8:48

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Desperté de golpe cuando los rayos del sol daban hacia mis ojos, esto no podía ser bueno, era tardísimo. Tomo mi teléfono para ver la hora y descubro con terror que son las 8:48. De un brinco salgo de la cama y, sorteando el desorden de mi cuarto, corro al baño.

 

-¡¿Por qué nadie me despertó?! –grito molesto, el silencio como respuesta sólo me enfurece más- ¡Qué se tiene que hacer en esta casa para que lo levanten, carajo!

 

Tenía el cuerpo tenso de tanta rabia, pero con el agua caliente poco a poco me fui relajando. Pero no podía quedarme a disfrutar un minuto más del agua caliente, ya era tarde.

 

Cuando salgo del baño el frío me recorre, ¿acaso estaba más frío que antes de entrar a la regadera? Patrañas, esto debía ser normal. Camino de vuelta a mi habitación y todo está, raramente, silencioso.

-¡Espero que el desayuno esté listo ya, mujer! –grité intentando sonar molesto, a este punto el hambre me tenía más preocupado que enojado. Eso era extraño- ¡Mujer!

Ahora sí era el colmo. Olvidando completamente la preocupación, me apresure a la planta baja. Peor que no encontrar a nadie, la puerta principal estaba abierta. Había algo inusual afuera: silencio. Asomo la cabeza y un escalofrío me recorre, no sé si por la baja temperatura o porque todo estaba desolado.

¡Pero qué me importaba! Ya era tarde, luego me las cobraría con mi mujer. Subo rápidamente a tomar mis cosas y salgo de la casa…

¿A dónde voy?

Corroboro nuevamente la hora en mi teléfono, 8:48. Esto debía estar averiado. Cuando vuelvo a la casa, reviso cada uno de los relojes y dan lo mismo, 8:48. Aterrorizado salgo de nuevo en busca de algo o alguien. Toco la puerta de mis vecinos, todo es silencio. Pronto comienzo a sudar, nervioso.

 

-¡Alguien! ¡¿Dónde están todos?! –grito casi desgarrándome la garganta. Presa del pavor, vuelvo a casa, esta vez con la sensación de que algo me persigue. Quería encontrar a alguien, pero lo que sentía a mis espaldas no era precisamente agradable. Cuando estoy en la puerta, noto un montón de cenizas en el suelo. ¿Qué demonios es esto?

Aun sintiendo que algo me asechaba, vuelvo la vista a la calle y noto entonces que hay muchos, pero pequeños, montículos de ceniza. Todo estaba mal, ¡todo!

Corro por la calle, corro sin rumbo y aturdido por el silencio, por las ausencias. Corro y lloro, confundido, ¿Qué estaba pasando?

Habrán pasado minutos, horas, quién sabe, pero yo caí rendido en el suelo. El cuerpo se me llena de ceniza, esta pica, pero no me rasco, sólo lloro ante la distorsionada realidad.

De pronto, ya no sé de mí.

 Desperté de golpe cuando los rayos del sol daban hacia mis ojos, esto no podía ser bueno, era tardísimo. Tomo mi teléfono para ver la hora y descubro con terror que son las 8:48.


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