de sol que se colaban por las grietas de la cubierta de la celda, me permitieron ver que no era el único. Pasé días y noches enteros esquivando cadáveres de viejos compañeros, buscando un espacio que aprovechar para hacer un agujero y escapar; varias horas al día debía sacar la cabeza por las rendijas para tomar algo de aire limpio y siempre que era descubierto, la celda era golpeada para tirarme al piso. Luego de días de encierro, mi resignación me llevaba a pasar horas inmóvil en el suelo frío, simplemente esperando la muerte, que tardaba en llegar.

Una noche cálida y luminosa sentí la tierra estremecerse bajo mi espalda, casi había olvidado esa sensación, como cualquier otra que no fuera el hambre y el frío. La luz amarillenta de la noche se filtraba y jugaba recorriendo las paredes de la celda en movimiento, sentí un nudo en el estómago, por primera vez desde el avistamiento de los Altos en la caverna, tuve miedo. La caja de piedra que era mi prisión se abrió de pronto y la mirada curiosa de un gigantesco ser ocupó el lugar del techo. La celda entera comenzó a voltearse y del suelo rodé hasta la muralla, me afirmé para evitar la larga caída, pero el Alto ya sabía que yo seguía con vida, con un dedo me soltó del muro y me dejó caer en el pasto del valle junto con los otros cuerpos. Acuclillado nos observó un instante más y luego se puso de pie para marcharse, revelando a mis ojos cansados el azul moteado de las noches naturales.


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